El presidente de la República Luis Lacalle Pou anunció que acordó con el ministro de Salud Pública, Daniel Salinas, poner fin a la emergencia sanitaria que rige en el Uruguay desde marzo de 2020.
Es una noticia muy buena que ameritaría una celebración nacional de todos los uruguayos que atravesamos por la pandemia asustados, primero, desconfiados, después, y, hastiados, ahora.
La pregunta es: ¿estamos en condiciones de hacerlo?
Cuando los libros de historia hablen de la pandemia del coronavirus sobresaldrá la estrategia del Uruguay basada en la “libertad responsable” con la que el gobierno y los ciudadanos enfrentaron juntos la peor crisis sanitaria de su historia.
La “libertad responsable” fue acompañada por los uruguayos de todas las tiendas políticas. Fue una decisión acertada que reveló que el presidente no era un improvisado ni un extraterrestre: es un político ducho que conoce demasiado bien la idiosincrasia del pueblo que lo ungió como presidente.
El triunfo de la estrategia uruguaya -reconocido en el mundo entero- se debió, en primer lugar, a los propios ciudadanos que comprendieron inmediatamente lo que estaba en juego. Le asistía razón al presidente cuando decía que no estaba dispuesto a llevar preso a quien saliera a parar la olla.
El acatamiento voluntario de cientos de miles de uruguayos en las primeras semanas de la pandemia es digno de estudio para las Ciencias Sociales. Sin estar obligados, como en muchos países, los orientales se quedaron en sus casas dando tiempo al Estado a prepararse para la llegada del virus y a la ciencia para encontrar los antídotos contra el virus.
En el triste olvido quedarán los cacerolazos convocados a la primera semana de declarada la emergencia sanitaria y las exigencias de cuarentena obligatoria, toque de queda y hasta militarización de la frontera.
Guste o no, el presidente mantuvo un rumbo claro aún en los momentos más duros de la pandemia. Nunca dudó de que el camino escogido era el que mejor les cabía a los uruguayos. Habrá kilómetros de tela para cortar sobre lo que pasó y nos pasó en estos dos años pasados.
Resultan innumerables las anécdotas vividas. Las exageraciones de comportamiento en las primeras semanas, las rebeldías individuales y colectivas, que todos hicimos en algún momento desafiando nuestra propia incertidumbre. ¿O no salieron las cuerdas de tambores a resistir el pacto no escrito? ¿O los surfistas?
También quedan las lágrimas por el recuerdo de los seres queridos que perdieron la vida contagiados del virus. Imposible olvidarlos. La pregunta sería: ¿eran las muertes evitables? No hay diario del lunes para esta respuesta.
Lo que sí queda es la enseñanza de nuestro Estado tensionado al máximo, pero estando a la altura de la circunstancia -su sistema de salud, la conectividad de Antel, los maestros y profesores que debieron rápidamente adaptarse a la virtualidad, el MIDES, las intendencias-.
Y también el comportamiento individual de cada uruguayo haciéndose cargo de lo que le tocaba en suerte. Fue así que afloró la solidaridad en las ollas populares en los barrios y en donaciones organizadas en cada rincón del país para ayudar. Pienso en canastas.uy, unidos para ayudar, Radelco, y tantas otras con menos renombre.
Durante la pandemia la inmensa mayoría de los uruguayos se puso en los zapatos de los más necesitados y actuó en consecuencia, ayudando en un club, un sindicato o una parroquia. Me animaría a preguntarle a los que leen estas líneas si colaboraron llevando comida a alguna olla solidaria, aportando en colectas de alimentos, o directamente dando horas de su vida para arrimar el hombro a los demás. Apuesto a que la respuesta tímida (porque los uruguayos somos así) por lo bajo es: sí, alguna mano di.
Lamentablemente, el ruido de los que habitan los extremos, exacerbado durante la última discusión por 135 artículos de la Ley de Urgente Consideración, volverá a opacar lo que debe ser visto como un gran logro colectivo que reveló lo que puede hacer un pueblo unido ante una adversidad terrible como lo fue la pandemia.
Los uruguayos, que somos puestos como ejemplo de convivencia democrática en el mundo entero, tendríamos que darnos una tregua en el debate político y sentir, al menos por unos minutos, el lado bueno de lo que nos hizo diferentes cuando juntos enfrentamos la adversidad.
No es de extrañar que el joven presidente chileno Gabriel Boric haya declarado en el diario porteño Clarín que "admiro, esto no sé cómo va a caer, pero me gustan mucho los uruguayos".
La forma en cómo atravesamos la pandemia debería ser uno de los mojones de esa unidad nacional que siempre aflora en nuestra patria cuando nos llevan al borde. No solo porque es algo real digno de admiración, sino porque además nos conviene. Es hora de ser menos duros con nosotros mismos.
Pero no va a suceder así. Las voces radicales se encargarán de que la lectura sea la que convenga para los pingües intereses electorales y no habrá reconocimiento alguno a nada, ni a nadie.
Algunos preferirán destacar lo que no se hizo, lo que faltó, lo que se omitió a sabiendas que no había en el mundo entero una estrategia perfecta ni única para enfrentar la pandemia exitosamente. Uruguay y los uruguayos tuvieron la suya y fue buena. Con la distancia del tiempo, sin excepciones, será valorada como corresponde.
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