En una presentación en Universidad ORT, Alain Mizrahi, director de la empresa Radar, mostró una lámina que incluía los datos en crudo (sin ponderar) de la última encuesta electoral de la empresa previa a las presidenciales de 2014. Les confieso que quedé anonadado: el secreto mejor guardado, la supuesta piedra angular del éxito, estaba ahí proyectada para el deleite de quien la quisiera fotografiar.


No se qué le parecerá a usted, pero yo le puedo jurar que jamás pensé que la ponderación de los resultados fuera una manipulación tan gruesa. No es apenas pulido, sino un auténtico y descarado manoseo.

En una encuesta que luego se publica con un margen de error de +/- 3%, se agregan y se quitan decenas de puntos porcentuales. ¿Qué justificación metodológica soporta por ejemplo que al partido colorado se le agregue un 50% de votos? Sí, porque para pasar de 8 puntos a 12 puntos hay que agregar la mitad exacta de votantes, según uno aprende ya en la escuela.

Lo mismo para el Frente Amplio: hay un recorte de 27% de los votos de la encuesta cruda, 12 puntos porcentuales o 400% del margen de error. Un dislate.

Qué hubiera pasado en medio de la realidad artificial generada por el sesgo de las encuestas, si se hubiera conocido a tiempo que al menos esta encuesta midió 56% para Vázquez y no el manoseado 44%, producto de la atracción irresistible que para un encuestador tienen los resultados de sus colegas. ¿Y si hubiéramos conocido los datos crudos de todas y cada una de las encuestas?

No importa si tal encuestadora pronosticó correctamente tal o cual resultado. Analizar uno a uno los resultados viendo quién acertó y quién no, quién estuvo “más cerca” en cada caso, aislando empresas, candidatos y ciclos electorales es un grueso error, que destruye de un plumazo el contexto, que ve la foto y no la película y por tanto oculta totalmente el problema de las encuestas como sistema: generan una realidad artificial que se retroalimenta a sí misma.