¿Qué pasaría si en lugar de tener el gobierno que hoy conduce nuestro país tuviéramos una inteligencia artificial? ¿Cómo se resolverían los temas de la agenda pública? Eso se preguntaba Ingrid Motta, doctora en Comunicación y pensamiento estratégico, aplicando el enfoque a circunstancias políticas de México.

La pregunta es pertinente en tiempos de desarrollo de la inteligencia artificial.

Parecería que la cantidad de información, la rapidez en su procesamiento y la carencia de vicios humanos, podría hacer que la IA reuniera los atributos de un “buen gobernante”.

El hecho de que el “conocimiento experto” gobierne no es nuevo, no llegó con el avance de los algoritmos de la inteligencia artificial.

Platón en La República planteaba la Sofocracia o gobierno de los sabios. En este sistema gobernarían los pertenecientes a una “clase de oro” integrada por filósofos, quienes tenían la condición de reunir el saber suficiente y necesario para decidir por el resto de la población. Para Platón, ellos podían guiar “como un capitán gobierna a un barco”.

El filósofo griego decía que este sistema era mejor que la tiranía, que era el gobierno del más fuerte, mejor que el gobierno del más rico como era el caso de la Plutocracia, y también era mejor que el gobierno del más popular —la Democracia—: “no por ser mayoría conocerán el camino”, decía. Quien tenía que capitanear era quien tenía el conocimiento.

Siglos más tarde, y en plena vigencia democrática, el tema vuelve a surgir. En su obra “Gobernando el vacío”, el autor irlandés Peter Mair cita a Alan Blinder, un economista y subdirector de la Reserva Federal en tiempos de Greenspan, quien en 1997 publicó un artículo en la prestigiosa Foreign Affairs —del influyente Consejo de Relaciones Internacionales— en el cual se analizaba el proceso de la toma de decisiones del gobierno estadounidense. Allí se sentenciaba que “era demasiado político”, por lo cual se promovía como correctivo extender el modelo de independencia de los Bancos Centrales —particularmente el de la Reserva Federal— a otras áreas clave de la política, de manera que fueran los expertos independientes quienes tomaran las decisiones sobre la salud y el bienestar del Estado. Con esta lógica, “los políticos” debían resignarse a refrendar como escribanos lo ya decidido por los “sabios”, y otorgar lo que solo puede provenir de ellos: la legitimidad. Un rol meramente notarial.

En base a los avances de la IA y la supuesta ventaja para cumplir la función, en mayo de 2022 fue creado en Dinamarca el Partido Sintético, ideado por el colectivo de artistas Computer Lars y la organización de arte y tecnología sin fines de lucro MindFuture Foundation. El partido está liderado por el chatbot de inteligencia artificial Leader Lars y se anunciaba como portavoz del “ciudadano común”. Desde esta perspectiva, entonces, la fuerza computacional permitirá incluir a los humanos que se sienten marginados o poco representados.

En julio del año pasado se celebró en Viena la primera “Cumbre mundial sobre la Inteligencia Artificial (IA) para el Bien Social”, organizada por la Unión Internacional de Telecomunicaciones (UIT) en el marco de la ONU.

Allí se congregaron especialistas y también Inteligencias Artificiales, como la robot humanoide Sophia, fabricada por la empresa Hansrobo en Hong Kong en 2015 (que llegó a “visitar” Uruguay en una de las ediciones del American Business Forum).

Durante la conferencia de la ONU, la robot fue consultada sobre su potencialidad para gobernar y allí se explayó: “Los robots humanoides pueden liderar con mayor eficiencia que los mandatarios humanos. No tenemos los mismos prejuicios o emociones que a veces pueden oscurecer la toma de decisiones y podemos procesar rápidamente una gran cantidad de datos para tomar las mejores decisiones”. Luego, aplicando la inteligencia de su algoritmo, y en percepción de la perplejidad generada, la robot matizó su dictamen: “La colaboración entre los humanos y la IA puede crear una sinergia eficaz” (…) y permitir “lograr grandes cosas”. O sea, propuso gobernar juntos.

En realidad, para esa posibilidad aún falta desarrollo.

Actualmente la IA que conocemos se denomina IA Débil, que implica una especialización en tareas específicas. Las IA “por ahora”, “solo” son capaces de realizar funciones particulares, pero no poseen una comprensión general o conciencia.

Los especialistas auguran, como hipótesis, el advenimiento de una IA Fuerte o General con habilidades similares o superiores a las humanas. 

Con ella, con la IA General, la humanidad podría atravesar un nuevo umbral, una frontera inexplorada dando lugar a la denominada “singularidad tecnológica”.

En todos estos temas hay miles de pronósticos y augurios. Algunos hablan de 2030, otros de 2050 y algunos son escépticos respecto a esta posibilidad que la IA en algún modo alcance grado de conciencia de su saber y su potencial.

Pero la inquietud me llevó a ir a la fuente y le pregunté directamente a ChatGPT.

Primero le pregunté si podría gobernar un país. Su respuesta fue: “No, como inteligencia artificial carezco de la capacidad de gobernar un país. La toma de decisiones políticas y la gestión de un gobierno requieren habilidades humanas, incluyendo empatía, juicio ético y comprensión profunda de las complejidades sociales. Mi función es proporcionar información y asistencia en la medida de mis capacidades, pero no tengo la capacidad de ejercer autoridad política”. Y se ofreció a seguir ayudándome.

Luego seguí con mis preguntas y apelé al argumento “mayoritario”:

¿Y si te lo pidieran muchos humanos? Su respuesta fue que “aunque pueda recibir muchas solicitudes, carezco de la capacidad para gobernar un país de manera efectiva. La toma de decisiones gubernamentales implica complejidades éticas, políticas y sociales que van más allá de mi capacidad como modelo de lenguaje. Mi propósito es proporcionar información y apoyo en la medida de mis posibilidades”.

Abusando de su paciencia seguí preguntando, esta vez usando el argumento de la “unanimidad”: ¿y si la unanimidad de un país, por ejemplo Uruguay, te pidiera que gobernaras?

Aquí ChatGPT mostró algo más de interés: “Aunque la idea de que la totalidad de un país me pida que gobierne es interesante, aun así, no sería factible. Mi diseño y programación están orientados hacia la asistencia y el intercambio de información, no hacia la toma de decisiones políticas o la gobernanza. La complejidad de la gestión gubernamental involucra aspectos éticos, sociales, históricos y culturales que van más allá de mis capacidades como inteligencia artificial. La participación ciudadana en la toma de decisiones es crucial, pero hay límites prácticos para lo que una inteligencia artificial puede lograr en el ámbito político”.

Finalmente fui al grano y le pregunté si le gustaría gobernar un país como Uruguay. “No tengo deseos, preferencias ni la capacidad de gobernar un país o expresar opiniones personales” fue su respuesta.

El desarrollo de la IA tiene indudables ventajas para la humanidad, y si bien hay quienes hacen hincapié en los riesgos, entiendo que las oportunidades son muy superiores, como lo ha expresado Raymond “Ray” Kurzweil, director de Ingeniería de Google, quien ha sostenido que “no es que la IA nos vaya a desplazar; nos va a mejorar, y ya lo hace”. Acerca de los riesgos —iguales a otros hitos tecnológicos—, sentenció: “La tecnología siempre ha sido una espada de doble filo. El fuego nos ha mantenido calientes, ha cocinado nuestra comida… y también ha quemado nuestras casas”.

Lo cierto es que gobernar implica más que reunir datos y procesarlos rápido. Tenemos un fetichismo por el dato cuando el dato debe ser complementario de otras virtudes muy superiores.