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Escribe Esteban Valenti

Opinión | El papel de Tabaré Vázquez en el Uruguay del siglo XXI

En los momentos claves, sin Vázquez jamás se hubiera logrado el triunfo. Y tampoco sin los más de un millón de ciudadanos que le creyeron

01.12.2020 12:19

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2020-12-01T12:19:00-03:00
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Las cosas hay que decirlas, o al menos tratar de decirlas de frente, por ello, le he deseado a Vázquez por las redes, que más allá de diferencias políticas, le vaya lo mejor posible, que se reponga y que siga dando su batalla. Estuvo con su estilo y en primera línea incluso con la trombosis.

Se reunió con José Mujica y Lucia Topolansky conversando sobre el posible candidato a presidente para el Frente Amplio y pocos días después propuso a otra persona. No hay dudas que a pesar de sus dolencias, se las juega. Y a mí me interesa decir de frente lo que pienso y no utilizar la cobardía de las redes o, peor aún, la de los pasillos. No lo merecemos los muchos miles y miles de uruguayos que lo hemos apoyado y seguido, y tampoco él mismo.

En un tiempo de profunda crisis ideológica y política de las izquierdas en el mundo y, en particular, en el Uruguay, con la caída del Muro de Berlín, con la división del Frente Amplio por la salida de dirigentes que en las elecciones de 1984 habían obtenido casi el 50% de los votos del FA y, para colmo de colmos, la derrota en el plebiscito contra la ley de impunidad, obviamente creció de manera exponencial la necesidad de substituir los factores programáticos tradicionales de la izquierda, por figuras, por líderes que sintetizaran sus objetivos y que además tuvieran una gran capacidad de comunicación popular.

En 1989, el principal objetivo era confirmar que el Frente Amplio era la única alternativa posible ante el poder tradicional: ciento setenta años de partidos tradicionales, el sistema más antiguo del mundo de dos partidos gobernando. Mejor dicho, uno gobernando y el otro, esperando y cada mucho tiempo haciendo un relevo. Era vital, si esa batalla se perdía y la alternativa se fragmentaba, toda la historia política del país hubiera cambiado.

Necesitábamos figuras, pero sobre todo una que nos ayudara a salir de aquel dilema y de aquel hondo pozo. Y lo encontramos: Tabaré Vázquez. Sin una notoria trayectoria política, miembro del Partido Socialista, responsable de finanzas de la Comisión Nacional pro Referendum, oncólogo de renombre y presidente de un cuadro pequeño y de la periferia pobre de Montevideo, que además había ganado un campeonato uruguayo. Tenía además otro mérito: Julio María Sanguinetti, el summum del Partido Colorado y del gobierno, lo había vetado para la presidencia de la AUF. ¿Lo recuerdan?

De allí vino Vázquez. Y sin muchas expectativas, porque además casi nadie quería ser candidato a Intendente de Montevideo, se subió a esa aventura y la corrió hasta el final. Vázquez tenía una ventaja, que, en realidad, en la izquierda era muy poco común, porque estábamos acostumbrados a perder: no le gusta perder ni a la bolita. Y en esa campaña lo demostró, se la jugó hasta el último voto y a pesar de que el FA nacional en su conjunto, no quería y no hizo prácticamente campaña por él. Lo hizo la lista 1001 (Partido Comunista). Y Uruguay fue el único país del mundo donde los comunistas luego del desmoronamiento del socialismo real, triplicaron votos y parlamentarios y contribuyeron a elegir a Tabaré Vázquez como intendente de Montevideo con el 34% de los votos de la capital.

Comenzó su campaña con discursos realmente de amateur en un país de grandes oradores, pero fue aprendiendo muy rápido y, sobre todo, su fuerza era su capacidad de escuchar a la gente, no de hacer que la escuchaba, sino de hacer que la gente lo sintiera uno de ellos y con un oído atento.

Fue un buen intendente que además tuvo el ingenio y la sutileza de nunca hablar de "intendencia" sino del "gobierno de Montevideo" porque ya sabía dónde quería llegar. Y para llegar a ser presidente, con una fuerza de izquierda, en un país ultrapolitizado hay que tener muchas ganas y mucha fuerza. Y la tuvo. Y una gran astucia. Supo disimular sus debilidades y multiplicar sus virtudes, su memoria, su capacidad de aprender, su sensibilidad por escuchar a la gente y laburar duro. Puedo decirlo con conocimiento de causa: nunca goberné, ni un día con Vázquez, pero hice varias campañas con él y trabaja sin descanso, puntualmente, respetando a los profesionales y aceptando ayuda y defendiendo sus opiniones. Fue el mejor candidato que podía tener la izquierda en aquellos tiempos. El segundo intendente del FA, luego de su mandato obtuvo el 46% de los votos en Montevideo.

Otra virtud del inicio, se supo rodear de cuadros valiosos de la izquierda para gobernar Montevideo. Luego vino la campaña de 1994 a contra pelo, porque algunos temas no los podía resolver él, sino los definía la estructura del FA. No era su estilo, ni su vocación. Pero siguió creciendo como candidato y paso del 20% al 30% de los votos a nivel nacional y perdió raspando. En la campaña de 1999 ya era presidente del FA y candidato a presidente, impuso el Encuentro Progresista y sin mucha teoría, hizo las movidas políticas necesarias para ensanchar la base de la alternativa a blancos y colorados. Y lo logró, aunque eso haya tenido en parte su precio en la renuncia de Liber Seregni a la presidencia del FA. No se los puede comparar y sería una mezquindad. La política es dura y a veces despiadada, pero Vázquez quería llegar y llegó.

No le gustaban ni los sapos ni las culebras y el mundo de la política medio revuelta, entreverada, a veces diplomática y, aunque fuera por cortesía, no le gustaba, nunca le gustó. Y cuando la practicó fue por cálculo político. Jamás hubiera sido parlamentario. No era lo suyo, lo suyo fue siempre la alternativa clara y neta.

En algún momento tuvo que tragarse algún sapo, sobre todo en el segundo gobierno del FA. Lo hizo con cierta clase y solo una vez ante un exabrupto literario, tuvo una reacción muy dura. Mostró muchas veces una paciencia que no tiene, por simple cálculo político y respaldo al FA, a la herramienta que lo llevó y lo llevaría nuevamente al gobierno.

Cometió graves errores. Presentarse por segunda vez como candidato a presidente. No lo necesitaba él, ni el país, ni el FA. Pero el poder puede ser una trampa muy peligrosa. Además eligió muy mal a ciertas personas. No estaban ni a la altura de la presidencia de un ente y menos de vicepresidente de la república. Es que el reclamo de lealtad absoluta, sobre todo si es fingida, muchas veces es muy mal consejero. Es un pésimo consejero. Sobre todo, cuando se los defiende a pesar de pruebas abrumadoras.

Durante su segundo gobierno, cuando ya no quedaba el empuje externo, ni interno, ni épico del principio, cuando explotaban problemas por todos lados, siguió aferrado a los mismos hasta el final y lo pagó muy caro. Porque los mismos ayudaron a flotar y no a navegar, que es la fuerza fundamental de la izquierda. No tuvo la capacidad de asumir críticamente lo que en nada hubiera desmerecido su extraordinario papel en la política nacional y en el FA y dejó por el camino una lista (¿larga?) de gente descorazonada, desilusionada, sin ganas y sin fuerzas. Y un FA atado como un poste al gobierno, sin capacidad de elaborar, de discutir, de afrontar los nuevos problemas y aspiraciones de la gente, creadas por el propio gobierno del FA.

En el primer gobierno hizo un aporte fundamental, además de diversas e importantes reformas, comenzó a reconstruir, el Proyecto Nacional, el rasgo que distinguió el Uruguay de todos los demás países de América Latina durante los inicios del siglo pasado. Diez años después ya no queda casi nada de ese Proyecto y su empuje político y cultural.

Los uruguayos viven mucho mejor desde aquel 1 de marzo del 2005, no hay indicador que no lo señale claramente, y solo los muy interesados, los cortos y los fanáticos pueden desconocerlo. Para los uruguayos fue un mejor presidente de lo que aparece al final de su mandato en las encuestas. Pero la política es cruel.

Fue dos veces presidente de la república, todos los sabemos, pero antes que eso y más importante que eso para su vida, fue médico y cuando asumía ese papel, se transformaba, su humanizaba, le salía del alma. Tengo una experiencia personal y muy dura para corroborarlo.

Fue el primer y el último presidente de izquierda en el Uruguay en este ciclo. Después nadie puede vaticinar si vendrán otros presidentes y de qué izquierda. La autocrítica no está en su cultura y era obvio que no la practicaría ni la promovería, aunque en el primer episodio complicado de su gobierno de Montevideo, levantó el hacha, también con injusticia, pero defendiendo los valores más importantes de una administración de izquierda y corto cabezas. Luego se apegó a los inmovibles y a los fieles.

No me voy a permitir introducir ni siquiera una sola anécdota sobre mi relación personal con Tabaré Vázquez, sería además de mal gusto, miserable. Solo puedo decir que considero que junto a un grupo de valiosos compañeros (no los voy a nombrar porque voy a cometer injusticias) hicimos lo posible y más, para ganar la intendencia y la presidencia. Como desde sus trillados o desde nuevos puestos de la batalla cívica lo hicieron en todo el país miles y miles de militantes. Esa fue una fuerza fundamental de las izquierdas y del FA.

Pero en los momentos claves sin Vázquez, jamás se hubiera logrado el triunfo. Y obviamente con los más de un millón de ciudadanos que le creyeron y nos creyeron.

Como dice el video que hicimos para la campaña del 2004, que ganó Vázquez, por primera y única vez con mayoría absoluta: "Las grandes causas de una nación necesitan el momento justo pero también la persona justa".