Contenido creado por Gonzalo Charquero
Cybertario

Escribe Gerardo Sotelo

Opinión | Del humanismo a la tribu

Crónica de una rendición moral.

14.10.2025 17:05

Lectura: 3'

2025-10-14T17:05:00-03:00
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Finalmente cesó la guerra en Gaza y, sin embargo, el islamowokismo (esa mutación ideológica en la que terminó la izquierda luego de dos siglos en las filas de la Ilustración y la modernidad) no mostró júbilo ni alivio por las vidas que se salvarían. Ni una palabra.

Apenas el reflejo condicionado de cierta prensa progre o pánfila, que habló de “intercambio de prisioneros” mientras se liberaban rehenes israelíes y eran excarcelados terroristas de Hamás, juzgados en el único país de la región donde existe separación de poderes.

Israel aprobó el alto el fuego el pasado 9 de octubre, tras intensas negociaciones mediadas por Egipto y Catar sobre el plan del presidente Trump. Veinte rehenes vivos y veintiocho cuerpos de israelíes debían ser devueltos, a cambio de unos dos mil prisioneros palestinos, muchos de ellos miembros de Hamás. Sin embargo, solo cuatro cuerpos han sido restituidos y la ayuda humanitaria hacia la Franja se redujo a la mitad.

Los compromisos humanitarios se degradan casi tan rápido como las declaraciones diplomáticas que los anuncian, las víctimas vuelven a ser piezas en un tablero de ajedrez y Hamás dice ahora que no piensa entregar las armas. ¿No deberíamos esperar que alguien alce la voz en los periódicos digitales y las redes sociales, que alguien se movilice en las calles y los campus de Occidente? Pues no: la indignación moral parece haberse vuelto intermitente, disponible solo cuando la causa confirma los prejuicios y ambiciones políticas de quienes la enarbolan.

Ese silencio, esa afonía moral, autoriza a pensar lo que ya sabíamos: a la izquierda revolucionaria nunca le importó el destino de los gazatíes ni el de los palestinos, como tampoco tenían interés genuino en los proletarios, los vietnamitas o los nicaragüenses, por citar sólo tres de sus causas perdidas. Su empatía es selectiva y su indignación, programada: se activa solo cuando el victimario encaja en la narrativa que justifica su odio y facilita su acumulación de poder.

Desde los lejanos años 1960, tiempos en que la izquierda abandonó el universalismo ilustrado para refugiarse en la mística del Tercer Mundo y los “no alineados”, el apoyo inicial a Israel (país comunitario, igualitario y democrático) dio paso a un entusiasmo por el “antisionismo” que no busca justicia, sino redención ideológica, esa forma del resentimiento progre que rechaza todo lo que represente éxito, progreso y libertad.

Israel incomoda porque prospera; porque demuestra que el mérito, la ciencia y el pluralismo aún pueden prevalecer sobre el fanatismo y el caciquismo tribal. Y nada resulta más intolerable para quienes construyen su identidad política sobre el pedestal de la victimización que un ejemplo vivo de triunfo civilizatorio.

Como recordaría Fernando Savater, el problema no es de sensibilidad sino de pensamiento: esta izquierda ya no busca liberar al individuo, sino redimir a la tribu, ya sea real o imaginaria. Su moral no se funda en principios, sino en pertenencias. En nombre de la compasión, justifica el terror o lo alude tangencialmente y sólo para tomar impulso, mientras abdica de la razón.

Al final, ese progresismo sentimental termina pareciéndose demasiado a lo que dice combatir: dogmático, intolerante y ciego ante el sufrimiento real. La tragedia no es que haya olvidado los valores de la Ilustración; es que ya no les importan.