Contenido creado por Cecilia Franco
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Escribe Esteban Valenti

Opinión | Una historia africana

Si en la África que yo conozco no hubiera corrupción, sería un país en pleno desarrollo, con inversiones públicas y privadas para alcanzar niveles de crecimiento desconocidos

17.02.2021 15:01

Lectura: 4'

2021-02-17T15:01:00-03:00
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El domingo pasado llamé por teléfono a un amigo africano. Lo conozco hace más de 40 años y está pasado problemas de salud. No coronavirus. Se está reponiendo. Es una de las personas más inteligentes y más "africano" que conocí en mi vida, un combatiente anticolonial firme y derecho, un hombre culto y estudioso.

Fue una conversación que nos conmovió a ambos. Hace mucho que no nos vemos y no tenemos una de esas largas charlas entre los diagnósticos, la desilusión y nuestras historias. Una parte es siempre para recordar viejos amigos, hoy desaparecidos y que se los tragó la muerte y no la corrupción.

Me alegró mucha esa conversación, aunque parezca tan lejana de mis tiempos actuales, de las vicisitudes de mis días y de mi tierra. Es bueno tener amigo, aunque sean viejos y lejanos, si son efectivamente buenos amigos.

Lo llamé porque sigo la prensa de esa parte del mundo, dejé allí una parte importante de mi historia personal, una parte de la que estoy muy orgulloso. Aunque algunos imbéciles cada tanto traten de ensuciarla con mentiras y delirios. Allá ellos, no lo lograron, todavía sigo recordando los atardeceres en la "Ilha" y la tierra colorada.

Ese día la prensa traía un detalle de los nuevos niveles de corrupción en el poder. Cambió el presidente, no cambió el partido, pero cambión el clan de personas, de familiares y amigos que se están enriqueciendo a cuatro carillos, con la miseria de su gente, de su pueblo.

Hace algunos meses el ex presidente "nominó" a su sucesor, de su riñón más próximo y "seguro". Ganó las elecciones y asumió. Desde ese momento se decidió a denunciar y combatir la herencia de toda la familia de su antecesor. La familia más rica de África desde que se murió Mobuto hace muchos años, el feroz dictador del Congo.

Se habían adueñado de todo, de bancos, empresas de telecomunicaciones, empresas en Portugal, y sobre todo tenían metidas las manos en el petróleo, que aunque bajó notoriamente sus precios, sigue siendo la principal riqueza. El ex presidente, que en su tiempo fue un amigo, y sus hijos, que están acusados nacional e internacionalmente de una corrupción sin límites.

Ahora los mismos procedimientos cambiaron de titular, pero luego de unos meses de esperanza, de que definitivamente se iba volver a un poco de decencia, de respeto por los que murieron combatiendo por la independencia y contra las invasiones sudafricanas y mercenarias, el país destinaría sus esfuerzos, sus recursos para que la gran mayoría de sus niños, de sus madres, de sus familias tuvieran una vida decente, simplemente decente, sin hambre, sin enfermedades, sin barrios miserables, con agua y servicios básicos.

Lo que más me amarga, es que en esas sociedades, incluso en parte en Sudáfrica, la de Mandela, la corrupción es como una maldición inexorable, destructiva que carcome todo, que envilece a los jefes y resigna a los demás.

Si en la África que yo conozco no hubiera corrupción, sería un país en pleno desarrollo, con inversiones públicas y privadas para alcanzar niveles de crecimiento desconocidos.

Como en occidente hay cientos, miles de empresas que viven de ese robo, de esa podredumbre, el silencio es mundial. Algunos pocos medios de prensa publican algo. Recientemente apareció un diseño en forma de círculo de todo el entorno del actual presidente, los que se enriquecen a cuatro manos y canalladas.

Hoy recuerdo con más cariño y con más admiración que antes a los que trabajaron, los que ayudaron con sus profesiones pero sobre todo con su sensibilidad, su sacrificio, su lata de sardinas diaria, su pan elaborado artesanalmente por primera vez en una gran ciudad. Los que curaron, construyeron, repararon, enseñaron, extrajeron muelas, editaron boletines al más alto nivel, ayudaron a que grandes empresas no siguieran robando con la guerra, fundaron facultades y tantas otras tareas. Y lo hicieron por esa palabra tantas veces manoseada: solidaridad.

Hoy estamos todos tan lejos, que leer ciertas crónicas de la corrupción me abruma el alma. Debería resignarme.

Sin grandes empresas farmacéuticas que investigaron con fondos públicos, que son las más grandes del mundo, son las duelas y señoras de nuestras vidas y nuestra salud a través de las vacunas ¿Por qué no debería aceptar que algunas familias se adueñen de un país y lo hagan su enorme coto de caza de riquezas escandalosas? Es parte de este mundo decadente.