El Mercosur y la Unión Europea tienen la oportunidad histórica de ratificar en 2023 un largamente debatido Acuerdo de Asociación. En un mundo convulso lograr firmarlo sería de enorme importancia para ambas regiones y mucho más para Uruguay. El Mercosur tarde o temprano debe enfrentarse a su destino. La no ratificación significaría un nuevo fracaso para el bloque que integramos junto a Brasil, Paraguay y Argentina, del que será difícil sobreponerse.

El segundo semestre del año puede ser histórico para la intrincada relación que lleva más de cinco siglos entre América Latina y Europa. Existe la posibilidad de que luego de décadas de negociaciones finalmente se apruebe un acuerdo de asociación entre el Mercosur y la Unión Europea.

Para el ciudadano común puede tratarse de un tratado más de esos que se discuten durante años sin llegar nunca a puerto alguno, pero justamente este momento del mundo obliga a reflexionar sobre el mismo y la enorme potencialidad que significaría firmarlo, que va mucho más allá de lo comercial.

Son varios los analistas que reconocen que estamos viviendo el fin de un período histórico basado en la hegemonía estadounidense pero que no queda claro cuando será el comienzo de una nueva era ni quiénes serán los nuevos protagonistas.

La China de Xi Jinping no está dispuesta a ser un actor de reparto en la disputa por el poder global. La Rusia de Vladimir Putin tampoco. India ya reconoció que también quiere meterse en la conversa. Los árabes pragmáticos observan de reojo la situación y van conquistando a fuerza de petrodólares lo que se proponen. Mientras tanto la Unión Europea —sin Inglaterra desde el Brexit— anda sin Norte, sufriendo por el corte del gas que venía de Rusia, padeciendo el espiral inflacionario provocado por la guerra, sintiendo la amenaza expansionista de Pekín y sin fuerza política para imponer nada.

¿Y América Latina, y el Mercosur? Son hoy jugadores de segunda división en este momento de reposicionamiento de las potencias mundiales. El presidente de Brasil Luis Inacio Lula da Silva pretendió dar una señal de liderazgo en el continente con el retiro espiritual de los presidentes a fines de mayo. Era una buena idea, pero el tiro le salió por la culata, tal vez por eso de que el pez por la boca muere.

Las palabras del presidente de Brasil cayeron en Europa como un balde de agua fría. La esperanza de un Lula maduro, sabio, sensato y moderado se fue por el retrete cuando pretendió adjudicar a una narración inventada el drama que vive Venezuela.

Al igual que el presidente de Uruguay, el joven presidente de Chile Gabriel Boric —símbolo de una posible nueva izquierda latinoamericana— tampoco quiso tapar el sol con el dedo: Venezuela es una dictadura donde se violan los derechos humanos. Dicho con todas las letras.

En ese contexto Bruselas tiene motivos para estar asustada. Las consecuencias de la guerra en Ucrania se respiran en las calles de Europa. España asumirá en julio la presidencia del Consejo de la Unión Europea y tiene firmes intenciones de avanzar y firmar el acuerdo con el Mercosur.

Un acuerdo que está cerrado y al que se le adosó un documento con eje sobre el cuidado del medio ambiente. Allí aparecen temas como el cambio climático, la desforestación, el maltrato animal, la descarbonización, los derechos en las producciones ligadas a la agricultura, la ganadería y otros etcéteras que elevan y regulan la producción agrícola a una estratósfera impensada para los productores sudamericanos. Un documento que no debería ser aceptado sin decir agua va por los políticos de este lado del Atlántico. Pero que abre una puerta para negociar por el bien de los equilibrios del propio acuerdo.

Europa necesita del mercado del Mercosur como nunca. Bueno, mal y tarde se vino a dar cuenta que en este mundo multipolar que se avecina el socio natural, por historia, lazos culturales, económicos y hasta raíces es América Latina. Sería una asociación donde ambos bloques se beneficiarían, apostarían juntos a navegar el fin de una era y el comienzo de otra y a su vez se animarían finalmente a ponerle un marco institucional a una relación que de hecho es relevante.

La firma de este acuerdo puede llegar a convertirse en la inyección de realismo que el Mercosur necesita para salir del letargo en que se encuentra. Es la posibilidad de abrir las fronteras al intercambio comercial y de enviar una señal poderosa de que este bloque de cuatro países y más de 250 millones de personas no solo existe, sino que está preparado para avanzar políticamente, mejorar la relación interna y posicionarse como jugador global.

Si el Mercosur logra destrabar la situación de inmovilidad en la que se encuentra y encarar el nuevo escenario junto a la Unión Europea, también arrastraría al resto de América Latina.

Hay margen para negociar, Europa necesita del Mercosur. En las próximas semanas Lula se reunirá en París con el presidente de Francia Emanuel Macron, cuyo sector agrícola ha sido el más cerrado al acuerdo. Ambos tienen la llave para avanzar y lograr el milagro de la firma del acuerdo. Luego habrá una cumbre de presidentes de ambos continentes en Bruselas. Ojalá estén a la altura de la historia y tengan el coraje de empezar a navegar por fin juntos y con un poco más de certezas en un mundo que nadie sabe adónde va.