Contenido creado por Cecilia Franco
Invitados

Escribe Iván Solarich

Opinión | Cuba: a quien uno ama se le exige

No encuentro caminos para la superación de las sociedades y la vida misma que no vayan de la mano del diálogo, la escucha, la paciencia, la autocrítica, la alternancia, el aprendizaje permanente y la alegría 

20.07.2021 14:45

Lectura: 11'

2021-07-20T14:45:00-03:00
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Un niño

Viví desde mis 2 a los 9 años en Cuba, en La Habana, en el Vedado. Como eran dos apartamentos por piso con las puertas siempre abiertas, correteaba de una casa a la otra multiplicando lo que consideraba era mi familia: los Solarich-Penado pasaron a ser dos madres, dos padres y cinco hermanos, incluyéndome.

Me eduqué en el Círculo Infantil, y a mi negra maestra Francisca la sigo llevando en el corazón.

Mi padre durante el día trabajaba con el Che en el Ministerio de Industria, y mi madre a partir de la tarde daba clases de matemáticas en la Universidad.

A la medianoche, el Che solía llegar para conversar con los jóvenes universitarios, y mientras charlaba en la escalinata yo le tiraba de los pantalones invitándolo a jugar con mis camiones. Lógicamente no tenía tiempo para mí, pero los dos sabíamos que estábamos... ahí.

Pasaron muchas décadas, y siento que soy un tipo con un enorme patrimonio, enorme, y de seguro no es mi cuenta bancaria. Lo más valioso lo llevo guardado en cada pliegue de mi alma y mi piel: la indestructible alegría por vivir, por vivir cada día. Tanta fe llevo a cuestas, que sigo -por ejemplo- haciendo teatro como hace 40 años, con el mismo asombro, integridad y felicidad.

La primera confesión la hago a viva voz hoy que Cuba está en boca de todos: mi alegría es enteramente cubana. Aquellos años iniciales dejaron en mi cuerpo para siempre, las dulces marcas de una sensación que poquísimas veces he vuelto a sentir: la felicidad espiritual de un pueblo que casi toca el cielo con las manos.

Así viví los maravillosos años de mi infancia (e infancia de Revolución al mismo tiempo), donde se exploró la confianza, el entre iguales, el poner todos el lomo para lo que sea, además de cantar con alegría "O bella ciao", la bella canción partisana de la resistencia italiana, pero no como hace poco injertada en una banda de audaces ladrones popularizados por Netflix, sino cuando una comunidad históricamente dominada, le va diciendo ciao a la colonia y ciao al imperio. Muchachos, llegó la hora de ser libres, de ser nosotros.

El teatro

He tenido la infinita suerte de estrenar mis últimos dos textos -además, actuando- en el Festival de La Habana: "El Vuelo" en 2013 dirigido por mi adorada y enorme María Dodera, y "No hay flores en Estambul" bajo la batuta de Mariano, mi talentoso hijo. Son recuerdos imborrables, porque el público cubano es tremendo: culto y respetuoso, pero exigente a la vez. Ha sido un honor vivirlo en mi segunda patria, entre hermanos intelectuales y agudos críticos, con premios mediante
-también-, y rodeado de gente muy muy querida.

Pero hay un episodio que no puedo soslayar, marcante para mí, y que habla profundamente de mis prejuicios, los que quisiera no volver a tener, especialmente para escribir estas frases.

En el ensayo general de "El Vuelo", a horas de estrenar en el hermoso complejo Bertolt Brecht y repasando letra en el camarín, me asaltan de pronto palabras de mi propio texto que aluden a las diversas guerras, las interiores y las explícitas: "...No oculto la mía: mi guerra es un día poder abrazar sin ser visto. Celebrar un paraíso más justo en la Tierra, caminando perdido en la multitud. Sin tumbas en Siberia, sin estudiantes asesinados en Tiananmen, sin intelectuales aplastados en Praga..., y sin Jaime Perez desterrado. Un comunismo primitivo, auténtico y sincero..., sin tanques ni palas, sin partido único, ni jefes para siempre...".

Estas palabras a un par de horas de cobrar vida me conflictuaron enormemente. Yo había escrito el texto pensando en mi Uruguay post dictadura, y jamás imaginé en arengar y menos darle recetas a un pueblo hermano. Me entenderán sin mucha explicación las diversas resonancias que adquirían ahí, en Cuba, con su historia y avatares tan particulares. Pensé en autocensurarme y excluirlas. Pero cayeron sobre mí propia persona muchos de los conceptos que en clases sobre ética teatral he manejado sobre la condición del artista. Y entonces las dije.
El silencio fue estruendoso, el aplauso inmenso, y apenas culminado el estreno estaba la televisión cubana entrevistandonos, y la directora del Instituto de las Artes Escénicas planteando si podíamos volver a los tres meses a girar por las provincias, "porque "El Vuelo" merece verse en toda Cuba".

Cada uno saque sus conclusiones. Yo saqué inmediatamente las mías: algo se estaba "moviendo".

Por supuesto volvimos, recorrimos una gran parte de la Isla y el éxito fue idéntico.

Las izquierdas

Creo que no hace falta ser un lince para comprobar que la izquierda y sus revoluciones (durante el siglo XX y lo que va de este milenio), han tenido enormes problemas para concebir la libertad y las diversidades en muchas de sus manifestaciones. Podríamos aburrirnos con ejemplos de ayer y de hoy: ayer, el Estalinismo con sus purgas y masacres en la vieja Unión Soviética, aplastando toda disidencia e interviniendo militarmente en los países del este europeo, para un buen día implotar por su propia inconsistencia y fracaso. Hoy: aquella revolución sandinista del 79 en Nicaragua, devenida en dictadura con Daniel Ortega y su mujer amurallados en su residencia, persiguiendo opositores, asesinando estudiantes, hambreando a su pueblo, a la par de enriquecerse en forma multimillonaria haciéndole todos los favores a la más rancia élite. Las excusas, siempre repetidas y casi las mismas: defender la Revolución... ¿¿??

Todo me recuerda la antológica caricatura de Quino: un tipo recorre oficina tras oficina sin que le puedan solucionar un simple trámite, al llegar al último piso y ya resignado frente a la última oficina, golpea y con el formulario en la mano piensa: "¿a qué era que venía yo?".

Desde ya aclaro que no quiero ingresar en el argumento del bloqueo o embargo norteamericano, pues señala una obviedad demostradamente cruel: criminal a todas luces, incomprensible totalmente luego de 60 años, con la única complicidad mundial de Israel, y las lastimosas abstenciones de Brasil, Colombia y Ucrania. 184 naciones del mundo
-una vez más-, se han expresado por su levantamiento, ¿y?... nada.

Y no me quiero ocupar de una Estados Unidos, que se jacta de su democracia electoral y libertades, mientras sistemáticamente sigue introduciendo su impúdica bota invasora en decenas de naciones desde la 2da guerra mundial a la fecha, actuando como el karateca del barrio
-siempre de pesado y sin que nadie lo llame-, asesinando a millones de seres humanos y destruyendo antiquísimas culturas, y... faltaba más, por supuesto en nombre de la "paz mundial".

Y no lo quiero hacer, porque hablar del otro, es siempre la mejor manera de no verse uno.

Ya lo escribió el gran Tato Pavlovsky hace muchos años: nuestro destino personal como el de toda sociedad, si bien es fruto de las circunstancias que nos toca atravesar, es al mismo tiempo producto de los propios proyectos. O sea, no somos únicamente consecuencia de lo que hemos padecido, y ahí me quiero detener.

Somos también indisoluble proyección de cómo nos plantamos frente a las dificultades, de la justeza de nuestras metas, del revisar en la marcha -autocríticamente- la esencia de nuestros sueños, comprobando
-sin mentir y sin mentirnos-, en cuánto nos acercamos o en cuanto nos alejamos de nuestros objetivos. Y esto ciertamente, no se arregla ni con consignas ni esgrimiendo dogmas, ni con afirmaciones que yo pueda hacer por más vehemencia que ponga. Como casi siempre, el que más grita no es quién tiene razón.

Yo creo que la izquierda latinoamericana tiene un enorme temor a quedar en offside desde hace mucho, como si la coherencia fuera a afirmar de forma permanente las mismas cosas, sin percibir que las más elementales leyes de la naturaleza demuestran que si algo es permanente es el cambio, la mutación, sobre todo cuando la evidencia se demuestra aplastante. Si yo tan siquiera intentara enseñar arte escénico (cosa que hago desde hace 30 años) de la forma en que mis maestros lo hicieron conmigo hace 40, estaría haciendo todos los méritos para convertirme yo mismo en museo. En un siglo el teatro pasó de tener su centro en las letras para luego hacer foco en la dirección, y hoy todas las miradas confluyen en el arte de la actuación. ¿Y qué ocurrió? Sencillamente se modificaron las sociedades, las demandas de la comunicación, se modificó lo público-privado, se hizo presente la imagen y cambiaron radicalmente las arquitecturas y la geografía de la representación. Pregunto: ¿podríamos concebir entonces la actuación de la misma forma?

Cuba tuvo durante 30 años el apoyo incondicional de la Unión Soviética. Incondicional. Y en los últimos 30 -post caída del Muro- se las ha tenido que arreglar sola. Si durante 60 años relevas casi idénticas dificultades en resolver cuestiones básicas de la existencia: agua, comida, higiene, etc., para los que cualquier ciudadano debe seguir destinando una cuarta o un tercio de su jornada diaria... algo indica que no funciona. Que no funciona en tu modelo, tu estructura, en las formas y metodologías que te has dado. Y no se puede -a sabiendas de mentirse uno mismo-, esgrimir siempre y solo el embargo. Muchas decisiones han sido erráticas, incluidas muchas del propio Fidel respecto a las metas con la producción azucarera, el traslado y la reconversión de un campesinado que fue desguazado..., y podríamos seguir. No quiero abundar ni aburrir, solo compartir que no las inventé en mi cabeza, las han legado decenas de cubanos a través del tiempo hablando de su propia realidad. Claro, hablando en casi soledad, bajito, porque sino... Y no han sido ni son contrarrevolucionarios ni insurgentes financiados por la CIA.

La megalomanía de que soy imprescindible, insustituible en el devenir humano, hay que desterrarla de una buena vez, porque hiere de muerte lo mejor de las aspiraciones humanas. Y hiere de muerte especialmente todo proyecto redentor, porque instala la oprobiosa cultura de que al final, el único objetivo es el ser reelegido, el poder por el poder mismo. Y el de los círculos concéntricos que lo rodean y sostienen, para lo cual y para conseguirlo inevitablemente van recortando libertades e instalando el miedo en el resto del tejido social. Poder, que además, suele estar casualmente muy aparejado con los privilegios, las prebendas.

Hay que barrer la cultura del mesianismo: nadie es imprescindible eternamente, ni Fidel, ni Chávez, ni Evo, ni nadie. Sencillo como la vida misma, los hijos suceden a sus padres, se autonomizan, encuentran sus propios caminos. Y toda experiencia micro o macro que no acompañe ese sencillo precepto de la naturaleza, indica simplemente dependencia, trauma o interés, en definitiva, falta del ejercicio de ser libre.

Cuba, aunque tardíamente, fue dando pasos al achicar el número de los funcionarios del Estado, abriéndose a la diversidad lentamente, haciendo los primeros intentos en cuanto a la iniciativa personal y privada, y podríamos señalar otros aspectos positivos. Pero...

Terminando. Si la gente protesta, se la escucha. No importa si son mil, diez mil o un millón. Reprimir no es de izquierda. Son legítimas voces del pueblo, no delincuentes. No se puede con la excusa de la "provocación" salir a aplastar el disenso, la voluntad no coincidente. Y
mucho menos, arengar -teniendo total control del Estado, el ejército y el partido único- a tu gente y tus funcionarios "para defender la Revolución en la calle. Porque dentro de la Revolución todo, y fuera de ella nada". Como consigna puede sonar estupenda, como proyecto de sociedad... habría que preguntárselo a toda la gente. Pero preguntárselo en libertad, con intercambio de ideas, garantizando que diga lo que diga y piense lo que piense no va a terminar en una cárcel.

En el final. Ahí yacen en forma de cadáveres muchas de las experiencias político-sociales del último siglo en nombre de la libertad y la justicia social.

No encuentro caminos para la superación de las sociedades y la vida misma que no vayan de la mano del diálogo, la escucha, la paciencia, la autocrítica, la alternancia, el aprendizaje permanente, la alegría, el ejemplo constatable.

No aspiro a la perfección y por suerte humanamente es tarea imposible. Pero lo que predico debe ser demostrable, e imagino que a mediano plazo, creíble.

Quiero para mi Cuba el sentir de la directora del Consejo de la Artes Escénicas respecto a aquel estreno de "El Vuelo". Su actitud y propuesta respiraron confianza, y apostó (lo imagino) a la síntesis que libremente cada espectador iba a poder hacer.

No soy ingenuo, confío en la gente. El miedo a la libertad, no puede ser una estrella que persiga la izquierda.

Amo a Cuba. Y no le cedo la derecha a nadie -a nadie-, por lo que siento hacia ella. Pero justamente porque la amo es que debo tomar posición y exigirle desde el corazón. Porque si cuando amas, no podes compartir tus ideas y sentimientos, entonces la señal es clara, el otro no te merece.