Contenido creado por Gonzalo Charquero
Invitados

Escribe José Pablo Franzini Batlle

Opinión | El caso Lacalle Pou

La realidad indica que en nuestro país los casos de falta de transparencia y corrupción van en aumento desde hace años.

17.02.2023 14:52

Lectura: 3'

2023-02-17T14:52:00-03:00
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El caso Luis Lacalle Pou. Así debió llamársele a los sucesos referente al jefe de la seguridad presidencial.

Y afirmo lo anterior dada la responsabilidad que le cupo, le cabe y le continuará cabiendo en el caso referido. A diario trascienden nuevas informaciones que contradicen lo que él mismo afirmó sobre su conocimiento y relación con el jefe de su seguridad.

Lacalle Pou debió dar un paso al costado. Así lo dije en su momento y así lo reitero hoy con más elementos que arrojan contundencia a lo que entonces entendí, debió hacer el primer mandatario.

Tal hubiese sido la consecuencia de haber sucedido en aquellos países que otrora fueron faro de inspiración para la formación de nuestra República. Ejemplos sobran. Muchos.

El caso Lacalle Pou ha tomado ribetes de película, semejante a la serie House of Cards. La turbiedad es total. El entorno íntimo del presidente intercambiando pedidos a diario con el Jefe de la custodia. Todos son, por lo menos, irregulares. Se protegieron amigos, se falsificaron declaraciones, se ocultaron delitos.

Lacalle mandó investigar a su expareja, hoy lo sabemos. “L’Etat c’est moi…”, el Estado soy yo, frase adjudicada a Luis XIV demostrando su absoluto reinado. Sin duda fue tal expresión la fuente de inspiración del presidente, demostrando así, su absoluta carencia de límites. Como se dice hoy: “De eso no se vuelve…”.

Como si todo ese pantano de estiércol —que cada día huele peor y más fuerte— no existiese, Lacalle Pou se limita a acusar de intencionalidad política a los medios que informan del caso. Acusa a dos, parece que los otros no los lee. “Habló la Justicia”, expresó una vez conocido el fallo que condenó a su mano derecha. Reflexión para sus votantes. Absolutamente carente de contenido.

La realidad indica que en nuestro país los casos de falta de transparencia y corrupción van en aumento desde hace años. Por ejemplo: en esta (des)administración se ha tolerado que dos ministros de Estado, interpelados por falta de transparencia en su gestión, le ocultaran al cuerpo —a cada legislador, en definitiva: a la ciudadanía— la verdad. Mintieron de forma comprobada. Y allí andan, bien tranquilos. Todo el país lo sabe.

Sorprende que a los legisladores oficialistas tampoco les asombre. Más que un gobierno de coalición, el presidente parece liderar un gobierno de sumisión.

La situación genera impotencia, frustración. Hiere al sistema político. Lesiona la República. Cercena libertades. Genera pobreza.

La corrupción termina con todo. Con absolutamente todo.

Nuestro país necesita un aluvión de valores, de honestidad, de transparencia. Desplazar del ejercicio de gobierno a la miseria humana. La oportunidad, la mal llamada viveza.

Artigas marcó a una sociedad, prefirió emigrar por siempre por defender una idea. Batlle y Ordóñez, entre tantas, luchó por un gobierno pluripersonal para evitar los personalismos y sus consecuencias. Baltasar Brum, se partió el corazón para recuperar la democracia. Y más recientemente, la ciudadanía le dijo no a la dictadura militar.

No encontraremos dignidad asistiendo a estos desvíos que mancillan nuestros más genuinos orígenes.

Lo anterior duele pero no vence.