Contenido creado por Gastón Fernández Castro
Cybertario

Monzones

Monzones

03.11.2010

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2010-11-03T08:42:42-03:00
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Los enfrentamientos entre el senador colorado Pedro Bordaberry y el líder de Alianza Nacional, Jorge Larrañaga, son cada vez más visibles y audibles. El último de ellos tu-vo lugar en horas recientes con motivo de las reacciones de uno y otro frente al proyecto del oficialismo sobre la ley de Caducidad, pero pudo haber sido cualquier otro. A esta altura del partido, y con el gobierno instalado hace apenas ocho meses, está claro que el país no está divido en oficialismo y oposición. El único bloque que existe, a pesar de sus notorias diferencias sobre temas no menores, es el Frente Amplio. La oposición luce enfrascada en una lucha de egos y posicionamientos preelectorales… ¡a cuatro años de los próximos comicios!

La lucha tiene como protagonistas principales a Larrañaga y Bordaberry, aunque enfrentándose de una manera oblicua, con alusiones indirectas, lanzadas como al descuido. La diferencia está en que, mientras Larrañaga aspira a disputarle la presidencia al candidato oficialista en los próximos comicios, Bordaberry sa-be que su hipótesis de triunfo más razonable sería colocar a su partido y a su propia candidatura en el balotaje. Ambos parecen ignorar, o al menos no valor adecuadamente, dos asuntos fundamentales.

El primero es que cuatro años es mucho tiempo para sostener tanta animosidad porque la consolidación del sistema democrático necesita, además de un buen gobierno, una buena oposición. Si la barrabasada jurídica y política que ensayó el Frente Amplio contra la ley de Caducidad no los encontró encolumnados en defensa del respeto por la voluntad popular, es difícil imaginarse qué lo hará.

El segundo tiene que ver con la lucha por el poder: si las fricciones, la guerra fría y el "perfilismo" (como les llaman a estas conductas en el Frente Amplio) no cesan sino que se consolidan, ¿quién habría de creer que Bordaberry y Larrañaga podrían hacer un buen gobierno juntos? O lo que es peor todavía para las expectativas de sus partidarios: ¿por qué remover del poder a una fuerza política que ha demostrado, más allá de sus diferencias, buena dosis de madurez y responsabilidad a la hora de gobernar? ¿En nombre de qué entendimiento, de qué estabilidad?

No sólo que nadie va a creer en la posibilidad de que aquellos líderes puedan articular una coalición de gobierno, sino que ni siquiera van a ser capaces de retener los votos de sus contrincantes. Ni qué hablar de seducir a los votantes de centro que en octubre del 2009 volvieron a definir la victoria frentista. En cambio, quien cruce al encuentro del otro, co-mo una reedición del "Abrazo del Monzón", correrá con ventaja: podrá trazar una agenda compartida sin borrar las diferencias y estará en condiciones de liderar una esperanza opositora. Mientras así no ocurra, el Frente Amplio puede ir pensando con tiempo qué heladera va ocupar la candidatura presidencial en 2014.