Contenido creado por Gastón Fernández Castro
Navegaciones

Murió un diablo

Murió un diablo

04.03.2008

Lectura: 4'

2008-03-04T09:33:59-03:00
Compartir en

El Uruguay es un país insólito por muchas razones. Es un país desproporcionado, a su tamaño, a sus delirios de antaño, a sus nostalgias, por los nombres de algunas de sus cosas, por su historia en la que honramos a un héroe cuya mayor hazaña fue una gran retirada popular y porque tenemos diablos verdes. En el resto del planeta son – como todos sabemos – rojos y ardientes. Aquí son verdes y ardientes.

El sábado se murió el inspirador, el creador de esa rareza mitológica y carnavalera, Antonio Iglesias, el gallego Iglesias. Un personaje que conocí hace más de 45 años en la calle Laureles a la vuelta de dos grandes fábricas de vidrio, Vidplan y Codarvi en la sede de la FOIV y de los Diablos Verdes. Si, porque en este país podían convivir una aguerrida organización sindical como la Federación de Obreros de la Industria del Vidrio y una de las más famosas y exitosas murgas. Y al frente podía estar la misma persona. Con la misma pasión, seriedad, dedicación e inteligencia y con idéntica sensibilidad humana. Ese era el gallego Iglesias.

Cuando lo conocí además era militante de la Lista 99, la de Zelmar. Si aprendí algo del sindicalismo uruguayo fue en aquel local donde se escribieron tantas páginas de la mejor historia del PIT CNT y de la democracia de este país. En ese local se reunión la CNT para declarar la huelga general y la ocupación de todos los lugares de trabajo cuando el golpe de estado del 27 de junio de 1973. Y también allí estaba Iglesias. Como estuvo siempre.

Cuando dirigía la mesa zonal de esos barrios llenos de fábricas y por lo tanto de obreros que fueron siempre un baluarte de las luchas populares, de esas que ahora algunos parecen olvidar o sumir en una mufa pesada y tosca donde no penetre la historia. En esas calles, junto a los que bajaban del Cerro se escribieron páginas hermosas de dignidad, de firmeza de los trabajadores, y siempre estaba el gallego, sin estridencias, sin alharacas. El estaba, dirigía porque todos lo respetábamos, sabíamos que era una roca, firme e inteligente.

Si había que negociar en el parlamento, con el gobierno, con las patronales también estaba el gallego. Y todos estábamos tranquilos y seguros que nuestros derechos estarían protegidos y defendidos de la mejor manera, sin gritos, sin rudezas aparentes, con la firmeza y la flexibilidad necesarias.

Y el gallego primero se hizo del FIDEL y luego se afilió al Partido Comunista. Y murió siendo comunista. En eso era “rojo” como un diablo. Y pagó por ello, por ser dirigente sindical de primera línea en la CNT y por militante comunista. Lo detuvieron y estuvo preso durante largos años.

Cuando salió volvió a sus pasiones, entre ellas a los Diablos Verdes. Y era una de sus grandes pasiones, vivió hasta el último momento su conducción de los Diablos no sólo como una diversión, como una gigantesca tomada de pelo a la vida, a la sociedad, a la política, a nosotros mismos, sino como una responsable y delicada labor cultural de primer nivel e importancia. ¿Alguien puede comprender este pequeño país sin su carnaval más largo del mundo”

En todo el planeta, desde sus orígenes en la antigua Roma, hasta en los centros mundiales del carnaval actual, es un momento de fiesta, de liberación, de pasiones desenfrenadas, en Uruguay es el momento del año en que la gente se mira a si misma y se ríe o se emociona con sus pasiones, sus defectos, sus lideres, sus gobernantes, sus vecinos.

Antonio fue al quirófano sabiendo que tenía pocas posibilidades de seguir viviendo y les dijo a sus “Diablos” que debían actuar esa noche del sábado en el Teatro de Verano que pasara lo que pasara debían estar allí. Y lo entiendo. No fue por un compromiso con los organizadores, ni con la murga, sino con su propia vida. Debían estar allí no para honrarlo, sino para que al levantarse el imaginario telón la vida continuara su curso incontenible y los Diablos siguieran cocinando con sus tridentes en esa enorme caldera en la que todos nos hervimos a diario, las grandezas y las miserias de nuestras existencias.

El gallego vivió en esa caldera atrapando cada burbuja, cabalgando cada llama y al finalizar debe haber pensado en los suyos que tanto quería y en que su pasaje por este infierno fue pleno, lleno de pasión hasta el último instante.