Contenido creado por Cecilia Franco
Nacho Vallejo

Escribe Nacho Vallejo

Opinión | Yo Carmeleo, tú Carmeleas, todos Carmeleamos

Me acongoja la promiscuidad de compañeros de trabajo que cansados del barbijo trabajan tête à tête desnudos de pera a nariz y me incendia de ira el viejo conocido que me reencuentra en la calle y pretende un abrazo fraternal

18.12.2020 13:13

Lectura: 5'

2020-12-18T13:13:00-03:00
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Hay gente que tropieza con una piedra en el desierto y mira a su alrededor desaforada para encontrar un culpable. Qué difícil no encontrar a nadie para culpar y descargar la ira. Lo sé bien porque me encuentro entre este tipo de persona. Obviamente he musculado bastante mi raciocinio para evitar agresiones a los que me rodean cuando tengo algún tipo de tropiezo. Debe de ser una condición que el finado psiquiatra Leo Kanner no alcanzó a estudiar y clasificar luego de definir los TEA. Pero es una condición seguramente tan extendida como vestir la camiseta de un cuadro de fútbol para mirarlo por TV, e idiota en igual medida.

Así que cuando un viernes 13 nos pegamos el susto de nuestro primer covid19, miramos todos a nuestro alrededor para ver a quién culpábamos. Qué susto teníamos. Pensar que no había nadie en los hospitales, no había gente en los CTIs, los médicos jugaban al ludo en la cafetería aburridos y miles de personas salían a aplaudir a los balcones a las 9 de la noche del susto que tenían.

Y a nuestro alrededor lo que encontramos para volcar la ira del sobresalto fue una señora Carmela bajo los focos seguidores del periodismo. Así que con un cóctel de clasismo clásico, algo de misoginia, probablemente un poquito de gerontofobia de los más jóvenes, violencia contra el patrón de belleza hegemónico, algunos otros ingredientes y el turbo que le pone twitter al odio, la emprendimos a porrazos dialécticos contra Carmela Hontou y procedimos al linchamiento mediático digital que es la forma de ser justos y evolucionados que tenemos en el siglo XXI.
La mujer se había saltado a la torera las normas de prevención que dictaba el sentido común para evitar contagiar a terceros y terminó contagiando a unos cuantos en un casamiento muy cheto (lo de cheto fue un agravante claro).

Cómo le pegamos a Carmela. Porque todos los demás nos sabíamos muy superiores en respeto y civismo y en nuestra capacidad de esfuerzo para cumplir con las normas de prevención que pronto dictaría no ya el sentido común, sino un GACH hecho y derecho.
Lo cierto es que cuando Carmela tuvo su traspié mientras bailaba el vals no sabíamos tanto, no teníamos tanta conciencia y no nos habían dictado consejos y normas para prevenir la propagación de la pandemia por la penillanura suavemente ondulada. Hoy sí tenemos claras muchas medidas y nos han dado consejos, instrucciones y una retahíla de exhortos que es el recurso de cabecera de los que encabezan nuestro gobierno.

Y con mucha más información, repetición de los consejos y tiempo transcurrido a favor, el portero de mi edificio silba tangos a todo lo que le da su potencia pulmonar con el barbijo poco menos que a la altura de los tobillos (jamás en estos 9 meses lo vi con el barbijo cubriendo su boca y su nariz); uno o dos concurrentes por ómnibus ejercitan su resistencia revolucionaria a las miradas inquisidoras de cobardes pasajeros que no se atreven ni a chistarles por ir a hocico descubierto; el obeso que camina por la rambla exhalando el alma en su maratón contra las calorías; y hasta el delivery de la farmacia -créalo o no: ¡el pibe de la farmacia!- con su envío de parathetamol se presentó sin barbijo.

Me sobresalta la pornografía inesperada en la vía pública al ver a dos jovencitas que se saludan con un atrevidísimo beso en la mejilla. Me acongoja la promiscuidad de compañeros de trabajo que cansados del barbijo trabajan tête à tête desnudos de pera a nariz y me incendia de ira el viejo conocido que me reencuentra en la calle y pretende un abrazo fraternal (capaz que hasta con un sonoro "chuic") al más puro estilo argento-tano, (gesto cuyo destierro de nuestra genuina cultura oriental yo esperaba como única compensación posible de esta pandemia cruel). Todos Carmeleamos. Señores académicos de la RAE vayan pensando en incluir el verbo con mayúscula de nombre propio en la próxima edición del diccionario, como término de uso en el Río de la Plata y acepción que quiere decir descuidar o exponer a los demás a un peligro grave, con conocimiento de causa, indiferencia y hasta alegría.

Con la misma arbitrariedad, falta de coherencia, minusvalía cívica y sobre todo injusticia cromagnona con que nos prendemos de la bocina del auto cuando alguien se equivoca y sin embargo insultamos mostrando el dedo mayor al que nos toca bocina cuando nos equivocamos nosotros, los verdugos que ejecutamos mediáticamente a la señora, somos hoy lo que ayer declaramos culpable, pero a nosotros mismos nos lo permitimos. El verbo debería tener tantas denominaciones como nombres propios: Carmelear, Juanear, Marianear, Brainear, Waltear, Rosinear, Franklinear.