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Escribe Esteban Valenti

Opinión | La soberbia del poder

La lista de situaciones de distinta gravedad son varias, pero el episodio del águila del Graf Spee sintetiza muchas cosas y concepciones.

21.06.2023 14:40

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2023-06-21T14:40:00-03:00
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Para llegar al poder, sobre todo al máximo cargo en un país, hay que tener confianza, ganas y un sentido de las propias capacidades muy desarrollado. Nadie llega a pura modestia. El problema es que esas exigencias necesarias para llegar están muy cerca, rozando la soberbia. Es más, cuando se llega al poder, este fomenta todos los días la soberbia.

La historia del poder tiene entre sus capítulos importantes ese peligroso equilibrio entre las condiciones necesarias para llegar y ejercer el poder, y los peligros del desborde. La Constitución y la ley son dos remedios imprescindibles y la base de las repúblicas. Pero no alcanzan. El que detenta el poder debe aportar lo suyo. No todo puede ni está regulado por las normas. No son un recetario, son un espíritu, un alma, una acumulación legal positiva. Los uruguayos le hemos prestado mucha atención a las constituciones y las leyes y al espíritu republicano.

También le prestamos atención a las características y los excesos del poder que va imponiendo la soberbia.

Hace pocos días asistimos al penúltimo episodio de un uso excesivo y arbitrario del poder, donde la soberbia tuvo un papel muy relevante, pero es un eslabón. ¿Dónde termina la cadena?

En este caso no me importa analizar si el objetivo fue crear distracciones para aminorar el impacto de otras situaciones mucho más importantes, como la crisis hídrica y otras muchas situaciones incomodas para el gobierno. Al final, solo pensar que con una movida “genial” y personal se puede distraer a la gente, es una expresión de subestimación y en definitiva de soberbia agravada.

Me estoy refiriendo al anuncio de hace pocos días atrás realizado por el presidente de la República, Luis Lacalle Pou, de que por su superior decisión, sin consultar absolutamente a nadie, el águila de bronce de la proa del acorazado de bolsillo nazi, Graf Spee, sería fundida y transformada en una paloma.

La recuperación del águila del fondo del Río de la Plata fue una empresa privada, donde participaron además de los buzos especializados otras personas, y además se recuperó el telémetro de artillería que era uno de los más avanzados de su época. Sin ninguna duda son un patrimonio importante como reliquia de una época trágica para la humanidad y en este caso es el testimonio de la primera derrota militar del régimen nazi, con el hundimiento de un acorazado el 17 de diciembre de 1939 en el Río de la Plata. La guerra se había iniciado el 1° de setiembre de ese año y las tropas nazis avanzaban en todo el frente occidental luego de la invasión de Polonia. Todavía no habían atacado a la URSS, el 22 de junio 1941.

Hubo polémicas, propuestas, ideas diversas, convocatorias a posibles remates millonarios o donaciones a Alemania, pero a nadie se le ocurrió destruir un patrimonio histórico de ese valor, como tampoco los campos de concentración u otros testimonios de un régimen sangriento y brutal transformarlos en parques infantiles. Son eso, reliquias, restos que marcan un momento de la historia. No se da vuelta una página con su fundición, se deforma la realidad, se empequeñece el mensaje.

El presidente, por sí y ante sí, sin consultar a nadie, asumió un poder que absolutamente no le corresponde y convocó a un muy prestigioso escultor uruguayo, Pablo Atchugarry, para fundir el águila y realizar una escultura de una paloma como símbolo de la paz.

Más allá de la simbología propuesta, la resolución desató una fuerte reacción ciudadana y del mundo de la cultura. Los más duros no fueron los representantes de la oposición, más bien parcos y callados. Hubo una enorme reacción civil, incluso con pronunciamientos de integrantes de la coalición de gobierno (Guido Manini Ríos, Ope Pasquet, Jorge Gandini) y decenas de miles de firmas recogidas en pocas horas.

Finalmente el alud fue tan grande que el presidente retiró la resolución. Mucho más doloroso hubiera sido que se votara una ley para impedir la fundición del águila.

Lo importante no es el episodio en sí mismo, sino sus señales, sus lecciones. ¿Se podía pensar que en Uruguay una medida de ese tipo, resuelta sin consultar absolutamente a nadie, ni a la Comisión Nacional del Patrimonio, ni a historiadores, ni a la academia, no causaría ninguna reacción?

Una de dos, o Lacalle desconoce aspectos fundamentales de la mentalidad, de la sensibilidad de la mayoría de los uruguayos, o consideró que su poder, su sabiduría, sus dotes de conductor son tan absolutas y deslumbrantes que al final podría imponer su voluntad. A eso se le llama soberbia o mejor dicho exceso de soberbia.

Es peligrosa porque ya se ha manifestado en otros episodios al borde de la Constitución, de la ley o del ridículo. Como transportar por valija diplomática 470 kilos de pescado desde Dubai y conservarlos durante un buen tiempo en un frigorífico para carne vacuna.

Designar como jefe de su custodia personal, a despecho y contra las informaciones brindadas por el Servicio de Inteligencia y otros jerarcas, a un delincuente con muchos años de trayectoria, Alejandro Astesiano, tiene muchos ribetes peligrosos, pero también marcan la soberbia de considerar que lo podía imponer a como diera lugar. Y vaya si lo pagó y lo está pagando.

La lista de situaciones de distinta gravedad son varias, pero este último episodio sintetiza muchas cosas y concepciones.

Que en medio de una grave crisis hídrica, donde la población de la zona metropolitana tiene que utilizar agua no potable y agravándose día a día, que el presidente se distraiga y nos distraiga con ese tipo de resoluciones sobre esculturas, es realmente asombroso para una persona inteligente. Es el primer mandatario y su atención debe corresponder a la gravedad y prioridad de los problemas que enfrenta el país y su gente.

Más grave sería que la idea hubiera surgido de esa usina de humo y burradas que es la agencia de publicidad que funciona anexa a la Casa de Gobierno y que el presidente le diera su atención y se prestara para ello.

Lo cierto es que la soberbia, la misma que hizo caer imperios gigantescos y emperadores desmedidos, puede transformarse en un enemigo muy peligroso para el poder.

Esa es una lección que es necesario que todos los que aspiran a llegar alto, muy alto, cuanto más alto más necesaria, deben incorporar para balancear las tentaciones, en particular en una república.

Lo que hay que reconocer que en cuanto al animal eligió bien. Es difícil elegir un bicho más soberbio que el águila. Todos los que la utilizan como símbolo son y han sido soberbios hasta el extremo. Son y fueron imperios.