Muchos pudimos ver, por televisión o en las redes, un desborde del presidente de la República, Luis Lacalle, Pou hacia el intendente de Canelones y uno de los precandidatos del Frente Amplio, Yamandú Orsi. Hay detalles que le dan un significado especial: mientras le recriminaba el “tono” de las opiniones de Orsi, Lacalle le sostenía la mano con fuerza. Eso además de palabras, es un gesto de prepotencia física absolutamente imperdonable. ¿Dónde estamos?
Ahora el presidente de la República se permite increpar a un dirigente de primera línea de la oposición y además intendente de Canelones, mientras participaban en una actividad pública. Algún límite, alguna chaveta de Lacalle Pou se le soltó muy feo.
No era el lugar, ni el tono, ni la persona para increpar de esa manera. ¿Qué hubiera sucedido si una actitud de ese tipo la hubiera tenido un presidente de la República del Frente Amplio? Hubieran explotado todas las furias y hubieran tenido razón.
Yamandú Orsi declaró poco después, pidiendo disculpas al público presente que presenció ese incidente vergonzoso y del que era totalmente ajeno, y le dijo bien claro y fuerte a Lacalle desbocado que nadie lo iba a callar. Fue mesurado, serio, con sentido de responsabilidad institucional. Como corresponde, pero puso a Lacalle en su lugar.
Todo se inició cuando Orsi, luego del escandaloso y vergonzoso show del narcotraficante Sebastián Marset en Canal 4, reprodujo casi textualmente los argumentos del gobierno sobre la entrega de un pasaporte en forma ultra rápida, nada menos que a un preso en Dubai. Detenido por entrar en ese país con un documento paraguayo falso.
Reitero una pregunta que nunca se contestó ni por el gobierno ni por Marset: Si podía obtener legalmente un pasaporte uruguayo, ¿por qué se arriesgó y viajó con un pasaporte paraguayo falsificado? Ni durante la entrevista, ni en ningún momento se logró explicar ese absurdo.
Por otro lado, que Marset es una enorme carga para el gobierno uruguayo, basta constatar que en el ocultamiento de pruebas al parlamento y a la justicia intervinieron, dos ministros, dos subsecretarios, el asesor de comunicación estrella Roberto Lafulf, y también el presidente que “pasó a saludar…” en una reunión en el piso 11 de la Torre Ejecutiva.
Si el presidente o el secretario del presidente y “eco” juicioso del mandatario Álvaro Delgado consideran que eso no sucedió, podrían mencionar una sola frase, un solo argumento aportado por Marset diferente a la versión oficial. Mutis total.
Lo único que hizo Marset en el show fue brindar una imagen de un “trabajador” tranquilo y de familia y aportar datos para respaldar la versión oficial. Y unos cuantos oficialistas bastantes tarambanas se apresuraron a destacar ese apoyo, atacando a Orsi, que lo único que hizo fue comprobar algo que cualquiera podía comprobar. Era claro que Marset pretendió ayudar al gobierno. Por ahora…
El desborde de Lacalle comenzó unos días antes llamando telefónicamente al senador Guido Manini Ríos para presionarlo, incluso mencionando a los ministros de Cabildo Abierto por la falta de apoyo a un supremo veto presidencial. Recibió una buena respuesta.
En este país los guapitos reciben siempre lo que les corresponde, porque la mayoría de los uruguayos, mujeres y hombres, no los asustan con cacareos. Aunque algunos de los fanáticos senadores blancos hayan querido cubrir de gloria el gesto destemplado y antidemocrático del presidente. Lacalle entró en el terreno de Da Silva, de Graciela Bianchi y del ministro García. Todos guapos de pacotilla.
Si hubiera que elegir una palabra, para definir esta actitud, sería peligrosa. Cuando se comienzan a superar ciertos límites, llegando incluso a agresiones de ese tipo, las alternativas son pocas: o el presidente se contagió de sus lacayos, o está muy pero muy nervioso y se le soltó la cadena, o directamente ha perdido la capacidad de medir sus actos.
¿Por qué no se puso tan sensible cuando pasó a saludar y a participar de una conjura para mentirle al Parlamento, a la justicia y a la soberanía en una reunión convocada por su expresa solicitud por su propagandista estrella, Roberto Lafulf, otro de los volados por el escándalo. Todo para cubrir a Lacalle.
Valiente actitud presidencial al cubrirse detrás de todos esos altos funcionarios para no asumir sus propias responsabilidades.
Este escalón es peligroso, porque es un descenso en el nivel del relacionamiento político e institucional, nada menos que desde el piso 11 de la Torre Ejecutiva, aunque a esta altura ya está al nivel del subsuelo.
Lo interesante es analizar también el otro protagonista del episodio, uno de los políticos, de los intendentes que cultiva conscientemente una relación prolijamente institucional, basada en un criterio: no quiere actuar en base a intereses electorales que puedan afectar el normal funcionamiento del Estado y que sean los canarios los que paguen las consecuencias.
Lo que casi no llama la atención es que la dirigencia colorada, de tanto andar de rodillas por unos cargos, también en esta ocasión gastaron sus pantalones contra el duro piso del poder. Los batllistas y los ciudadanos colorados auténticos no se lo merecen.
Entramos en una zona de peligro en la que desde el 1° de marzo de 1985 nunca habíamos penetrado: el de un mandatario que utiliza las amenazas, los gestos violentos en público y totalmente desubicados.
Por ello tiene más valor el nivel de firmeza y de responsabilidad que asumió Orsi en su respuesta.
¿No le estará quedando demasiado grande la banda presidencial?