Todos estos importantes avances tecnológicos exponenciales abaratan procesos y elevan la calidad; al mismo tiempo que también habilitan capacidades inéditas como: diagnóstico predictivo en salud, manufactura adaptable a la demanda, agricultura de precisión, logística autónoma y servicios hiperpersonalizados. De esta expansión en productividad y valor emergen nuevos mercados, cadenas de suministro más resilientes y modelos basados en plataformas, donde el conocimiento codificado y los datos se convierten en insumos estratégicos indispensables.
Sin embargo, la distribución de todas estas ganancias es asimétrica. Países con capital humano avanzado, investigación aplicada, seguridad jurídica y acceso a cómputo capturan ingresos desproporcionados respecto de países que van rezagados en estas materias. A escala empresarial, los efectos de red y las economías de escala algorítmica favorecen a firmas “superestrella” capaces de convertir datos con IA en ventajas acumulativas sin precedentes. En el plano laboral, tareas estandarizables son automatizadas, mientras aumentan los retornos de habilidades creativas, analíticas y socioemocionales propias de países más desarrollados. En consecuencia, si no se actúa de manera diligente, estas dinámicas ampliarán aún más las brechas tecnológicas, de ingresos y de desarrollo regionales y continentales.
Por otra parte, la velocidad del cambio acelera la obsolescencia de competencias. Ya no es suficiente un título técnico y/o profesional inicial propio de un modelo económico industrial los años 70’, 80’ y 90’: hoy se requiere adoptar políticas de reciclaje continuo, aprendizaje basado en proyectos y acreditaciones modulares verificables. Las compañías deben reconfigurar estructuras, pasar de jerarquías rígidas a equipos ágiles de producto, invertir en ingeniería de datos y rediseñar procesos con métricas orientadas a resultados sostenibles en el tiempo. La adopción tecnológica sin rediseño organizacional simplemente traslada ineficiencias al software (propio de la digitalización); la verdadera ventaja proviene de saber combinar tecnología, datos, talento y liderazgo del cambio en pro de una experiencia de cliente superior, es decir, practicar seriamente la transformación digital.
Para orientar el poder, la libertad y el sentido de lo humano, hacen falta marcos éticos y regulatorios compartidos. Un entorno tecnológico con una IA confiable exige transparencia razonada sobre datos y modelos, trazabilidad de decisiones de alto impacto, evaluación de riesgos antes y durante el despliegue, y gobernanza del ciclo de vida. La protección de derechos —privacidad, no discriminación, explicabilidad proporcional y mecanismos de reparación— debe ser exigible y al mismo tiempo auditable. En paralelo, la soberanía digital responsable requiere estándares abiertos, portabilidad de datos y supervisión efectiva de proveedores críticos.
Así mismo, la política pública está obligada a aprender a combinar innovación tecnológica con inclusión. Deben ser prioridades la infraestructura digital universal, los pagos digitales seguros, una conectividad asequible, la alfabetización de datos e IA desde la escuela, y becas e incentivos de reconversión laboral. Instrumentos como cuentas de aprendizaje a lo largo de la vida, beneficios portables y seguros salariales ayudan a amortiguar estas complejas transiciones. En los mercados, son esenciales las reglas procompetencia que limiten el lock-in (cliente que queda “encerrado” en una tecnología, plataforma o proveedor porque los costos de cambio son altos), obliguen a la interoperabilidad y abran mercados de cómputo y datos, puesto que, todas estas son iniciativas que nivelan el terreno para nuevos entrantes pequeños y medianos.
La empresa, por su parte debe medir impacto más allá del EBITDA: huella de carbono digital, equidad algorítmica, seguridad de modelos y bienestar de proveedores y usuarios. Así, el liderazgo digital empresarial responsable establece límites claros al uso de datos, incorpora comités de riesgo tecnológico y somete sistemas críticos a auditorías independientes y de probado prestigio.
Finalmente, la inclusión digital está muy lejos de ser periférica: es condición de eficiencia sistémica. Convertir todo el potencial de las tecnologías exponenciales en bienestar equitativo y sostenible exige una cooperación formal público-privada, inversión en capacidades y una mirada ética que ponga a la persona en el centro. Esa es la condición para que el progreso tecnológico sea inclusivo, legítimo y socialmente sostenible.

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