Contenido creado por María Noel Dominguez
Cybertario

No a la publicidad de mutualistas

OLESKER: SOFISMA CON MORDAZA

La semana pasada escribí sobre la suspensión de ejecuciones. Decía que era un sofisma, porque a pesar de su apariencia, no era una solución sino un nuevo problema.

15.04.2005

Lectura: 5'

2005-04-15T00:00:00-03:00
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Los hechos son elocuentes: Según el presidente del BROU, Fernando Caloia, muchos de los que estaban pagando, dejaron de pagar. Pero el mayor sofisma de la semana fue el de Daniel Olesker, director general del Ministerio de Salud Pública.

Este servidor público ve gente sin cobertura médica, mutualistas fundidas y un sistema estatal de salud colapsado y siente que algo debe hacer. Luego ve que las mutualistas contratan publicidad. ¡Eureka! ¡Prohibamos que las mutualistas gasten dinero en publicidad y habremos logrado más recursos! Attenti.

Estamos ante un nuevo sofisma gubernativo, ese tipo de razonamientos que revolea sin pudor una parte del gabinete mientras la otra trabaja, zurce y cose con sensatez. Así que utilicemos nuevamente nuestro antídoto: pensemos con sentido común. El procedimiento suele desatar pataletas de los dogmáticos y los perezosos, pero es la garantía de que nuestros sueños no se conviertan en pesadillas.

¿Por qué Olesker plantea este nuevo sofisma? Probablemente, porque se imagine un sistema de salud en el que la competencia y la innovación para satisfacer a los usuarios no serán un asunto central. Pero detrás de ese hipotético sistema, subyace una visión de la economía según la cual, el dinero que una mutualista invierte en publicidad sólo puede salir de otros rubros, como el suero fisiológico, la verdura para la sopa, el hipoclorito de sodio o el salario de los empleados.

Así, la conquista de nuevos abonados por parte de una mutualista sería un juego de suma cero, porque sólo podría empeorar la situación de otra. El razonamiento tiene cierta coherencia, pero es falso.

Ahora bien, ¿no es mejor que las mutualistas gasten el dinero en mejorar la calidad del servicio y los salarios en lugar de gastarlo en publicidad? No, no es mejor necesariamente. Puede incluso ser peor. Las empresas contratan publicidad cuando tienen algo para ofrecer al público. Algo nuevo, mejor o más barato. Si Usted no tiene novecientos pesos al mes para pagar una cuota mutual quizás tenga quinientos. Una mutualista le ofrece un servicio similar por ese dinero y contrata publicidad para darlo a conocer. Si Usted acepta la oferta, ambas partes se beneficiarán y la torta habrá crecido.

Supongamos que Usted esté podrido/a de recorrer media ciudad para ir del consultorio del especialista al laboratorio de análisis. Acaso Usted haya desarrollado una fobia a las esperas y las colas. Imagínese que una mutualista descubre que su local central puede brindar todos los servicios sin demoras. Para lograrlo, invierte recursos materiales y humanos.

Tira una pared, capacita personal en mejora de gestión y contrata una pauta publicitaria de manera de que usted y otros potenciales interesados se enteren. Si obtiene el resultado esperado, todos se habrán beneficiado. Si usted se cambia de mutualista, su decisión premiará a quienes lo tratan como gente y castigará a quienes lo tratan como un rehén, salvo que Usted sea socio por Disse, en cuyo caso Usted, efectivamente, es un rehén. De cualquier manera la torta igual habrá crecido, porque la primera mutualista aumentó el valor del servicio que ofrece.

Como se ve, gracias a que las mutualistas invierten en publicidad, pueden tener más dinero para destinar a las tisanas, los apósitos y los incentivos laborales. Desde una perspectiva más amplia, podemos decir que gracias a que hay empresas que innovan, arriesgan y se comunican para ganar clientes, hay chances de salir de la malaria, sobre todo si pensamos en los que no tienen dinero para pagar una mutualista ni para nada. Estamos hablando de cuestiones fundamentales de la economía como la innovación, la mejora continua, la generación de valor, la satisfacción de los usuarios y la libertad de tomar decisiones virtuosas con el dinero propio. Lo preocupante del caso es que Olesker, economista de profesión, tuvo ante si las palancas del progreso y el bienestar y lo que se le ocurrió fue...¡impedir que se muevan! Decir que su propuesta es un sofisma, es hacerle precio.

Pero ¿qué es la publicidad, al fin de cuentas? Principalmente, una de las formas de la comunicación social. Por eso toda limitación sobre su discurso es un acto de censura. Cuando una empresa hace publicidad, se comunica con la sociedad, ofrece sus servicios o productos, apoya acciones que considera positivas, asume visibilidad pública y responsabilidad social. Cuando un ciudadano entra en contacto con la publicidad de una empresa, recibe información con el formato y el estilo propio del lenguaje publicitario. Una información que no se agota en si misma, sino que remite al sujeto a otras acciones informativas en procura de más datos sobre servicios y ofertas similares. Si el futuro sistema nacional de salud va por este camino, sufriremos las consecuencias habituales de la censura: secretismo, rumores, privilegios, arbitrariedad y finalmente, peores inversiones, peores sueldos y peores servicios.

Ya fuera por la raza, la clase social, la religión o las ideas ajenas, todos los censores han esgrimido una razón que creyeron plausible para escamotear la libertad a la gente. Por eso cree Olesker que el celo ministerial cuidará mejor el dinero de los usuarios que el de sus legítimos propietarios y administradores. Por eso el tema no es la salud sino la libertad. La libertad de invertir dinero, la libertad de comunicar ideas y servicios, la libertad de cambiar de mutualista, la libertad de conquistar nuevos clientes, la libertad de competir y ganar, la libertad de elegir. La libertad, en suma, de andar por la vida sin temer que un día un jerarca, imbuido de las mejores intenciones y las peores ideas, se le vaya a ocurrir amordazarnos.

Suertempila

Gerardo Sotelo