Contenido creado por Brian Majlin
Ana Jerozolimski

Escribe Ana Jerozolimski

Opinión | Iom Kipur, una fecha judía con dimensión religiosa, humana y nacional

Este martes comienza la tradicional celebración por el Día del Perdón, en la que observantes y no observantes coinciden en la reflexión.

03.10.2022 09:36

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2022-10-03T09:36:00-03:00
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Este martes al atardecer y durante todo el miércoles, el pueblo judío en el mundo todo celebra el día más sagrado de su calendario:  Iom Kipur, el Día del Perdón. La singularidad de la jornada queda en evidencia, entre otras cosas, por el hecho de que inclusive muchos judíos no observantes, no religiosos, respetan el Día del Perdón: van a las sinagogas — para muchos es el único día del año en que se hacen presentes en las casas de oración— y hasta ayunan, inclusive si a lo largo del año no actúan de acuerdo a las normas de la observancia religiosa ritual judía.

Y cabe preguntarse por qué. Qué tiene este día tan especial que “arrastra” multitudes. Por qué también judíos que a lo largo del año no se comportan de acuerdo a los preceptos determinados por la religión, eligen justamente uno que podría ser considerado de los más difíciles — ayunar un día entero, por dar sólo un ejemplo de lo prohibido este día— y lo cumplen.

Cabe aclarar que lo que aquí publico y analizo, lo que trato de interpretar, no lo está escribiendo una persona erudita en temas de religión sino una judía muy respetuosa y amante de nuestra tradición milenaria. Como tal, se me ocurre que el fenómeno que describí antes, este día complejo que “arrastra” multitudes, se debe no sólo a la idea ya tan enraizada de que Iom Kipur es el día más sagrado del calendario judío, sino a la especial combinación entre su dimensión divina y su fe en el hombre.

Por un lado, claro está que según la tradición judía, aquí la palabra de Dios es determinante. Es EL, según la religión judía, quien decide en Rosh Hashana (año nuevo, que esta vez comenzó el domingo 25 de setiembre al anochecer), y sella su decisión en el Día del Perdón, el destino que tendrá cada judío: si será inscripto o no en el libro de la vida. Es a Dios que se dirigen durante días y días los rezos de las “Slijot”, una disculpa individual que cada uno pide por los errores cometidos, pero en un marco colectivo de gran significado.

Pero al mismo tiempo, el rol del ser humano es clave. A nosotros hasta nos parece lo central, ya que en principio, todo depende no sólo de la trayectoria que cada uno siguió a lo largo del año sino de la sinceridad con que expresa su arrepentimiento si entiende que actuó mal. Es que la cuestión no es, claro está, pedir “perdón” y continuar pecando , actuando mal con el prójimo, comportándose en forma inmoral pensando que igual, el año próximo, volvemos a disculparnos. Es de destacar además, que cada hombre y mujer, en Iom Kipur, tienen la responsabilidad de pedir directamente a sus semejantes perdón por si los ofendieron o perjudicaron. Y este elemento es clave: Dios puede perdonar por faltas relacionadas a la observancia religiosa, no por lo hecho entre seres humanos. Si ofendí a alguien, es a esa persona que debo pedir perdón. Dios, en eso, no tiene nada que ver.

El Día del Perdón, Iom Kipur, es una nueva oportunidad. Y de aquí viene el sentido de las vestimentas blancas que caracterizan la fecha, que muchos judíos visten en la sinagoga. Simbolizan la pureza de la lista en blanco, de lo recién nacido a raíz de la nueva oportunidad.

En Israel el Día del Perdón tiene características especiales muy naturales porque se lo siente en cada rincón, ya que es un país con amplia mayoría judía, el único del mundo con estas características.

En numerosos puntos del país son erigidas “carpas de diálogo” destinadas a albergar a todos aquellos que deseen acercarse, sea cual sea su tendencia o corriente religiosa, para poder rezar juntos y destacar lo que une por sobre lo que separa. Se ponen a disposición del público libros de oración no sólo en hebreo sino también en otros idiomas como amhara y ruso, para los inmigrantes llegados hace no mucho tiempo de Etiopía y diversos países de la ex Unión Soviética. No se trata sólo del hecho que aún no dominan hebreo sino del deseo de hacerlos sentir que rezan como en su hogar de nacimiento. Cabe suponer que este año habrá también en ucraniano, porque son numerosos miles los llegados a raíz de la guerra provocada por la agresión rusa.

Y estarán los que oren, como lo hacen hace decenas de años, en las pequeñas sinagogas de sus barrios…quienes vayan  a la sinagoga sólo para decir el Izkor, la oración en recuerdo de un ser querido que físicamente ya no está. Y ahí estaré yo recordando a mi padre, de bendita memoria, quien para mí no terminará nunca de morir.

Y estarán los judíos que ni siquiera ayunen y quienes no piensen en ningún momento en rezar, pero sientan igual la bendición de tener un día en el que lo central es mirar hacia adentro y tratar de corregir.

No es poca cosa, tampoco, el simplemente sentirnos parte de un colectivo con sus tradiciones y costumbres, que no para todos pasan por el prisma religioso. 

En Israel, inevitablemente, el Día del Perdón, desde hace casi medio siglo, va de la mano también del terrible recuerdo de la guerra que Siria y Egipto lanzaron contra el Estado judío en su día más sagrado, de la sirena que rompió el silencio de aquel 6 de octubre de 1973 y de los miles que empezaban a salir de las sinagogas cubiertos en su talit, manto de oración, sabiendo que deben presentarse en sus unidades y partir hacia el frente. Va de la mano del duelo por los 2.222 muertos israelíes en el campo de batalla, de dolor por los más de 7.000 heridos y los casi 300 soldados caídos prisioneros en manos enemigas.

Y con ese mismo Egipto, menos de seis años más tarde, se firmó la paz, que se mantiene. No muy cálida que digamos, pero paz al fin, mucho mejor que cualquier guerra.

Y celebramos, porque el Día del Perdón es complejo y va acompañado de cierta tensión para quienes creen en el dictamen de Dios, pero es un día alegre, por la oportunidad de perdonar y corregir.

Y es como leí una vez en una nota del filósofo judeo-argentino Darío Sztajnszrajber, es otra señal de lo bueno de juntarse a celebrar “porque es como decir: estamos vivos”.