Contenido creado por Nicolás Delgado
Columnistas

Escribe Eduardo Bonomi

Opinión | Somos enanos en hombros de gigantes, solía decir Tabaré

Vázquez trató de gobernar lo más cerca posible del pelotón y de los rezagados, para que no siguieran retrasándose más en la vida.

07.12.2021 21:05

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2021-12-07T21:05:00-03:00
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Somos enanos en hombros de gigantes, solía decir Tabaré… Sin embargo, siempre hay quienes creen que los que tienen las máximas responsabilidades en un país, así como los principales dirigentes políticos, las tienen porque ellos crearon las condiciones que los pusieron al frente de los acontecimientos, y suelen acariciarles el alma a sus personajes preferidos repitiéndoselo una y otra vez.

Algunos se lo creen.

Tabaré Vázquez no. Por eso su frase: somos enanos en hombros de gigantes. Él sabía que fueron las circunstancias, colectivas e históricas, las que lo pusieron al frente de una correntada tan fuerte como la que llevó al Frente Amplio a ganar en primera vuelta las elecciones de 2004, y luego en el balotaje de 2009 y 2014. Después que, en 1999 y durante lo que va del siglo 21, el FA se transformara en la principal fuerza política de este Uruguay.

No son los grandes personajes de la historia los que crean las circunstancias y los acontecimientos colectivos que terminan modificando el devenir. Son los grandes colectivos, el accionar de los contingentes humanos, los que crean esas condiciones.

Pero la historia no se equivoca. Cuando los hechos colectivos son absolutamente representativos de los más amplios sectores populares, como se puede observar en la lucha y en los grandes actos del Frente Amplio: desde el 26 de marzo de 1971 a los actos de 2004, 2009 y 2014, previos a las elecciones y luego de haberlas ganado, los personajes que, en hombros de gigantes, llegaron a tener las mayores responsabilidades, tenían que pertenecer, necesariamente, a los más vastos sectores del pueblo para poder representarlo.

Y los antecedentes de Tabaré Vázquez hablan por sí solos: su padre fue un dirigente sindical de Ancap, preso durante la huelga de los cincuenta, que se casó muy tempranamente para que su esposa dejara de trabajar, como lo hacía desde niña, de empleada doméstica; tuvo un hijo mayor que fue mecánico tornero y trabajador de Ancap, una hija costurera que ayudaba a sostener la familia en épocas difíciles, otra hija que ayudaba a la madre a mantener la casa: lavaban la ropa a mano y la tendían en un alambre en el fondo o la ponían a blanquearse al sol en el pasto. Los gurises se bañaban en un latón con el agua calentada a primus o muchas veces al sol.

Hubo un hijo menor que fue militante sindical de la Salud Pública y estuvo preso desde 1972 en adelante.

Tabaré se crió en un barrio obrero, cuando el barrio era la extensión de la familia y donde trabajar tempranamente era una necesidad ineludible. Se enseñaban y aprendían valores de trabajo, solidaridad y compañerismo, y lo peor que se podía ser era ser un carnero…

Las marchas de los primeros de mayo de los obreros frigoríficos, las huelgas frigoríficas, con dura represión policial y militar, formaban parte del aprendizaje adquirido. Los hijos de los trabajadores en huelga iban a “tomar la leche” en la casa de algún compañerito de clase cuyos padres pertenecían a un sindicato que no estaba en huelga.

Los comerciantes les fiaban a los trabajadores hasta que volvieran a trabajar y pudieran pagar.

Tabaré Vázquez concurrió a la escuela Yugoeslavia, pública, y luego al liceo Bauzá y al liceo 11 del Cerro.

Fue fundador del Arbolito y muy comprometido con el Club Progreso. Fue su presidente cuando salió campeón uruguayo en 1989.

Es una historia de barrio, de la post guerra, de familia de inmigrantes corridos de Europa por el hambre y por las guerras, de pobreza con dignidad. Historias de trabajadores que podían pensar en un futuro hecho de los esfuerzos de un ahora siempre presente. De transmisión de valores, cultura de trabajo, de la humildad y la rebeldía. Donde la palabra valía más que la firma y un apretón de mano era para toda la vida y donde la injusticia  y la traición no se perdonaban. Nadie era más que nadie, pero tampoco menos. Siempre hubo una respuesta para la prepotencia del de arriba: más solidaridad, más compañerismo, más lucha, donde el honor -el honor del pobre que se revela- vale más que la vida.

María Auxiliadora, empleada de la Caja de Profesionales, vecina de La Teja, fue quien impulsó a Tabaré para que retomara los estudios y quien lo apoyó para que pudiera estar afuera del país, especializándose en Francia y en Israel.

Se recibió de médico para ejercer la profesión y no para colgar el título como un lindo adorno en un living o en un despacho, hasta transformarse en el oncólogo de prestigio que fue después, sin olvidarse nunca de sus amigos del barrio: los que lo sorprendieron yendo al Hospital cuando dio su último examen. Al punto que años después seguía contando la anécdota de uno de ellos, del Pistola Marsicano, durante el examen, preguntándole, con una túnica blanca puesta, ¿está todo bien, Tabita?

Hizo política de camisa arremangada, casa a casa, conocedor de los problemas de la gente, con lenguaje claro y comprometido con los más necesitados. Cumplidor de sus compromisos: delo por hecho, decía en la campaña por la IMM en el año 89. El que afirmaba que entre tapar un pozo y darle de comer a un niño,  le daba de comer a un niño.

Por eso, Tabaré trató de gobernar lo más cerquita posible del pelotón y del camión de los rezagados, para que no siguieran retrasándose más en la carrera de la vida.

El FA, en las elecciones del 71, el 84 y el 89, fue aproximadamente el 20 por ciento de los votantes; con Tabaré como candidato, en el 94 fue el 30 por ciento, y en el 99, tuvo el 40 por ciento y se transformó en la primera fuerza política del país: lugar que todavía ocupa.

Fue el primer intendente y el primer presidente de izquierda. Volvió a serlo por segunda vez y, en el balotaje de 2014, alcanzó el 56 por ciento de los votos válidos.

Como oncólogo sabía muy bien el tiempo que le quedaba por delante y se despidió de todos nosotros, en su barrio, entre los suyos, en otro acto descomunal e inolvidable. Nos dijo: No te rindas, no te rindas…

          No te rindas, por favor no cedas

          Aunque el frío queme

          Aunque el miedo muerda

          Aunque el sol se esconda

          Y se calle el viento

Aún hay fuego en tu alma

Aún hay vida en tus sueños

No te rindas, que la vida es eso

Continuar el viaje

Perseguir tus sueños

Destrabar el tiempo

Correr los escombros

Y destapar el cielo

Vivir la vida y aceptar el reto

Recuperar la risa, ensayar el canto

Bajar la guardia y extender las manos

Desplegar las alas e intentar de nuevo

Celebrar la vida y retomar los cielos.

Eso fue un legado y un compromiso, y los frenteamplistas no nos rendimos,  Tabaré: Acá estamos, junto al pueblo, cerquita del pelotón, siempre,  y seguimos peleando para reencontrar una sociedad más justa y solidaria, hasta que un día, pronto, cuando empiece a amanecer y a clarear el horizonte, se comience a divisar el negro perfil del monte, podamos volver a decir nuevamente: festejen, uruguayos, festejen, que la victoria es de ustedes…