Este Día del Inmigrante Italiano nos congregó en la emblemática plaza Independencia, en una ceremonia que fue mucho más que un homenaje: fue un reconocimiento vivo de raíces, identidad y fraternidad entre dos pueblos. Como Consejero por Uruguay del Consiglio Generale degli Italiani all’Estero (CGIE), junto a Fabrizio Petri — Embajador de Italia — y a Patricia Bardini — secretaria del COMITES de Montevideo — tuvimos el honor de brindar un homenaje con ofrenda floral al prócer José Artigas. Nos acompañaron legisladores nacionales, representantes de las asociaciones italianas, una delegación de la Scuola Italiana y, para solemnizar la ocasión, miembros de los Blandengues en guardia de honor, con un emotivo toque de clarín.
Cuando vemos la magnitud de la comunidad ítalo-uruguaya, el sentido de este acto se vuelve aún más profundo. Al rendir homenaje a Artigas en esta ofrenda, celebramos más que su figura histórica. Celebramos también a aquellos inmigrantes que llegaron con esperanza, valentía y humildad; a sus familias; a sus descendientes; a quienes supieron construir puentes entre naciones; a quienes, con esfuerzo y amor, contribuyeron a construir este Uruguay plural y diverso.
Para quienes, como yo, somos hijos o nietos de inmigrantes, este vínculo no es abstracto: es tan real como la pasta amasada por nuestras abuelas, los domingos de familia reunida, los sabores de nuestra mesa, las melodías que han resonado en teatros, coros y salas de concierto. Esa herencia cultural, gastronómica y afectiva, que trajeron con coraje tantos italianos entre los siglos XIX y XX, vive hoy en millones de uruguayos que mantienen viva la memoria, la tradición y la identidad.
Pero la relación entre Italia y Uruguay no se limita al pasado. Hoy ese puente se renueva permanentemente: nuestra colectividad, activa y comprometida, fortalece los lazos económicos, culturales y diplomáticos entre ambos países. Esta profunda conexión social, pero también institucional — a través del CGIE, COMITES, escuelas, asociaciones y vínculos consulares — constituye un capital invaluable para la cooperación bilateral y para la proyección de nuestra comunidad en el mundo.
Como descendiente de un inmigrante italiano, siento en lo más profundo que este reconocimiento es un acto de gratitud. Gratitud hacia esa Italia que vio partir a tantos hombres y mujeres en busca de un futuro digno; gratitud hacia este Uruguay que los recibió con los brazos abiertos; y gratitud hacia sus descendientes, que continúan honrando ese legado con trabajo, cultura y orgullo.
Esta ofrenda floral no solo recae sobre mármol y bronce. Reposa sobre la memoria colectiva, sobre generaciones, sobre identidades compartidas. Es un acto simbólico que dice “gracias”, pero que también reafirma un lazo indestructible entre dos pueblos.
Y ese lazo, forjado en la historia, vive, late y se proyecta hacia el futuro
Un día que nos toca el alma
Cada inmigrante italiano es, para quienes heredamos esa historia, un día profundamente significativo. No sólo porque recuerda el viaje de quienes llegaron desde distintas regiones de Italia, sino porque también nos invita a renovar el compromiso con los valores que trajeron consigo: trabajo, dignidad, familia, identidad y esperanza.
Como hijo de un inmigrante italiano, la conmemoración adquiere para mí un sentido íntimo y poderoso. Mi padre, como tantos otros, llegó con poco equipaje pero con una enorme convicción interna: la certeza de que con esfuerzo, amor por la familia y fe en un futuro mejor era posible reconstruirse desde cero. Esa misma convicción acompaña hoy a miles de descendientes que continuamos honrando su legado.
La Plaza Independencia: un puente simbólico
Celebrar este día en la Plaza Independencia no es casual. Es un lugar que testimonia, de forma silenciosa pero elocuente, la presencia italiana en los cimientos de Montevideo.
El
trazado de la plaza fue diseñado por Carlo Zucchi, un arquitecto
italiano que dejó una impronta definitiva en la estructura urbana de la ciudad.
El majestuoso monumento al Prócer es obra de Angelo Zanelli, escultor
italiano que supo trasladar la estética clásica al corazón de la nación
oriental.
Y a pocos pasos se eleva el Palacio Salvo, obra del arquitecto italiano Mario
Palanti, símbolo indiscutible del perfil urbano de Montevideo.
Estos nombres, que forman parte de la memoria arquitectónica del país, reflejan sólo una parte del aporte italiano. La verdadera herencia está también en la vida cotidiana, en la cultura, en la gastronomía y en el alma misma del Uruguay.
Un legado que se vive en cada casa: son tradiciones que se transmiten de generación en generación, que construyen identidad y que nos conectan con una memoria afectiva tan rica como genuina.
Italia no sólo aportó trabajo: sembró cultura, comunidad, belleza y futuro.
Un gesto que agradece y une: la ofrenda floral al prócer José Artigas fue, para mí, más que un acto protocolar. Fue un agradecimiento profundo.
A
esta tierra que recibió a nuestros inmigrantes.
Que les permitió crecer, trabajar y construir familias.
Que les dio un espacio para aportar y sentirse parte.
Que se convirtió, con el tiempo, en su hogar tanto como la Italia que dejaron
atrás.
Como Consejero del CGIE, siento la responsabilidad de mantener vivo ese puente entre ambos países, fortalecer nuestras instituciones y asegurar que las nuevas generaciones conozcan y valoren la historia que nos trajo hasta aquí.
El Día del Inmigrante Italiano no es sólo un recuerdo del pasado: es una celebración del presente y una apuesta al futuro. Es la reafirmación de que Italia y Uruguay comparten una historia que se sigue escribiendo día a día, con trabajo, identidad y afecto.

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