Publicidad

Contenido creado por Paula Barquet
Zona franca
Imagen aportada por el autor
OPINIÓN | Zona franca

Notas sobre la extrañeza del mundo

Un reencuentro con viejos amigos tan destartalados como yo.

Por Fernando Butazzoni

14.02.2025 13:04

Lectura: 4'

2025-02-14T13:04:00-03:00
Compartir en

Este febrero de 2025 me ha sorprendido con una agenda personal cargada de vida social que, además de ser inesperada, me ha colocado donde corresponde: frente al espejo de mi edad. Así que esta columna no analiza nada del panorama político nacional, no se mete con Conexión Ganadera ni con las aspiraciones de Trump sobre Gaza ni adivina lo que hará Orsi en cuanto asuma, sino que apenas trata de nuestra ya vecina senectud, el paulatino declive de un puñado de muchachos y muchachas que supimos hacer ruido y poner el mundo patas arriba, allá a finales de los años sesenta y principios de los setenta del siglo pasado. De más está decir que, los que quedamos, somos todos como mínimo septuagenarios.

El primer compromiso apenas si fue una llamada telefónica de un amigo que vive en el este del país, cerca de la frontera. Me contó que estaba trabajando con una amoladora en la instalación de una ventana, cuando el disco de lija zafó de su sitio y le golpeó la nariz. Casi se la arranca. Podía haberlo matado. Un chorro de sangre, tajo, alarma, sutura, antibióticos. Hablamos de la increíble suerte que tuvo, mientras yo para mis adentros pensaba, con cierto pesimismo, que esa suerte gigante lo viene acompañando desde hace ya demasiado tiempo. Le dije por wasap que se cuidara, pero me quedé preocupado.

Al otro día una compañera muy querida, que logró sobrevivir a la cárcel cuando era casi una niña, anduvo clandestina en el Chile de Pinochet y trabajó en organizaciones de solidaridad durante 40 años, me escribió para saber de mí. Ella vive en Pando. Tuvo un cáncer muy agresivo, pero también lo superó, creo yo que con una fuerza de voluntad que su físico esmirriado no muestra. Quedamos en hablar largo, y los dos nos merecemos esa charla, así que cualquier día me largo hasta su casa que, como ella dice muy en broma y muy en serio, es un apartamento en una cooperativa ubicada “entre el cementerio y los quilombos”.

El día de Iemanjá me llamó otro de la barra: tuvo un ACV y quedó con limitaciones motrices bastantes severas. Hablamos de sus hijos, de los míos, de algunos compañeros que ya no están, y quedamos en que iré a visitarlo en los próximos días. ¡Dios mío! Cuántos amigos, cuántos recuerdos y cuántos dolores. Como él vive en el Prado, no será complicado para mí arrimarme a su casa. Promesa hecha y aún no cumplida.

Y el martes pasado fui a visitar a mi compadre pintor, un arquitecto que por momentos finge estar loco como una cabra pero que sabe con exactitud dónde está parado el mundo. Tiene un GPS político bastante preciso. Fui por propia iniciativa, previo aviso: una semana antes me mandó un pequeño video en el que se mostraba en una sala de sanatorio, de pijama y con la típica calvicie que provoca la quimio, bailando salsa con una enfermera al ritmo de una orquesta tropical. Era un desafío, una mojada de oreja. Acepté el reto.

Así que fui a verlo a su casa. Lo encontré sereno, preparando su espíritu para una nueva sesión de quimioterapia que tendría lugar al día siguiente. Con él y su esposa pasamos un rato agradable, mientras afuera la lluvia caía mansa y el calor nos daba a todos una tregua. No sé cómo le fue en la quimio. No me animo a llamarlo. Él pasó por muchas amarguras y dolores en la vida, y hasta estuvo en el foso de los leones, pero al igual que el Daniel de la Biblia salió indemne porque es un espíritu superior, capaz de proezas silenciosas, siempre ignoradas y muchas veces divertidas.

De modo que tengo por delante una serie de compromisos que he asumido, y aquí los cuento con gusto y alegría. Reencontrarme con viejos compañeros y amigos, todos algo destartalados al igual que yo, es un privilegio que la vida me ha negado ya demasiadas veces. Capaz que esa serie de visitas me ayuda, como escribe Eliot, a entender por qué “el mundo se nos vuelve más extraño”.

Por Fernando Butazzoni