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Escribe Esteban Valenti

Opinión | ¿En Uruguay hay indignación?

Los uruguayos, además de muy democráticos, de dialoguistas, de negociadores, nos hemos vuelto bastante silenciosos y adormilados.

30.08.2023 18:00

Lectura: 7'

2023-08-30T18:00:00-03:00
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Como todo lo humano, hay un límite para ciertas cosas, porque de lo contrario se vuelven costumbre y se acepta cualquier cosa. Y eso es muy malo, es un conformismo decadente y destructivo. Y por eso conviene preguntarse: ¿en el Uruguay de hoy existe la indignación?

Es notorio. Todas las encuestadoras, y la mayoría de las conversaciones personales con conocidos y desconocidos, transmiten una sensación de insatisfacción, en amplios sectores, se puede decir que crecientes, hay bastante bronca que se acumula, pero hay otros que la miran pasar, asumen las situaciones y esperan. ¿Qué esperan?

¿Hay motivos para la indignación? ¿Y con quién? Hay un gobierno que asumió hace 41 meses. Ya es tiempo suficiente para demostrar de lo que es capaz, de lo que no tiene capacidad y sobre todo su rumbo. También ha demostrado, y lo reitera todos los días, su capacidad de explicar y justificar las diversas situaciones.

Partamos de una base fundamental. La indignación debe referirse a cosas ciertas, concretas, probadas y no a estadísticas, aunque estas sean importantes. Tienen que ver con la vida de la gente y también con la marcha del país y su futuro. A menos que algunos hayan comenzado nuevamente a pensar en la emigración, lo que sería una verdadera tragedia en un país que está demostrado que no crece en su población.

No es una indignación totalmente definida por pertenencia política, aunque naturalmente se concentra en los pasados y futuros votantes del Frente Amplio. Pero hay colorados, cabildantes, gente sin partido e incluso blancos que están incluidos en ese núcleo de gente enojada, sobre todo porque no se han cumplido las principales promesas de la campaña electoral, del acuerdo multicolor, de la Ley de Urgente Consideración y de los cientos de apariciones presidenciales y gubernamentales. Su locuacidad y sus comprobadas mentiras alimentan esa bronca.

Es una indignación desproporcionada, latente, sorda, pero que no tiene relación con el conjunto del impacto de la acción del gobierno. A menos que haya gente que se trague silenciosamente la principal virtud de este gobierno, la justificación a cualquier costo y a cualquier precio.

En cuanto al nivel de vida, lo básico, lo que se comprueba todos los días: a fin de mes, mirando las tarjetas, las deudas impagas, la intranquilidad creciente de las familias, de las micro, pequeñas y muchas medianas empresas. El rumbo económico, claro y bien definido del gobierno ya se ve en toda su magnificencia y no soporta las justificaciones externas o climatológicas y epidémicas.

Los salarios y jubilaciones perdidos de forma acumulativa, las cifras de la pobreza sobre todo entre los niños, los jóvenes y las madres solteras y los que viven en las calles, no se arreglan con promesas de recuperación en el último tramo del gobierno. Lo perdido, perdido está, y mientras el país creció —en 2021 un 4,4% del Producto Interno Bruto y en  2022 un 4,9%—, la mayoría de los uruguayos nos fuimos enterrando, mientras un pequeño sector se enriqueció como nunca y otro más pequeño todavía se forró a cuatro manos. A buenos entendedores, pocas palabras…

Los escándalos no son anécdotas, están siempre directa o indirectamente vinculados a negociados, a ilegalidades e inmoralidades con el poder como protagonista, desde Astesiano, el pasaporte a Marset, el pescado en valija diplomática desde Dubai, los Hércules paralizados, las ambulancias contratadas a una empresa de servicios marítimos, la liquidación fría y premeditada de Casa de Galicia, la estrella deslumbrante de Katoen Natie dueña monopólica del puerto de Montevideo por 60 años y el escandaloso tratamiento o mejor dicho destrato al agua de la zona metropolitana durante varios meses. También la ley infame de las jubilaciones y pensiones donde tendremos que trabajar más para cobrar menos y varios etcéteras más. Es imposible incluirlos todos, nos abruman y dan vergüenza.

No menciono el doloroso y escandaloso caso del senador Gustavo Penadés, porque más allá de su inmoralidad y de su impacto totalmente negativo en la imagen de los actores políticos, no tiene relación con nuestros bolsillos y nuestro futuro. Pero allí está, reptando por los juzgados y manchando la moralidad pública.

No hay proporción entre ese paquetazo de barbaridades concretas, que impactan en la vida del país, y el nivel de acumulación visible de indignación. Los uruguayos corremos el peligro de acostumbrarnos a este nivel de desgobierno.

No hablemos de la política exterior, su paralización y su sustitución por declaraciones y discursos rimbombantes, y muchas promesas de humo que se dispersan en pocos días. Un fracaso total.

Si este saqueo se hubiera producido a este nivel de caída durante los gobiernos del Frente Amplio, estoy seguro que muchos silenciosos de hoy estarían poniendo el grito en el cielo. Hoy escuché un informe de la Cámara de Comercio y Servicios y daba pena. Los datos del estancamiento, del despido de trabajadores, de caída libre en el litoral está a la vista. Ahora, su lamento es callado, silencioso, no dicen una palabra de atraso cambiario o de la necesidad de políticas para impedir el quiebre de miles de mipymes. Muchos callados y susurrando. ¿Será que no saben cómo justificar sus votos, sus preferencias y tienen vergüenza de sus propias responsabilidades?

Lo cierto es que los uruguayos, además de muy democráticos, de dialoguistas, de negociadores, de respetuosos ciudadanos de las leyes, nos hemos vuelto bastante silenciosos y adormilados.

A lo sumo gremios que representan el 15% de los afiliados del conjunto del PIT – CNT “democráticamente” imponen la realización de un plebiscito constitucional que, además de ser un grave error político reformista y que ayuda al gobierno, le creará serias dificultades a un posible gobierno progresista para reformar el Frankenstein de la reforma de las jubilaciones, porque aparecerá como confirmada por la ciudadanía. Los ultras, o radicales (todos nombres falsos y forzados) son especialistas en derrotas y sobre todo en hacer algo de ruido, pero dejar pasar el tren, el vagón y cualquier vehículo del cambio en serio. Es más, cuando se produce, ellos se vuelven combativos e intransigentes. Ahora joden y hacen humo y poco más.

La indignación es una virtud y se integra de manera seria, analítica, a la táctica y la estrategia política. Por eso mismo la falta de indignación llama la atención. ¿Por qué?

En los primeros meses de este gobierno, la pandemia y el porrazo recibido en las elecciones, me incluyo —aunque mi proyecto haya sido diferente al no aceptar una izquierda que estaba perdiendo su propia identidad—, justificaba la falta de bronca. Teníamos todos un poco de cola de paja.

Pero las cosas cambiaron mucho en todos los terrenos y ya hace tiempo que actuamos a velas desplegadas. No podemos seguir aceptando la mentira de que todo tiempo pasado, sobre todo los anteriores 15 años, fueron peores. Es falso de toda falsedad, no resiste el menor análisis, ninguna comparación en cifras, en porcentajes y menos aún en el estado de ánimo nacional.

Solo la indignación no cambia las cosas, no resuelve los problemas, hace falta construir además la alternativa todos los días, tanto en ideas fuerza, en un proyecto nacional, y también promover las figuras para un buen gobierno progresista de izquierda. Pero, indignémonos un poco con tanta porquería y fracasos.

No podemos seguir ocultándonos detrás de todo, de la pandemia, la guerra en Ucrania, la sequía, y ahora y siempre detrás del desastre argentino. Basta.