Para Octavio Paz, el colectivo más peligroso es aquel “en cuyas venas ha sido inyectado el veneno del miedo al cambio”. El gran escritor mexicano entendía que el miedo al cambio impide la renovación cultural y alimenta el poder de quienes ya lo controlan.
La frase viene a cuenta del rumbo que está tomando la dirección de las radios públicas, cuyo único anuncio relevante en este primer semestre de mandato es la destrucción del proyecto de reestructura que impulsáramos, seguido por el regreso de las operaciones al subsuelo de la calle Sarandí, de donde las habíamos sacado para integrarla con el resto de los medios públicos.
A la necedad de abandonar los estudios nuevos con el pretexto de que estaban ubicados “en contenedores” (la calidad de audio es la misma, sólo que los equipos eran nuevos, la gente trabajaba con luz natural y se integraba al resto de la organización, como corresponde a estos tiempos), se suma el miedo al cambio, como si empecinarse en la nostalgia por el pasado pudiera detener el reloj de la historia.
Veámoslo desde la perspectiva del público (que es como se debe medir la gestión de políticas públicas) esa porción de la población que, escuchando radio regularmente, podría elegir alguno de los contenidos de las radios públicas.
El encendido de radio en Uruguay cae, en una pendiente no muy pronunciada pero comprobable, en la serie larga de mediciones disponibles (2004/2022), con la AM haciéndolo con más claridad y la FM más lentamente. No es un cambio abrupto ni agudo, sí consistente, salvo entre los menores de treinta años, que muestran una caída marcada y sostenida en AM, y un descenso estructural, aunque menor en FM. Un comportamiento nada original, por cierto.
En Estados Unidos, la radio también pierde tiempo de escucha frente a podcasts y streaming, sobre todo entre jóvenes. En la Unión Europea, el encendido baja de forma persistente y la AM casi desapareció por los apagones (literalmente, radios que dejan de transmitir), y la migración a la FM/DAB+, no revierte la tendencia. Argentina replica la caída y el patrón de envejecimiento de la audiencia, sólo que los menores de 30 se van antes. Chile marca el mismo rumbo, con estabilizaciones breves y generaciones jóvenes cada vez más lejos del dial. La excepción relativa es Brasil: encendido alto y estable pero ayudado por una migración regulatoria de AM a FM que mejora, pero no revierte la conclusión de que el encendido cae en casi todas partes.
¿Qué debería hacer desde una organización de medios públicos, un jerarca que quiera cumplir adecuadamente con el mandato legal y las responsabilidades del cargo?
Lo primero es tomar decisiones que le den a la inversión pública una mayor eficiencia, tanto en términos de audiencia como de reputación. Esto se logra con múltiples medidas combinadas: auditando coberturas, programaciones y costos, racionalizando la disposición de recursos destinados a las diferentes bandas y distribuyendo contenidos de audio por IP y redes sociales, de modo que cada peso que se ahorre donde la audiencia cae, vaya a guiones, producción y distribución de contenidos de audio donde la audiencia crece. Para eso, es necesario articular la producción de audio con los contenidos audiovisuales, conformando equipos 360: un mismo relato con versiones nativas para radio, TV, web y redes.
Este es el rumbo que marcamos y que comenzamos a transitar en marzo de 2020: reestructuramos la organización (con la participación de los sindicatos en todo el proceso), mejoramos la eficiencia del gasto, contratamos figuras de radio y TV para los nuevos contenidos multimedia; le dimos pantalla de TV y web a figuras de las radios (antes no la tenían), construimos nuevos estudios (ubicados en el local donde trabaja el resto de la organización), desarrollamos las plataformas digitales (lo que encontramos respondía a una lógica de veinte años atrás), generamos contenidos transmedia, restablecimos la carrera funcional, mejoramos los salarios más bajos, aumentamos la audiencia de Radio Uruguay y, por sobre todas las cosas, blindamos a los medios públicos contra la tentación de ser utilizados en beneficio del gobierno de turno, adoptando las mejores prácticas y los más altos estándares de calidad y transparencia.
Para todo lo que se hizo y lo que falta hacer, no se necesita hormigón y ladrillos sino profesionalismo, liderazgo, voluntad política y compromiso con el futuro; al menos con el presente. Se necesita tener el corazón en sintonía, pero no de ondas hertzianas sino de los pioneros, que un siglo atrás, incorporaban lo más avanzado de los medios de su tiempo para cumplir mejor con el objetivo de desarrollar el país.
Todo indica que, quienes toman decisiones en las radios públicas, tienen miedo al cambio, ese veneno, al decir de Octavio Paz, que puede llevar a una sociedad libre y próspera al subsuelo. Aunque tal vez la metáfora deba extenderse al resto del gobierno, que también parece navegar entre la restauración y la nada.

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