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Eduardo Gudynas

Escribe Eduardo Gudynas

Perseguimos, crucificamos, matamos

Las amenazas sobre especies animales emblemáticas siguen aumentando, y ponen a muchas de ellas, como gorilas, elefantes, felinos o ballenas, en riesgo de extinción. Un examen más atento muestra que, en muchos de esos casos, los humanos las persiguen, cazan y asesinan con escalofriante perversidad.

12.09.2016 17:30

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2016-09-12T17:30:00-03:00
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En el marco del reciente congreso de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza, que acaba de finalizar en Hawái, se sumaron todo tipo de datos reveladores. La lista de animales y plantas que sufren algún tipo de amenaza ahora llega a 82.954 distintas especies, de las cuales casi 24 mil corren el riesgo de desaparecer.

La situación no deja de empeorar, y las alarmas resonaron al constatarse que grandes animales, íconos de nuestras percepciones de la vida silvestre, enfrentan críticas situaciones. El caso de los gorilas se destaca, ya que a pesar de todos los intentos de protegerlos, su situación se sigue deteriorando.

Se estima que en las últimas dos décadas, las poblaciones de la especies que vive en el Este africano sufrieron una caída de más del 70%, hasta llegar a menos de cinco mil individuos (cuando a mediados de los 90 era de unos 17 mil). Entre ellos existen apenas 800 que sobreviven en los bosques de las montañas de Uganda, Rwanda y la República Democrática del Congo, por lo cual están catalogados con el nivel más crítico de peligro de extinción.

La situación de las demás variedades de gorilas que se extienden en el oeste africano tampoco es muy buena. De la misma manera, otros grandes simios que enfrentan el riesgo de desaparecer son el orangután de Borneo y el de Sumatra.

Los gorilas están desapareciendo por múltiples factores, pero ninguno de ellos tiene que ver con necesidades básicas de los seres humanos. En efecto, la mayor amenaza para los gorilas es que son cazados por su carne, la que es consumida por las clases altas en las ciudades. No sirve ni a una comida popular ni a saciar la necesidades de subnutridos, sino que es una moda de ricos urbanos. La caza de los gorilas está prohibida, por lo que estamos ante un tráfico ilegal mantenido por grupos armados que aun operan en esos países. Asociado a ello está la búsqueda de trofeos, como pueden ser sus cabezas.

Por si fuera poco, los brotes de ébola así como exterminan a los humanos hacen lo mismo con los gorilas. Por ejemplo, entre 2002 y 2003, ese virus mató a casi toda una población de unos 600 gorilas en el norte de la República del Congo.

La forma en que se persigue a los gorilas exhibe una crueldad impactante. Son mutilados o desollados. Para poder llevarse su carne son literalmente descuartizados, a veces crucificados.

Otra gran especie emblemática de una naturaleza salvaje, los elefantes, corre riesgos similares. A pesar de todas las medidas para protegerlos, en los últimos siete años se han matado más de 140 mil elefantes, el 30% de su población total. Un verdadero genocidio. Sobreviven apenas un poco más de 350 mil elefantes salvajes.


Cuerpo de un elefante asesinado para extirparle los colmillos en el Parque Nacional Kruger en Sudafrica, 2015. Foto C. Collingridge (Independent Media South Africa).

Persisten todavía las prácticas de la llamada cacería deportiva, que en muchos casos es ilegal, y es sobre todo una actividad de ostentación de ricos y aristócratas (como se descubrió unos años atrás con el entonces rey Juan Carlos de España).

Pero el factor principal tampoco se debe en este caso a una urgencia de alimentación de los humanos, sino a la enorme demanda que imponen los nuevos ricos en China, quienes siguen obsesionados por los adornos de marfil. Esa demanda, propia de un capitalismo voraz, lleva a que distintas bandas de cazadores ilegales y grupos guerrilleros se dediquen a matar elefantes.

La riqueza emergente de esos chinos promueve una verdadera guerra en las llanuras africanas, ya que las bandas guerrilleras, como Boko Haram en Nigeria, se financian vendiendo marfil. Por ello no dudan en asesinar tanto a los elefantes como a los guardaparques. En los últimos diez años, en el Parque Nacional de Virunga, mataron a 150 guardaparques.

Los adornos de marfil que se venden pueden terminar en simples collares o pulseras. Toda esa ostentación implica que, según algunos indicadores, cada 15 minutos se mata a un elefante en algún sitio de Africa. Si esta situación continua, los elefantes se extinguirán en 15 años.

Una vez más se revela allí la crueldad humana en toda su exuberancia. Los elefantes son baleados con rifles o ametrallados, para inmediatamente mutilarlos. Se les extirpan los colmillos y se dejan sus cadáveres. Se suceden escenas desgarradoras de machos que agonizan por largo tiempo sin sus colmillos o hembras acribilladas para poder llegar al macho.

Ante estas situaciones, los eufemismos ya no tienen muchas justificaciones. Estamos ante genocidios ecológicos, donde los humanos se comportan como verdaderos asesinos seriales. Por décadas se han intentado todo tipo de medidas para evitar eso, pero el problema se mantiene y se agrava un poco cada año. Persiste una crueldad incomprensible que está diezmando toda esa enorme diversidad natural. Eso nos enfrenta a un desafío enorme, pero urgente, en batallar por superar esos atavismos que nos convierten a nosotros, los humanos, en crueles depredadores.