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Escribe Esteban Valenti

Opinión | Presupuesto, Estado y reactivación

Con el debate presupuestal futuro se abre un proceso que no es fundamentalmente económico, es en primer lugar ideológico, político y de proyecto nacional

05.08.2020 14:15

Lectura: 7'

2020-08-05T14:15:00-03:00
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Todavía no conocemos los números del proyecto de Presupuesto Nacional 2021-2025, solo algunos conceptos y comentarios, oficiales y opositores. Esta ley siempre fue fundamental para todos los gobiernos nacionales, pero en esta nueva situación, adquiere mayor importancia. Una importancia diferente.

Insisto, yo no la voy a llamar la "nueva normalidad" a la posteridad lenta y fatigosa luego de la pandemia, la voy a llamar exactamente al revés "la nueva anormalidad", por diversos motivos, que trataré de explicar.

Pretender luego de varios años volver al pasado, después un impacto enorme como la pandemia, es no solo imposible sino inconveniente. Hay que volver y se volverá a una nueva situación, en particular a nivel global, que es la única manera de encarar la situación nacional. Existen nubarrones espesos y concretos, nuevas amenazas de pandemias (la más reciente la nueva versión de la fiebre porcina) y sobre todo por el cambio climático. Las cuarentenas demostraron de manera muy clara que el impacto en el medio ambiente se debe en lo fundamental a la producción y la actividad humana.

Por ello, no será ni posible ni conveniente simplemente planificar un retorno al pasado más o menos parecido. Ni en el empleo, afectado de manera catastrófica, que además sufrirá el impacto de las nuevas formas de empleo a distancia, de la inteligencia artificial, de la robótica y de una gigantesca reestructura de las empresas, comenzando por las más grandes y por los propios Estados.

Las nuevas tecnologías de la información, que están jugando un papel extraordinario durante las cuarentenas, ya están procesando cambios que no son tecnológicos, sino estructurales, en cuanto a la relación con las libertades y la concentración monstruosa de información en los grandes operadores; las industrias farmacéuticas no están solo tensionadas por la investigación de nuevas curas contra virus, y de vacunas, toda la estructura sanitaria ha crujido y sigue crujiendo. Incluso en los grandes países ricos y desarrollados.

Los Estados y las teorías tradicionales y en boga sobre su reducción, su adecuación, sus reformas también requerirán de análisis y revisiones muy profundas y exigentes. La nueva anormalidad ya reclama de otros Estados, más eficientes y más modernos en todos sus engranajes.

El propio concepto de desarrollo, de progreso, que han marcado casi 200 años de nuestra historia mundial, desde el uso de las combustibles fósiles para el transporte y la industria, están en revisión profunda. ¿Es posible hoy desarrollo y progreso sin sostenibilidad ambiental, social y de la salud humana?

Todo ello requiere en este caso como siempre, cambios políticos e institucionales a nivel internacional, con nuevas gobernanzas, a nivel regional y también nacional. Cambios que evolucionen sobre bases culturales, científicas y tecnológicas que exigen una nueva mirada ética.

Los buenos gobiernos, serán aquellos que hayan sorteado de la mejor manera, la terrible prueba de la pandemia, con menos contagiados y muertos proporcionalmente a su población, con menos impacto en sus economías y en sus sociedades, pero que planifiquen junto al sector privado y a la sociedad civil, a la academia y a la cultura, las nuevas rutas y avancen por ellas y sean críticos y capaces de corregir con valentía los rumbos o acentuarlos. No habrá carreteras planas y lisas en el futuro.

De los razonamientos sobre grandes temas hay que bajar a la realidad concreta.

El otro día escuché al Ministro de Transporte y Obras Públicas, Luis Alberto Heber hablando en los medios sobre la responsabilidad y el retrazo del MTOP ante el avance de las obras para concretar la mayor inversión industrial y logística de la historia nacional. A pesar del griterío cada día más minúsculo de algunos sectores, de solo pensar que sucedería si no tuviéramos esos proyectos en marcha me vienen escalofríos. El Uruguay sería diferente y mucho más débil.

El paquete es de seis obras diferentes: la planta UPM2 (la mayor inversión de la historia nacional); la forestación adecuada para que funcione esta industria de la celulosa (necesita producir otras 12 millones de toneladas anuales de madera); el Ferrocarril Central que cualquiera comprende que solo es posible por esta planta de UPM y para transportar su carga al puerto de Montevideo, aunque tenga muchas otras posibilidades; la construcción de un puerto especializado para la carga a granel de la celulosa; el viaducto para permitir el ingreso al puerto del ferrocarril y mejorar substancialmente toda la operativa portuaria del único puerto de aguas profundas, Montevideo y, por último todas las obras (decenas) de puentes (nuevos y reforzados para llevar los 12 millones de toneladas de madera hasta la planta en Paso de los Toros. ¿Hay que agregarle algún adjetivo a estas obras? ¿Sería igual la situación nacional, productiva, económica, laboral si no existieran estas inversiones y estas obras?

No me vengan con el tema ambiental, porque los piqueteros y algunas organizaciones internacionales, -ahora desaparecidas por esta zona - como Greenpeace, nos amargaron la vida a los uruguayos durante mucho tiempo y ahora tenemos, hace trece años funcionando dos gigantescas fábricas y no hemos tenido un solo incidente ambiental destacado. No es por buenos (UPM y Montes del Plata), es porque nadie invierte miles de millones de dólares para arriesgar el cierre de esas fábricas por un mal manejo ambiental. Elemental.

La preocupación que se me vino encima es si ¿el Estado uruguayo está actualmente en condiciones de tener las capacidades humanas, profesionales, la cantidad y la calidad de técnicos para manejar en los tiempos necesarios ese enorme paquete de inversiones que tendrán un gran impacto en el empleo, en la producción, en el transporte y en la vida de una amplia zona del país? Y en todo el país.

Las interrogantes, exigencias, definiciones que deberá adoptar el Estado en todos estos frentes serán enormes y eso requiere gente, cultura de la eficiencia y de los resultados, calidad en la gestión, cuidado por los detalles y el cuidado de nuestros intereses nacionales.

Estamos hablando de los recursos humanos capacitados para manejar la contraparte de todo este proceso. Deberíamos invertir lo necesario y urgente, porque ganaríamos todos los uruguayos si en el Estado los encargados de controlar, de aprobar, de seguir, de ser interlocutores del sector privado son los recursos humanos adecuados. Estamos hablando de ganar tiempo y mucho dinero.

¿Estamos preparados? Porque además, los riesgos son enormes, en la marcha y avance de los proyectos, y en los contratos (los viejos y los nuevos) en cuanto a multas y sanciones. ¿Se tendrá en cuenta esos elementos en los recursos del Estado? .Es una pregunta que formulé en un artículo anterior sobre la ciencia y la política.

Podemos aparentar que ahorramos algo hoy y pagarlo muy caro en un futuro próximo y con costos irrecuperables.

Con el debate presupuestal futuro se abre un proceso que no es fundamentalmente económico, es en primer lugar ideológico, político y de proyecto nacional. Los partidos que gobiernan ahora, que han demostrado de la mano del presidente una muy buena capacidad para combatir la pandemia, todavía deben demostrar una enorme incógnita, que comenzó en los años 50, pasó por los dos gobiernos blancos (58-66), por la dictadura y luego con matices por los gobiernos de los partidos históricos: si realmente creen que el Uruguay tiene un espacio en la producción industrial, en la cadena agroindustrial de calidad, en la logística, en la construcción, en las nuevas tecnologías o si nos debemos replegar nuevamente a los servicios financieros y sus alrededores. La LUC da en ese sentido señales muy complejas.

(*) Periodista, escritor, director de UYPRESS y de Bitácora. Uruguay