Contenido creado por Maximiliano Latorre
Nacho Vallejo

Escribe Nacho Vallejo

Opinión | El celular nos escucha. Hapablepemopos geperinpigoposopo

Un comentario, dos celulares, una experiencia de navegación en internet bombardeada durante 4 días por publicidad relacionada al mismo.

26.07.2019 13:01

Lectura: 6'

2019-07-26T13:01:00-03:00
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Nacho Vallejo | @NachoVallejoVal

La semana pasada estuve unos días en la Villa de Madrid, porque soy del foro y tengo que cumplir con el ritual familiar de llevar a los niños a casa de la abuela a comer, aunque sea un domingo cada tanto y no nos esperen ravioles, sino tortilla de patatas, gazpacho y pescaíto frito.

Otras veces que hemos ido a Madrid aprovechamos para ir al parque temático de Warner Bros. Montañas rusas que sin su cáscara de fantasía de superhéroes e historietas, son una perfecta metáfora de la vida misma. Con subidas a alturas espectaculares cargadas de incertidumbre y desplomes a velocidades vertiginosas que nos hacen creer que todo terminará definitivamente en unos segundos. Yo lo paso muy bien y muy mal al mismo tiempo en esas montañas rusas (como en la vida misma) y tal vez me gusta por eso, como a todo el mundo. (Y como la vida misma).

En el planear de la agenda turística matritense comenté con mis manutenidos sobre la posibilidad de visitar una vez más esta metáfora formidable de vida (por si la de verdad no alcanzara). Y no quedó en nada, al final preferimos ir al Monasterio del Escorial a sentarnos en la silla de Felipe II.

Pero mi comentario no se desvaneció en el éter caluroso del verano de la Villa. Ni mucho menos: lo escuchó uno de los acompañantes más protagónicos de este viaje, el celular. El mío y el de alguno de mis chicos. Apenas un ratito después de mis especulaciones de entretenimiento, la navegación en internet en mi celular ya me estaba bombardeando con la publicidad que todos se pueden imaginar: ¡Parques temáticos!. "Vení a Disney Paris".

La inteligencia tiene un plan brillante para mí: empiezo por uno en Madrid y arranco para París, a solo 2000 km, donde hay otro que me resultará irresistible expresado en un banner digital de unos 6 cms por 4 en mi celular, como una laguna de colores vibrantes en el blanco y negro del texto de El País que estaba leyendo sobre la catatónica democracia española.

Cuando comenté sobre el bombardeo del banner de Disney París en la franja de mi celular, mi hijo mayor dijo que estaba sufriendo lo mismo aunque con un matiz: su tortura no era Disney París, era Bush Garden, un parque de montañas rusas de Tampa, Florida (con acento en la o). Anótese un poroto la geosegmentación que aún encontrándolo en España, supo que él vive en Florida. Le faltó eso sí la "filiosegmentación" para entender que el nene estaba haciendo de hijo y si iba a un parque sería secuestrado en el aparato familiar y el más cercano era el de París, a 2000 km, casi a la vuelta.

Un comentario, dos celulares chumas, una experiencia de navegación en internet bombardeada durante 4 días por publicidad relativa al comentario.

Estoy seguro que todo el mundo lo notó y lo asumió aún sin dar crédito a esta realidad que rompe los ojos, banner tras banner. Hace tiempo que todos comentamos lo mismo: -"Hoy hablé de tal cosa..." (de croquetas, cursos de yoga, playa y verano, expansores de oreja, tatuajes, submarinos, piojos, culos o lo que sea) "...y al rato en Internet ya tenía una publicidad de..." (un restaurante, un centro espiritual, mallas, un paquete de viaje, cotonettes, tatooland, experiencia con delfines, piojicida o anticelulítico)

Lo grave no es que nuestros celulares nos escuchen, es que lo cuentan. Cuentan todo de nosotros a los cuatro vientos de Google para que nos lleguen los miles de banners que flotan en la dimensión digital y sean los más eficientes. Banners que tienen casi 20 años de ser la publicidad más ineficiente que existe a pesar de tanta inteligencia. Parece bobo.

Cuando hacemos publicidad en Internet, los algoritmos de Google nos permiten encontrar a las personas más parecidas a los posibles deseadores de los productos que promocionamos. Y una variable de identificación es su rastro en Internet. Como si el trillo de su caminar/navegar la web fuera visible y pudiéramos saber lo que quieren, lo que les gusta y es centro de sus anhelos, por ver por dónde anduvieron.

Parece que con la sanísima intención de que los banners que nos salpican el navegador sean de nuestro interés más pleno (como puede ser un aviso de Disney París, cuando conversaba en Madrid sobre la posibilidad de ir al Parque Warner de Madrid), tratan de saber simplemente en qué andamos sin preguntarnos y así se incluyó un recurso más en la fina red de pesca de datos de Google y ya no solo te va siguiendo en tu camino por Internet, sino que te sigue hasta el baño cuando estás viviendo tu vida analógica, anatómica y real y simplemente abres la boca y dices algo. O eso infiero.

Nadie se ha atrevido a confesarlo en voz alta aún, salvo algunas aplicaciones menores. Pero esta semana Google admitió en un comunicado que desde hace tiempo escucha conversaciones privadas realizadas mediante una de sus herramientas. (Dicen que solo el 0,2% de las conversaciones).

No es lo mismo pero es igual de perverso. Da para seguir fundando las sospechas de que nos escuchan cuando hablamos por su aplicativo y cuando hablamos sin su aplicativo (es decir, siempre que haya un celular que nos pueda escuchar). Se supo porque algunas de esas conversaciones se filtró y la escucharon hasta los vecinos de los protagonistas.

No sé si es peor que nos escuchen una conversación privada a través de un aparato de Google o una conversación privada que nos pescaron en el éter, y está claro que no hay intención de usarla en nuestra contra (aunque que si es a favor o en contra admite todas las discusiones filosóficas), pero de momento hapablepemopos geperinpigoposopo.

Mientras tanto los anunciantes compran y compran espacios en Internet, en Google, en Facebook, Instagram y otras muchas y toman por válidas todas las métricas de alcance y resultados que les dan estas súper corporaciones que no están auditadas por ningún tercero independiente. Qué acto de fe de quienes cada vez confían menos en los recursos que históricamente les valieron tanto. (Ojo, P&G ya dijo basta y se bajó).