Contenido creado por Manuel Serra
Alejo Umpiérrez

Escribe Alejo Umpiérrez

Opinión | Comunismo, libertad y homenajes: la democracia se pone a prueba en la diferencia

La calidad de una democracia no se mide por los derechos de las mayorías, sino por el respeto de los derechos de las minorías.

11.11.2020 11:07

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2020-11-11T11:07:00-03:00
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Bajadas las aguas es bueno escribir estas líneas. Es provechoso cuando la sociedad debate sobre ideas, desde posiciones ideológicas diferentes. Pensar es un sano hábito que desafía y las sociedades cuando razonan crecen. Ello es difícil hoy en un mundo de redes, de inmediatez, donde la palabra se utiliza como un látigo y no como trabajo de orfebrería.

Levantó polvareda el acto parlamentario de homenaje al Partido Comunista del Uruguay en su centenario. No hablaremos de sus vericuetos formales previos dentro del Parlamento donde se consensuó en principio tal sesión entre todos los partidos; sino que escribiremos sobre lo sustancial.

Se ha impugnado tal homenaje por el carácter antidemocrático de tal ideología como enemiga de la democracia y causante de millones de muertos y violaciones a los DDHH doquier se la haya aplicado. Y la razón no les va en rezago, con los aditamentos que señalaremos. Se ha señalado también "si permitiríamos un homenaje a un partido nazi" en nuestra Casa de las Leyes. Y obviamente que no lo haríamos, pero explicaremos las nada sutiles diferencias.

El camino de la libertad no es un sendero colmado de pétalos de rosa sino de espinas. De espinas que ponen a prueba el núcleo duro del concepto de libertad. ¿Pueden en nombre de la democracia expresarse partidos contrarios a ellas?

Lo primero a discernir es si democracia y libertad son lo mismo. La democracia es un régimen institucional y no un modelo de sociedad finalista; es además un estilo de vida donde los integrantes de una sociedad dada consensuan un modelo para dirimir sus diferencias y vivir todos en paz. ¿Ello implica necesariamente la libertad? Es aquí donde aparecen diferentes respuestas que pautan el debate hacia delante.

Para algunos con ello basta; para otros - estamos ahí nosotros - es condición necesaria, vital, imprescindible pero no suficiente - y para otros ese sistema no implica libertad porque la democracia ante todo es social y económica al margen de lo político que es solamente una expresión superestructural del modo capitalista de producción y como conclusión podría prescindirse de la democracia "formal" sin perjuicio de que hubiese democracia "sustancial". Aquí está el Partido Comunista y también el Partido Socialista que pasó desapercibido en este debate, básicamente cuando asume su condición de marxista leninista. Para nosotros es claro que no existe lo uno sin lo otro y están atados incondicionalmente. Bienestar sin libertad es vivir en jaula de oro y cuando se renuncia a la libertad por el bienestar siempre se terminan perdiendo ambas. No queda otro camino que construir en una revolución democrática permanente, donde no hay actores privilegiados del cambio sino que los actores son múltiples y donde todos los sectores generalmente, con relación a los intereses que les incumbe, son refractarios al cambio.

Si fuéramos consecuentes con la idea que el Partido Comunista es antidemocrático debería de prohibirse su existencia. O sea en nombre de la democracia y la libertad deberíamos prohibirlo, eliminar además el derecho de expresión, de reunión y de prensa de los comunistas. O sea, en nombre de la democracia y la libertad cercenaríamos la misma. Una contradicción en la base.

La democracia liberal ha solucionado este intríngulis hace décadas sobre la base de la tolerancia (aún a los intolerantes), el derecho de expresión y las libertades electorales. Nuestro Partido luchó largamente por la representación proporcional, de las minorías y dejó muertos en las cuchillas por ese ideal democrático. Mal podríamos ahora ir contra nuestra propia historia.

La calidad de una democracia no se mide por los derechos de las mayorías sino por el respeto de los derechos de las minorías. Y lo escribe quién no cree en ningún postulado marxista: ni en el materialismo dialéctico, ni en el materialismo histórico, ni en la lucha de clases ni en la dictadura del proletariado.

Por esta definición de las democracias liberales, el Partido Comunista en todo el mundo occidental participa del juego electoral y parece que ello está fuera de cuestión. Tanto participa que bajo el formato de frentes populares ha llegado al poder en diferentes oportunidades (Uruguay entre ellos) y ha terminado su gestión entregando el poder (cuando no fueron desalojados en medio de conflictos o golpes); más allá de que su visión sea que la democracia es un aspecto táctico para una estrategia superior.

Desde 1920 el PCU ha participado en todas las elecciones y ha tenido la representación electoral que la gente ha decidido y hoy llega a una de sus máximas representaciones junto a la de 1989. Es absurdo negar su representatividad en ciertos sectores, especialmente sindicales, aunque ya menguado en el aspecto intelectual que fuera su usina otrora. Por otra parte el PCU desde siempre ha defendido la vía electoral y ello le causó encendidas disputas ideológicas con el MLN en los 60 y 70 y una gran hemorragia de militantes hacia las teorías foquistas en auge por entonces, que priorizaban la acción directa sobre el "camino burgués".

De hecho, jamás el PCU fue actor de episodios de guerrilla y además sufrieron sus militantes una dura represión con torturas y muertes luego de instalada la dictadura donde no había ningún peligro para la democracia precisamente como para justificar - que tampoco lo hace - tales bárbaros actos. Es cierto que apoyó los comunicados 4 y 7 que fueron la antesala del golpe de estado - no fueron los únicos en la izquierda ni en el sistema político -; como no es menos cierto que otros dirigentes de los PPTT luego participaron del "proceso" y lo avalaron y que a lo largo de la historia tuvimos otros desmayos democráticos, especialmente el Partido Colorado desde el S. XIX.

En Europa, como respuesta al estalinismo en los años 70 del siglo pasado, se creó una corriente crítica que hizo nacer el eurocomunismo de la mano de Enrico Berlinguer (Italia), Georges Marchais (Francia) y Santiago Carrillo (España) - recuerdo haber leído un excelente libro de Adam Schaff, "El comunismo en la encrucijada", expulsado del comunismo polaco por ello. La premisa básica era aceptar la pluralidad de partidos y el libre juego del sistema. Apostar a la vía electoral para convencer a las masas. Eso que fue novedad en Europa, abandonando la mitología revolucionaria, especialmente cara en América Latina, ya había sido puesto en práctica en Uruguay por el PCU, que - hay que decirlo - fue, más allá de las diferencias ideológicas, el partido comunista más maduro, consistente y formado de América Latina con hombres de alto tenor teórico como fue Rodney Arismendi o sindicalistas de fuste y diálogo como Héctor Rodríguez (expulsado luego).

Lo otro es el homenaje. ¿Tienen derecho al homenaje los comunistas? En un sistema democrático la regla de oro es la tolerancia y la convivencia. Cada partido tiene el derecho a homenajear a sus mejores representantes, a sus ideas y a su historia. Derecho irrestricto. La democracia se pone a prueba en las diferencias y más aún en la tensión de sus extremos. Fácil es ser tolerante con quienes piensan igual o semejante; el desafío es serlo con los que están en tus antípodas. A los que no crean en la democracia se los derrota con más democracia, no con menos. El desafío en una sociedad es aprender a dialogar y convivir. No basta el silencio o la ignorancia de un adversario para que no exista. La sociedad crece construyendo puentes, no volándolos.

Algunos recurren al fácil expediente que "entonces podría hacérsele el homenaje a un partido nazi" si lo hubiere; le aclaramos que son cosas distintas un partido que tiene una ideología que tiene su base la superación de desigualdades sociales - cuya metodología conduce al autoritarismo y rechazamos - y muy otra es una ideología que su meta es una supremacía étnica que requiere del exterminio de las razas inferiores y que no persigue ninguna idea social o económica como modelo.

A veces, en retrospectiva pensamos que pueden haber sentido, los ya ancianos combatientes - tanto blancos como colorados - de las guerras civiles de 1897 y 1904 cuando vieron levantarse monumentos a sus adversarios, aquellos que a balazos combatieron y que quizás vieron caer por un degüello a un amigo o un familiar en un campo de batalla. Y vieron levantarse monumentos a Saravia o Batlle. ¿Pueden imaginar lo que deben haber sentido? Esos monumentos fueron homenajes de colectividades que reivindicamos un pensamiento, una historia, nuestros muertos y nuestras ideas. Hoy el tiempo ha puesto su pátina de indulgencia que nos permite ver todo desde una perspectiva diferente al momento cuando esos monumentos fueron construidos. Y esos monumentos allí están como mejor prueba de la tolerancia, de la convivencia y del derecho al homenaje.

Asumimos desde ya que el facilismo en este mundo de redes, donde la censura y el agravio es lo cotidiano, se encargará de mutilar, sacar de contexto y estereotipar este artículo y ya vendrán las censuras correspondientes. Lo nuestro es apostar a la gente pensante de nuestra sociedad, silente pero presente, que es la gran mayoría y que marca los rumbos de la democracia.

Entonces - reiterando - las ideas se combaten con ideas y así se fortalece la democracia. Ese es el gran desafío que tenemos que afrontar cotidianamente.