La pobreza infantil en Uruguay sigue siendo una de las heridas más profundas de nuestra sociedad. Detrás de cada cifra hay un rostro, una historia, un niño que llega a la escuela con necesidades o también los que no concurren, una familia que hace esfuerzos enormes para mantener la dignidad en medio de la carencia. El país que nos motiva por su democracia, su cultura y su cohesión social aún convive con esta deuda pendiente.
Frente a esta realidad, no alcanza con la indignación moral: se necesita acción, creatividad y compromiso.
Desde la Unión Cívica del Uruguay, estamos impulsando la creación del Instituto del Padrinazgo, una figura que busca transformar la solidaridad individual en una política pública organizada, transparente y efectiva. La propuesta, que será presentada ante la Cámara de Diputados, apunta a crear un mecanismo de colaboración directa entre quienes pueden y desean ayudar, y aquellos niños o personas con discapacidad que necesitan apoyo para cubrir necesidades básicas, educativas o sociales.
La idea es sencilla pero poderosa: unir necesidades con posibilidades. En Uruguay hay una parte de la población que vive en contextos socioeconómicos críticos, especialmente niños y adolescentes. Pero también existe otro sector —personas, familias, profesionales, empresas— con estabilidad económica y un profundo sentido ético, deseosos de colaborar pero sin un canal claro ni seguro para hacerlo. El padrinazgo social viene a tender ese puente.
El Instituto del Padrinazgo permitirá que cualquier persona pueda realizar una donación única, anual o mensual, destinada a apoyar a un menor o a una persona con discapacidad en situación de vulnerabilidad. No se trata de caridad ni de un vínculo paternalista, sino de solidaridad organizada, supervisada por el Estado y articulada con las instituciones educativas, de salud y protección social existentes. Cada aporte será trazable y auditado, garantizando transparencia y eficacia en el destino de los fondos.
Existen antecedentes exitosos en el mundo que inspiran este proyecto. Organizaciones como Plan International, World Vision o Big Brothers Big Sisters han demostrado que el apadrinamiento puede cambiar vidas: mejora el acceso a la educación, la salud y el acompañamiento emocional, generando esperanza donde antes había abandono. Países como Colombia y España han implementado programas de padrinazgo educativo con resultados medibles, y Uruguay tiene todo para adaptar esas experiencias a su escala y cultura solidaria.
Pero este proyecto no es solo una cuestión administrativa: es un acto de fe en el ser humano. Muchos uruguayos —jóvenes, adultos y mayores— sienten el impulso de ayudar, pero temen o desconfían de los mecanismos existentes. El Instituto busca darles una estructura confiable, donde cada contribución tenga un impacto visible y donde el compromiso se traduzca en una mejora real en la vida de alguien.
El padrinazgo no crea vínculos jurídicos de filiación ni compromisos familiares. No sustituye al Estado ni reemplaza políticas públicas. Por el contrario, las complementa: refuerza la red de protección, suma recursos a los programas sociales y multiplica el efecto de la inversión pública. Es, en definitiva, una herramienta de democracia solidaria, donde la sociedad civil se involucra de forma responsable en la construcción del bien común.
Uruguay tiene una larga tradición de sensibilidad social. Lo demuestran sus políticas de salud, educación y derechos humanos. Pero toda estructura necesita renovación y creatividad. Si el siglo XXI nos desafía con nuevas formas de pobreza —más invisibles, más fragmentadas—, debemos responder con nuevas formas de fraternidad.
El Instituto del Padrinazgo es una de ellas: una política que nace del corazón, pero se organiza con la razón.
Porque en una sociedad verdaderamente humana, ningún niño debería crecer sin oportunidades, ni ningún ciudadano quedarse con la voluntad de ayudar sin saber cómo hacerlo.
Convertir esa empatía en acción, esa fe en proyecto, es el paso que nos corresponde dar hoy.
Y es ahí donde la política puede recuperar su sentido más noble: servir al otro, cuidar la vida y unir al país en torno a la solidaridad.
El objetivo del apadrinamiento es la canalización de la voluntad de colaboración latente en la sociedad, permitiéndole generar una ayuda directa y concreta en beneficio de los menores y las personas con discapacidad que así lo soliciten , muchas veces por temor o inseguridad, muchas personas —mayores y aún jóvenes— que tendrían voluntad de desarrollar una colaboración no se encuentran en condiciones de asumir un compromiso de índole patrimonial o familiar de largo plazo; sin embargo, sí están dispuestas al desenvolvimiento de acciones de padrinazgo puntuales .
El Instituto de Padrinazgo es un puente solidario que busca unir a quienes pueden ayudar con quienes más necesitan. Generemos esperanza donde hoy se nota el abandono.