Por Esteban Valenti | @ValentiEsteban

El otro día uno de los participantes en un corte de la avenida 8 de octubre, protestando por la violencia y la inseguridad, dijo algo terrible y muy cierto a un informativo: "Ahora cuando un policía mata a un delincuente o los delincuentes se matan entre ellos, nos ponemos contentos" ¿En qué nos estamos transformando?

Ese es un sentimiento ampliamente extendido - me incluyo -, la violencia de la delincuencia nos ha hecho más malos, menos civilizados y propensos a buscar soluciones violentas para frenar la ola de crímenes, de rapiñas y de hurtos, porque cada día estamos más cansados de estar en la lista de espera de un futuro ataque de la delincuencia.

No se trata de reiterar las cifras de los diferentes delitos, ni siquiera de participar en la carrera por el que pone cara de más duro contra la delincuencia en esta campaña electoral, sino de tratar de analizar cómo ha impactado este proceso, que comenzó hace más de 15 años, pero que se agravó notoriamente, en el conjunto de la sociedad, también en los que se quedaron del otro lado de la profunda zanja social de la desintegración.

Hoy los delincuentes en Uruguay son más malos, más violentos, tienen menos respeto por la vida ajena y propia que antes. No hace falta recurrir a estadísticas, basta mirar la prensa en cualquiera de sus versiones. No ha crecido solo la frecuencia, sino la violencia de los crímenes.

Hay que reconocer algo que en este clima puede que no tenga el menor impacto positivo, pero que nos debería importar: en Uruguay las fuerzas de seguridad no tienen el gatillo fácil y ese dato podría ser un elemento más de la degradación social e institucional del país. Era una posibilidad y un peligro grave y sería bueno que lo valoráramos. Las tentaciones ideológicas venidas del pasado de la izquierda eran muchas.

Los delincuentes se han hecho más violentos, como siempre por diversos motivos, pero el principal es por el crimen organizado y la lucha por el control del territorio ha masificado el uso de las armas y la facilidad y ligereza con la que se utilizan, contra las víctimas del delito y por los sicarios en los ajustes de cuentas.

Pero lo peor es que la maldad se ha extendido en amplios sectores de la sociedad, de gente de trabajo, gente decente que hoy tiene reacciones mucho más violentas o las promueve y aprueba en la lucha contra el crimen. Se podría decir que es comprensible, que se basa en la ley del "ojo por ojo" la ley del Talión que en el antiguo Código de Hammurabi donde se encuentra una de las versiones más antiguas de esa ley de la revancha. Mahatma Gandhi dijo sabiamente ojo por ojo y el mundo terminará ciego.

En realidad, sin llegar a los extremos del Talión, cuando la violencia se vulgariza, se transforma en una práctica cada día más aceptada, no afecta solo los ojos, sino todas las formas de sensibilidad y percepción sobre la vida, sobre el resto de los semejantes, sobre nosotros mismos.

Si la clave de las sociedades civilizadas es disponer de códigos, de leyes y de instituciones para aplicarlas con rigor pero con equilibrio y con la mágica palabra de justicia, la violencia y la desproporción creciente que tenemos en nuestra sociedad afecta nuestro nivel democrático y de civilización.

Es fácil de escribir y podríamos aportar muchas frases célebres en este sentido, pero es muy, pero muy difícil de aceptarla y aplicarla, sobre todo en caliente. Cuando te sucede un hecho violento de parte de delincuentes o incluso de otras personas cada día más aceptamos que la respuesta pueda y deba ser desproporcionada y siempre violenta. Más violenta. En realidad, es la cabeza entera por el ojo.

Es la involución natural de la maldad, del desprestigio de las formas civilizadas e institucionalizadas de combatir el delito y a los delincuentes. Las experiencias en todo el mundo nos muestran que en realidad lejos de vencer la violencia de los delincuentes, introduce su lógica en nuestra propia convivencia, en nuestra sub cultura, es un triunfo de esa sub cultura del delito.

Cualquiera que hoy en día, en esta campaña electoral se atreva a referirse a la necesidad de combatir el delito con más civilización, con más justicia, con más instituciones, tendrá algunos problemas con sus votantes. Porque el delito es una cuestión cotidiana, que asecha a la vuelta de la esquina y en el momento menos pensado y la civilización y la justicia, la educación, la integración social, se mueven en otros tiempos, con otras sensibilidades y con otra mirada.

La izquierda, en todas sus expresiones, política, social, cultural ha retrocedido porque no ha sabido combinar la lucha frontal contra el delito, con la batalla ideológica y cultural de la convivencia y el rechazo a la violencia, que son valores esenciales de una visión progresista, avanzada.

La maldad no se detiene en nuestro enfrentamiento a los delincuentes, se mezcla y se introduce en toda nuestra vida social, en nuestras familias, en cada rincón del deporte, de las fiestas, de la existencia social.

La maldad condiciona nuestras reacciones de solidaridad, de comprensión y fraternidad con los más débiles. La maldad es una patología social en forma de espiral descendente, que se alimenta de nuestros peores fantasmas y miedos.

Por ello, derrotar civilizadamente a la delincuencia, a sus formas más peligrosas y organizadas no es un triunfo de la protección de la vida y de la propiedad, es algo mucho más importante, es ganar la lucha por una sociedad más pacífica, más culta, mejor.