La pandemia que lleva casi tres meses de instalada en Uruguay y que nunca alcanzó picos graves, como muchas veces se vaticinó y ha sucedido en muchos países, tuvo un fuerte impacto social. Nadie lo puede dudar, aumento del desempleo, del seguro de paro, caída de los ingresos de cientos de miles de uruguayos, aumento de la pobreza y de la indigencia y volando por encima de todo, una gran incertidumbre sobre el futuro de la economía mundial, nacional, familiar y personal.

En Uruguay junto con los buenos resultados - innegables - en el manejo de la peste, (tenemos 80% de curados y 23 muertos), uno de los mejores registros a nivel mundial, surgió una enorme ola de solidaridad, que se podrían resumir en las ollas populares y las canastas solidarias. Además de medidas adoptadas por el gobierno, en particular a través de las escuelas.

Pero sin la actitud solidaria de las personas, de las organizaciones civiles, de empresas, de muchos orígenes, la situación para mucha gente hubiera sido mucho peor, comprometiendo la alimentación, la salud, la vivienda y condiciones mínimas de una vida digna.

Pero a medida que la vida se va normalizando, aún en medio de situaciones excepcionales, las ollas populares, para resumir en ellas toda la solidaridad social, se van debilitando y además no pueden ser de ninguna manera el soporte permanente de los sectores más débiles de la sociedad, el número de cuyos integrantes ha crecido sin duda.

Lo principal, la clave es el empleo, todas las políticas y medidas que permitan un proceso de recuperación del empleo e incluso de aumento del mismo a nivel nacional. Eso requiere de un esfuerzo extra del Estado, bien planificado, orientado y controlado y por otro lado la inversión de los privados. Hay muchas empresas al borde, de caerse hacia uno de los dos lados posibles: desaparecer o recomenzar su camino. Mucho depende de las políticas públicas hacia las micro, pequeñas y medianas empresas, pero también los grandes emprendimientos. Por eso a veces me preocupa cuando algunos ministros y dirigentes oficialistas juguetean sin mucho conocimiento ni responsabilidad con los pocos grandes proyectos en marcha. Justo ahora.

En las políticas públicas, en la filosofía que expresen, donde no se trata de simplificar que de un lado estamos los buenos y sensibles y del otro los poderosos e insensibles, sino en asumir que hay visiones diferentes, histórica y concretamente diversas. Y que en al final del túnel se harán todavía más evidentes.

La discusión de la LUC en el Senado, mostró que la oposición, (el Frente Amplio) tiene oportunidades, aún siendo minoritaria en ambas cámaras, el problema es definir las prioridades. Hizo muy bien el gobierno y el FA en buscar caminos comunes para la salida o para la nueva normalidad, que no quiere decir renunciar a sus ideas fundacionales que le dan identidad a cada uno.

Así como se recurrió a un grupo de profesionales del más alto nivel para enfrentar la pandemia, la nueva normalidad será crítica, y sería muy importante recurrir con apertura intelectual, cultural y humana a todos los que en la academia y en las ciencias y la tecnología podrían aportar para salir en las mejores condiciones y los mejores tiempos posibles y no volver todos a la noria obsesiva de las elecciones del 2024 como referencia fundamental.

Nadie tiene soluciones mágicas, pero es claro que saldremos peor, lo muestra la propia fractura social y su degradación y lo que sucede en el mundo.

El delito alcanzó los actuales niveles de ferocidad, que pueden crecer ante la desesperación de amplios sectores, por muchas razones, pero no hay ninguna duda que el límite de la vida humana para la delincuencia, ha sido sobrepasada ampliamente y cada día más. En la sociedad uruguaya no solo hay peligro y zonas de hambre, baja calidad de vida, sino también mayor violencia y delito en el horizonte. Y eso no se arregla ni con ferocidades, ni con retoques, hace falta mucha inteligencia política y capacidad para aplicar políticas integrales. Y mucha plata.

Que un desertor de la armada y delincuente, para robar tres pistolas, tres cargadores y un Handy asesine a tres jóvenes infantes de marina, no es un episodio más, es la confirmación que hay límites que se han cruzado de la peor manera y que conviven la solidaridad de las ollas populares y las canastas por un lado y, del otro con las bandas de narcos y con la delincuencia al menudeo pero tan feroz como los narcos.

Se mata para robar un auto, por cien pesos, por la disputa de una pequeña zona para vender droga, por esa calificación genérica y perversa de "ajuste de cuentas", lo que ha crecido es que se mata. Y las cifras son muy claras.

Estoy seguro, es un pálpito, que en los meses de marzo, abril, mayo y primeros días de junio, (duración de la pandemia por ahora) el número de muertos totales en comparación con el 2019 y los años anteriores, fue menor, obviamente en el tránsito, pero en las enfermedades y otras causas, menos en los asesinatos, esos crecieron. Es toda una señal a interpretar.

Lo que no hicimos con la peste, ni el gobierno ni los gobernados, que fue ponernos a especular y a explicar lo que sucedía en el mundo y empezaba a suceder en Uruguay, no podemos hacerlo al final del túnel, sea como sea esa salida a la nueva normalidad o como quieran llamarla. Habrá que actuar mancomunados, aportando soluciones, buscándolas juntos en las diferencias y la polémica seria y profunda y no las chicanas de algunos senadores nada menos que por el asesinato de tres muchachos de la infantería de marina. No es cosa de buena gente.

La violencia a los niveles actuales, incluso en las familias - me horrorizo con los últimos episodios - es un desafío diferente pero tan grande como la peste y lo peor que puede pasarnos es que nos acostumbremos y que el encierro creciente, nos lo impongan los delincuentes.