Contenido creado por Cecilia Franco
Jorge Larrañaga Vidal

Escribe Jorge Larrañaga Vidal

Opinión | Sobre el Mercosur, el TLC con China y los intereses nacionales

Uruguay nunca encontró en el Mercosur la salida para sus productos que tan desesperadamente necesita, y así la economía se estancó, y quienes apostaron al desarrollo previendo que el Mercosur les abriría nuevas posibilidades terminaron, muchas veces, fundidos

13.09.2021 10:13

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2021-09-13T10:13:00-03:00
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El Mercosur fue una idea brillante. Tomando la inspiración de la experiencia comunitaria europea, hace casi 30 años cuatro países muy disímiles plantaron la semilla de lo que podría haber sido un frondoso árbol de integración, pero que en los hechos se pudrió en la tierra.

Resulta imposible leer la declaración de principios del Tratado de Asunción y no estar de acuerdo con, cuando menos, la mayor parte de las ideas allí vertidas. En los noventa, los grandes bloques parecían ser el futuro, y ese espíritu se aprecia en todo el texto.

Sin embargo, vivimos en un mundo post-Brexit, donde la integración no necesariamente va por ceder un poco de soberanía para pagar la membresía de un club que, en teoría, permitiría acceder a un mercado común más grande y mejores condiciones para negociar con el resto del mundo, pero que en la práctica ahoga con burocracia y restringe la libertad de negociar.

Lamentablemente, el camino de la integración requiere superar las mezquindades nacionalistas y la visión a corto plazo, entendiendo que el comercio nos enriquece a todos. Pero, ya sea camiones detenidos en la frontera con Brasil o bicicletas que no pudieron ingresar a Argentina, Uruguay nunca encontró en el Mercosur la salida para sus productos que tan desesperadamente necesita, y así la economía se estancó, y quienes apostaron al desarrollo previendo que el Mercosur les abriría nuevas posibilidades terminaron, muchas veces, fundidos.

El corte de los puentes que nos unen con Argentina, que todos tenemos frescos en el recuerdo, demostraron que la libre circulación de bienes y servicios no era más que letra muerta en acuerdos internacionales que solo crearon burocracias que consumieron recursos sin dar un valor tangible. La resistencia de los países "grandes" del bloque a negociar con otros países reveló un egoísmo nacionalista que nos costó caro, ya que los uruguayos somos muy pocos para pensar en un mercado interno como única estrategia de progreso, más considerando el volumen proporcional que produce el país. Hace unos días se conoció que Uruguay había superado a Argentina como exportador de carne, y que exporta un volumen cercano al 25% de Brasil, algo notable considerando el tamaño y población de cada país, y que más que justifican el deseo de ganar mercados para nuestros productos.

En este marco, la mejor estrategia que puede adoptar nuestro país es buscar por sí mismo otros mercados, y en ese sentido el reciente anuncio de que se buscará un TLC con China no nos merece más que aplausos. No hay, hoy por hoy, un mercado más atractivo que el chino, y el presidente lo sabe, y allí apunta. Por supuesto que no faltan detractores, incluyendo, insólitamente, a aquellos que por ideología se encuentran más afines al Partido Comunista Chino que Lacalle Pou. Críticas que solo se entienden estudiando a quienes las realizan, ya que estos aún ven el mundo como una lucha entre dos bloques antagónicos que buscan erradicarse unos a otros. El fracaso mundial del Comunismo, que solo tiene vestigios en lugares como Cuba o Corea del Norte, más pintorescos que funcionales, dio lugar al mundo en el que vivimos, en el que todos comercian con todos y en el que Chávez podía acusar a Bush de oler a azufre, pero al que no dejaba de venderle petróleo.

El gobierno chino, justo es decirlo, tiene muy malos antecedentes en materia de Derechos Humanos que hacen que cualquier acuerdo con este país deba ser estudiado con cuidado. Pero lo que se plantea es un tratado comercial, no una alianza política ni un reconocimiento a acciones que resultan incompatibles con la vocación democrática uruguaya.

Durante mucho tiempo la diplomacia uruguaya estuvo marcada más por las simpatías del gobierno que por los intereses del país. El círculo virtuoso, lo llamaba Gargano. En ese aspecto, el pragmatismo del presidente resulta refrescante en tanto la política exterior del país no depende de personalismos, afinidades y caprichos de los dirigentes de turno.