Contenido creado por Gonzalo Charquero
Alejandro Andrada

Escribe Alejandro Andrada

Opinión | Movimientos vecinales en Montevideo: entre la diestra y la siniestra

Queda preguntarnos si nuestra democracia tiene el grado de madurez como para aceptar un movimiento vecinal autónomo e independiente.

07.07.2023 15:40

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2023-07-07T15:40:00-03:00
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En Uruguay no existe algo así como un movimiento vecinal organizado. Lo que sí existen son organizaciones de vecinos, que operan a nivel barrial y que, por lo general, buscan mejorar algún aspecto de su realidad inmediata.

Por lo general, las movilizaciones vecinales tienden a ser reactivas y de existencia efímera. Aparecen ante una problemática particular y desaparecen apenas se resuelve. No obstante, también hay estructuras estables, algunas incluso muy antiguas y con personería jurídica, me refiero a las Comisiones de Fomento Barrial (CFB).

Por instinto gregario, el ser humano siempre supo que juntarse con sus iguales era una forma efectiva de alcanzar objetivos superiores. Donde el individuo solo no podía, el grupo era capaz de operar sobre las personas y otorgarles superpoderes. Pero por más importantes que fueran estos grupos, la historia nos demuestra que los liderazgos locales siempre existieron, y también en las CFB.

Siempre hubo algunos vecinos que se ponían la mayor tarea sobre sus hombros y eran hacedores altamente eficientes. Por momentos personalistas y autocráticos, los presidentes y las presidentas de las CFB han sido líderes que se caracterizaron por tener una motivación intrínseca muy grande, una gran capacidad de trabajo constante y abnegado.

Las CFB funcionaban por lo general en la casa de alguno de sus integrantes. En tiempos no tan lejanos, en algunos lugares de Montevideo, esta sede comunitaria era la única que podía ofrecer acceso a un teléfono fijo para efectuar o recibir una llamada telefónica, o incluso de disponer de un vehículo propio, que en caso de necesidad, podía llegar a “convertirse” en ambulancia.

Por sus características, por su vocación de servicio, por ser vecinos que en términos económicos generalmente tenían su vida más o menos resuelta y no necesitaban de la comisión para obtener beneficios personales, estos referentes barriales históricos, con ribetes caudillescos, matriarcales y patriarcales, gozaban de un importante prestigio y popularidad local. Y esas condiciones los hacían especialmente atractivos para los partidos políticos.

Las CFB se reunían al menos una vez a la semana. En ocasiones generaban reuniones con autoridades de la antigua Intendencia Municipal de Montevideo, con ediles de la Junta Departamental, ministerios, la seccional policial, y por este medio trasladaban las inquietudes comunitarias. En el ruedo barrial era donde muchos políticos blancos y colorados se hacían conocidos y, en la medida que sus gestiones fueran exitosas, también adquirían credibilidad y prestigio, todas condiciones que en algún momento podrían llegar a capitalizar en votos.

A la luz del 2023 muchos podrán decir que esta forma implicaba una relación de tipo clientelista pero, nos guste o no, es como se dieron las cosas durante gran parte de la historia de nuestro departamento. Hasta aquí una parte, conocida seguramente por muchos, pero hay otra que no lo es tanto.

La reactivación de lo barrial

La publicación en Internet del “archivo Berruti”, conocidos también como los “Archivos del Terror de Uruguay”, me llevaron a revisar cómo estaba la cuestión vecinal en los ficheros del Servicio de Inteligencia. Fue así que me enteré de que entre 1968 y 1972 existió el Movimiento Vecinal de Montevideo (MOVEMO), que intentó unificar y liderar a las CFB en una especie de federación y llegó a agruparlas en importante número. En el período mencionado habría estado vinculado a grupos católicos seguidores de la Teología de la Liberación y habrían logrado coordinar algunas movilizaciones interesantes, sin llegar a inquietar a los gobiernos de la época.

Durante el período dictatorial de 1973 a 1984 las movidas vecinales quedaron circunscritas a cuestiones de tipo más social: organizar un baile de fin de año, un tablado una fiesta y poca cosa más. De todas formas, fue importante para mantener el tejido social unificado.

A partir de 1985 la intendencia colorada del doctor Aquiles Lanza comenzó a realizar un gran trabajo en territorio, reactivando las CFB. Tan importante fue este trabajo que muchas de las policlínicas barriales que existen hoy, al igual que los centros CAIF, no son otra cosa que la evolución de las policlínicas y guarderías comunitarias creadas en ese período por los vecinos, con apoyo estatal, pero todo gestado desde 18 y Ejido.

El sistema no era perfecto y tenía muchas desprolijidades propias de una comunidad que empezaba a crear desde cero, haciendo y aprendiendo desde la experiencia. No obstante, lograba involucrar a los vecinos en torno a objetivos comunes generando comunidad. Y no tengan la menor duda, pues soy testigo presencial de ese tiempo.

Mientras los colorados avanzaban y afianzaban su inserción territorial en todo Montevideo, el Frente Amplio no se quedaba atrás. Allá por 1987, a través de comunicados de prensa, reapareció el MOVEMO, cuestionando la metodología de registro de las CFB por parte de la Intendencia y presentando reparos al trabajo realizado.

Es en este período que el archivo Berruti define al MOVEMO como una organización “fachada del Partido Comunista del Uruguay” cuyos dirigentes estaban claramente identificados y en su mayoría eran integrantes activos.

Los objetivos principales del MOVEMO, según los documentos, serían realizar el trabajo ideológico a la interna de las CFB, y funcionar como mecanismo de captación de militancia para el Frente Amplio, todo de cara a las elecciones de 1989. A pesar de estar en democracia, los servicios de inteligencia seguían sus acciones y advertían que de la manera que se venía trabajando, era probable que el FA conquistara el departamento de Montevideo en las elecciones departamentales, y que eso a la vez podría ser lo que a posteriori los llevara a ganar las elecciones nacionales, cosa que efectivamente sucedió.

Tras la salida de la dictadura los niveles de pobreza eran altísimos, así como la deuda externa, y una inflación creciente. Las áreas suburbanas del departamento se habían llenado de cantegriles donde el acceso a servicios básicos era una utopía y, a pesar de todos los avances que se produjeron en el gobierno del doctor Julio Maria Sanguinetti, las urgencias sociales eran muchas y superaban la capacidad de respuesta del Estado, generando descontento popular.

En este contexto el MOVEMO supo sintonizar con ese deseo de acceso a los servicios básicos, y conjuntamente con el MOVIDE (Movimiento Pro Vivienda Decorosa) por el derecho a una vivienda digna, efectuaron un gran trabajo político, desde lo social.

En medio de las circunstancias imperantes no fue una tarea tan difícil movilizar la voluntad popular. Digamos que actuó como un gran catalizador del descontento.

Los centros comunales

Una vez que el Frente Amplio ganó las elecciones departamentales, cambió la estrategia. En 1990 creó los Centros Comunales Zonales (CCZ) con sus correspondientes Juntas Locales, que históricamente habían existido en gran parte de los pueblos del departamento. Las CFB pasaron a ser no reconocidas y deslegitimadas. Esto no era algo casual sino estratégico, ya que allí radicaba gran parte del poder del principal adversario del FA, el Partido Colorado.

Bajo el nuevo sistema, los representantes vecinales oficiaban como concejales, quienes además eran militantes frenteamplistas salidos directamente desde los Comités de Base. Para muchos de estos militantes, devenidos en concejales, forjados en las bases teóricas del marxismo leninismo, el “poder popular” no era algo que estuvieran predispuestos a compartir “con la derecha”, léase, con los vecinos blancos y colorados que se arrimaban a participar del juego “demokrático”. Así que el vecino que se acercaba tenía que tener el cuero muy duro para resistir los cuestionamientos públicos de algunos militantes de la época que practicaban verdaderas acciones de hostigamiento.

De esta manera, los Concejos Vecinales (CV) estaban llamados a ser el órgano representativo de los vecinos. Considerando que el FA tenía el control político absoluto de estos organismos, el control político vecinal estaba asegurado, a la vez que se generaba también un buen filtro, capaz de retener todo tipo de presiones de descontentos de malestares que surgieran desde el territorio. La iniciativa vecinal quedaba limitada orgánicamente al concejo vecinal y más adelante a la participación en los presupuestos participativos.

Obviamente este sistema tampoco resultó perfecto y las CFB siguieron existiendo y metiendo presión, luchando por sobrevivir.

A partir de 2005, tras la llegada del FA a la Presidencia, aparecen nuevos actores: los SOCAT (Servicio de Orientación, Consulta y Atención Territorial), pertenecientes al Ministerio de Desarrollo Social. Conjuntamente a ONGs con convenio, se dispusieron por toda el área no céntrica del departamento, más de 30 en todo Montevideo.

En teoría estos SOCAT buscaban contribuir al desarrollo comunitario y facilitar la participación vecinal. Al inicio estaban dedicados al trabajo con la infancia y adolescencia, pero luego fueron expandiéndose a otras temáticas, como una verdadera fuerza de intervención en territorio.

Los vecinos quedábamos en manos de “equipos multidisciplinarios”, que sumados a los equipos de los CCZ eran capaces de canalizar cualquier conflicto que pudiera surgir, anular las iniciativas vecinales y desinflar los liderazgos emergentes desde el seno de las comunidades. Como sistema de control popular político, algo prácticamente perfecto. Seguramente habrá quienes tengan otra perspectiva del asunto, pero desde mi percepción de vecino lo viví así, para mí los SOCAT fueron una especie de fuerza de ocupación.

En 2020, a partir del ascenso de Luis Lacalle Pou a la Presidencia, estas estructuras se derribaron y con ello comenzó la natural reacción de los que se beneficiaron del sistema: profesionales y ONGs. En conjunto con sus compañeros políticos “en servicio”, empleados por la Intendencia de Montevideo y algunos municipios, comenzaron a generar distintas movidas, tratando de influir en las dinámicas barriales, “acompañando” el trabajo de algunas ollas populares, efectuando reclamos públicos de seguridad ciudadana y reclamos varios al Gobierno Nacional, y presentándose como vecinos.

A diferencia de lo que sucedía hace algunos años, las movidas actuales tienen un componente más mediático, apuntan a la creación de relatos y “posverdades” y actúan directamente sobre los procesos de percepción e interpretación de los contenidos que se emiten a través de los medios de prensa, principalmente desde la televisión pero también desde las redes sociales.

Dada la necesidad que tienen los medios de generar contenidos interesantes, es muy probable que cualquier grupo de ciudadanos que diga representar un movimiento vecinal reciba cobertura televisiva de sus planteos, y con ello podrán obtener una legitimación ipso facto. Por ejemplo, si en la plaza Tomás Gomensoro (Pocitos) montamos una reunión de personas no-residentes de la zona, llamamos a la televisión y decimos que los vecinos de Pocitos están en asamblea debido a los problemas de seguridad, nadie cuestionaría la veracidad de esas imágenes y se tomarían por verdaderas.

Puesto el tema arriba de la mesa, a la luz del accionar de los partidos políticos en torno a los movimientos vecinales, queda preguntarnos si nuestra democracia tiene el suficiente grado de madurez como para aceptar un movimiento vecinal autónomo e independiente, basado en la promoción y defensa de los derechos humanos de los vecinos. Lamentablemente creo que no, a pesar de que existen personas bien intencionadas, y de convicciones democráticas en todos los partidos políticos, lo que se deja sentir es otra cosa.

El trabajo de las organizaciones vecinales, en contacto con políticos en funciones de gobierno, es ineludible, pero esto no debería ser tomado como un interés partidario. Aunque no se dice de manera explícita, y siempre basado en mi experiencia personal al frente de una organización vecinal, lo que muchas veces se deja sentir desde algunos sectores del Partido Nacional y el Partido Colorado, es que se busca una relación de tipo clientelista, donde te hacen “el favor político”, pero a cambio esperan una contrapartida de “lealtad partidaria”. A la vez, desde algunos sectores del Frente Amplio, lo que se busca es la “sumisión orgánica”, la participación vecinal asociada a su proyecto político, dentro de los términos que ellos proponen, en su cancha y con sus reglas, desconociendo todo lo demás y en ocasiones combatiéndolo.

Mi sensación es que, aunque los planteos vecinales estén fundados en Derechos Humanos, eso por sí mismo, no garantiza respaldo. De un lado y del otro del espectro político se vislumbra a los movimientos vecinales independientes, tras un velo de sospecha conspirativa y eso dificulta toda forma de relacionamiento. A pesar de todo, se puede. No es fácil pero se puede.