La inteligencia artificial generativa (IA-GPT), nos viene tentando con un festín de respuestas instantáneas. Sin embargo, así como la comida rápida engorda el cuerpo, el exceso de “calorías cognitivas vacías” puede engordar el cerebro… de pereza. Investigadores del MIT Media Lab recientemente acuñaron el término “deuda cognitiva” para describir el letargo neuronal que se instala cuando delegamos casi totalmente el pensamiento en algoritmos: en su experimento con 54 estudiantes, el grupo que escribió con ChatGPT mostró casi 50 % menos conectividad cerebral que quienes redactaron a pulso, dejando en evidencia un apagón progresivo de la actividad mental.
Tras semanas de uso intensivo de ChatGPT, los cerebros ya habituados a la “muleta digital” no recuperaron su energía aun cuando la IA fue retirada de escena, como músculos atrofiados después de mucha inactividad física. A partir de este fenómeno surge la analogía de la “obesidad cerebral”: un sedentarismo intelectual que almacena “grasas mentales”, es decir, capacidades ociosas cognitivas que se acumulan porque literalmente dejamos de ejercitarlas.
Este sedentarismo intelectual va impactando de manera importante en la memoria exprés. Solo 1 de cada 6 usuarios de IA-GPT del estudio del MIT Media Lab recordaba frases de su propio texto minutos después de haberlo escrito. Cuando la máquina se lleva todo el esfuerzo de pensamiento, nuestro cerebro no es capaz de grabar porque confiamos en que ChatGPT “lo recuerde” por nosotros.
Toda la evidencia indica que el uso en exceso de IA-GPT eleva los niveles de “anemia creativa”. Los ensayos asistidos con ChatGPT en el estudio del MIT convergieron en los mismos clichés, puesto que, estos modelos de IA generativa producen lo estadísticamente cercano al promedio arrastrando cada idea al mismo gris; “todo se vuelve promedio”, como muy bien lo ha señalado la coautora del estudio Nataliya Kosmyna.
Otro de los efectos no deseados de la IA-GPT es el pensamiento crítico en modo piloto automático. Así quedó demostrado en un trabajo de Microsoft y Carnegie Mellon donde se probó que, aunque resolvemos más rápido con IA, cuestionamos menos las respuestas y perdemos filo analítico. Así, la famosa “vigilancia intelectual” se adormece.
Entonces ¿debemos prohibir la IA? Nadie cura la obesidad prohibiendo la comida; se cura aprendiendo a comer. Con la inteligencia artificial ocurre exactamente lo mismo: se trata de saber usar y no de abusar. ¿Qué prácticas concretas pueden evitar caer en el sedentarismo mental? He aquí un plan básico de entrenamiento cerebral cuando se hace uso de la IA: 1) Pensar primero, IA después. Bosquejar nuestras ideas antes de abrir el chat con IA; obliga al cerebro a calentar motores y usar a la IA solo para contrastar o pulir nuestras ideas iniciales. 2) Resumir en voz alta lo que la IA nos devolvió. Reformular activa la memoria y evita que el conocimiento se esfume. 3) Combinar lo digital con lo analógico. Tomar notas a mano o dibujar esquemas pone a trabajar redes neuronales que el teclado simplemente deja dormidas. 4) Usar la IA para preguntar, pero no para delegar completamente: por ejemplo, podemos consultar a ChatGPT para contrastar información o generar nuevas perspectivas, pero no para que haga todo el trabajo. 5) Evaluar el proceso, no solo el producto. En educación y trabajo, pedir borradores previos sin IA y luego versiones pulidas con IA garantiza que el músculo mental se ejercite antes de recibir la proteína sintética de la IA. 6) Cultivar “humildad intelectual”, lo que se traduce en cuestionar las salidas brillantes —y sospechosamente fáciles— de cualquier modelo de IA-GPT; el escepticismo también quema un importante volumen de calorías cerebrales.
La IA está muy lejos de ser un villano; es una cinta de correr que puede fortalecer o atrofiar, según quién lleve el mando de esta. Si la convertimos en chofer permanente, inevitablemente nos bajaremos de la carretera del pensamiento autónomo. Pero si la usamos como copiloto, amplificará nuestra marcha sin robarnos el volante. La regla es sencilla: el cerebro, como el cuerpo, sigue la ley de “úsalo o piérdelo”. Mantengámoslo en forma antes de que el confort digital con IA lo confine a una silla de ruedas intelectual. Conservar el equilibrio entre nuestra mente y la IA nos permitirá beneficiarnos de esta disruptiva tecnología sin renunciar a lo que nos hace verdaderamente humanos inteligentes.

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