Contenido creado por Gonzalo Charquero
Luis Calabria

Escribe Luis Calabria

Opinión | Juan Andrés Ramírez: un caballero íntegro

Allí donde pasó, dejó huella fecunda. En la facultad, en la política, en el derecho, y en la vida de la república.

14.04.2025 10:17

Lectura: 4'

2025-04-14T10:17:00-03:00
Compartir en

La integridad es algo más que la honestidad. Supone, además del “bien sentir”, el “bien hacer”. No se agota en la estática apreciación de lo correcto, sino, además, requiere la ejecución sin miramientos de aquello que se piensa y siente. Es esa coherencia entre lo que se piensa, lo que se dice y lo que se hace. En ese escalón superior se encontraba Juan Andrés Ramírez.

En tiempos de agonía de valores, sus virtudes espirituales, presentes hasta en como afrontó su último tiempo, se convierten en enseñanza y mandato para aquellos que lo conocimos.

Fue un jurista excepcional. Un profesor capaz de marcar a fuego a sus alumnos, que pasaban, seducidos por aquella jerarquía y afectividad que emanaba, a ser convencidos discípulos.

Un abogado extraordinario, cuyos escritos eran obras de arte. Tribunales de todo el país seguían aprendiendo de aquella virtuosa mente jurídica.

Fue también un político comprometido. Ha sido constructor de una visión dentro del Partido Nacional y encendió las brasas del debate conceptual. Así, impulsó la más importante renovación de la Carta de Principios del Partido Nacional para que, aquello de ser “blanco” no fuera solo una cuestión “cromática”, y generó la discusión de filosofía política que decantó en que el Partido se reconociera como expresión liberal - igualitaria y solidaria, siguiendo al filósofo político más influyente del siglo XX como Jhon Rawls.

Toda su vida estuvo impregnada de ese sentido ético que empezaba por respetar la dignidad del otro. Por eso era un Caballero en todo el sentido del término. Siempre calmado, con bonhomía y amabilidad. No era un Caballero de ceremonia, sí un Caballero de principios y convicciones.

Fue generoso. Una virtud despreciada por el mercantilismo vivencial de nuestra época. Tenía el don de ser exigente sin dureza, y de corregir sin herir. Sabía escuchar, aun cuando disentía. Sabía hacerse querer, no por estrategia ni cálculo, sino porque era auténticamente generoso y humilde. Compartía el saber sin mezquindades, y ponía su tiempo al servicio de quienes necesitaban consejo, guía o simplemente una palabra justa.

Y fue un valiente. Porque no hay moral sin coraje, ya que, elegir el bien a veces implica perder. Por eso fue un “insumiso”, como bien lo reflejó el periodista Leonardo Pereyra en una semblanza de estos días. Y claro que qué sí, si para ser íntegro tenía que apartarse de los aplausos, renunciando a ser seguidor para ser acicate de ideas, lo hacía.

Han sido días de duelo, de remembranzas.

Recuerdo una tardecita de 1999, en el Club Estudiantes de Tacuarembó donde dio un memorable discurso en una campaña electoral en la que estuvo acompañado por Jorge Larrañaga, quien comenzaba su camino nacional. Allí sentenciaba, con autoridad, que la política sin convicciones tan solo era poder sin alma.

Recuerdo también el rol protagónico en la redacción del proyecto de reforma constitucional “Vivir sin miedo” y como defendió la iniciativa sin preocuparse de la corrección política. Siempre siendo genuino.

Ha sido una figura de inspiración. Allí donde pasó, dejó huella fecunda. En la facultad, en la política, en el derecho, y en la vida de la república.

Y en lo más importante. Construyó una hermosa familia que debe sentir orgullo por el legado, y por lo compartido con un ser de excepción.

Han sido días, también, de determinación y compromiso en honrar su impronta.

No son muchos los hombres que logran unir justicia, inteligencia, excelencia y señorío, y menos aún, los que lo hacen con naturalidad, sin artificios. Él era uno de ellos. Y quienes tuvimos la fortuna de conocerlo sabemos que su ausencia duele, sí, pero también obliga: nos compromete a no resignarnos a la mediocridad, a no rendirnos ante el descaro, a recordar que la decencia —cuando se vive con excelencia— es una forma de grandeza.

El mármol de las tumbas no podrá encerrar su memoria; su legado perdurará. Juan Andrés ya no camina a nuestro lado, pero su ejemplo guía nuestros pasos.