La política exterior de Estados Unidos no deja de sorprender. La secretaria de Estado, Hillary Clinton, le pidió al presidente egipcio Hosni Mubarak que lidere una “transición ordenada”, en medio de un  caos político y social que ya costó la vida a más de un centenar de personas y luego de treinta años de apoyo incondicional a su dictadura. Washington puede alegar cualquier cosa menos ignorancia sobre lo que pasaba en Egipto.

En su último informe anual sobre los derechos humanos en el mundo, Amnistía Internacional denunciaba que el gobierno egipcio continuaba ejerciendo “los poderes que le confería el estado de excepción para detener a personas por sus críticas o su oposición pacíficas”, algunas de las cuales “fueron condenadas a prisión en juicios injustos ante tribunales militares” mientras que “la tortura y los malos tratos seguían siendo práctica generaliza” en los centros de detención. Como si esto fuera poco, la prestigiosa organización humanitaria denunciaba la restricción a la libertad de expresión, asociación y reunión, así como la detención de periodistas y autores del blogs.

Hosni Mubarak asumió el poder en 1981, el mismo año que Gregorio Conrado Álvarez, pero ha podido momificarse en el cargo durante tres décadas no por su compromiso con la democracia y la libertad sino por el apoyo de los Estados Unidos. Mubarak continuó la política de paz con Israel de su antecesor, Anwar el Sadat, y se convirtió en un factor de estabilidad y moderación en el mundo árabe. En términos institucionales, el rais egipcio mantuvo intacto el régimen militar iniciado en 1952 por Gamal Abdel Nasser. De hecho, tanto Nasser como Sadat y Mubarak han sido militares. El plan de transición ideado por Mubarak suponía la entrega del poder a su propio hijo, lo que fue interpretado por los mandos militares como un desplazamiento de su injerencia en las decisiones del régimen.

El futuro de Egipto es doblemente incierto. Por un lado, no está claro si los manifestantes lograrán desplazar al anciano dictador y a la cúpula gobernante. Por otro, existe entre los opositores diferencias ideológicas que parecen insalvables. No sólo es imposible determinar hacia qué tipo de modelo institucional se dirigirá la “transición moderada”, sino que es poco probable que sea hacia lo que en esta parte del mundo conocemos como democracia.

El ex jefe de la Agencia Internacional de Energía Atómica y Premio Nobel de la paz, Mohamed el Baradei, surge como el líder de quienes pretenden convertir a Egipto en una democracia liberal. El Baradei ha sido el principal referente de la revuelta para los medios de comunicación pero no está claro que sus seguidores puedan despertar el apoyo de la mayoría de sus compatriotas con un discurso pro occidental. Son los Hermanos Musulmanes, quienes están en mejores condiciones de ocupar el eventual vacío de poder dejado por el fin del gobierno militar. Si es que esto ocurre.

La Hermandad fue fundada en 1928 por el maestro de escuela Hasan al-Banna para transformar a la sociedad egipcia “por medio del Corán” y detener la creciente influencia occidental, lo que le costó enfrentamientos con el gobierno de la época y el asesinato del propio al-Banna en 1949. Tras ser amparada por Sadat con el objetivo de desprenderse de sus antiguos socios de izquierda, que le recriminaban su acercamiento a Estados Unidos, los Hermanos Musulmanes terminaron por convertirse en la única organización egipcia de oposición al gobierno.

Si bien algunos observadores señalan que no se trataría ya de una organización extremista, para la Hermandad, las doctrinas y leyes del Islam contienen las bases sobre las que debe organizarse la sociedad, por lo que es poco probable que un hipotético gobierno liderado por esta organización pueda traer la democratización de la sociedad egipcia. Sin embargo, son los Hermanos Musulmanes quienes están en las mejores condiciones de llegar al corazón de los trabajadores y campesinos egipcios, devastados por la corrupción, la ineptitud y la crisis económica para legitimar el régimen que suceda a Mubarak.

¿Qué pasaría si Egipto se mueve hacia un régimen islámico y toma distancia de su alianza y colaboración con Estados Unidos y cómo se verían afectados ya sus aliados sino los sectores moderados del mundo árabe? En cualquier escenario político, el ascenso al poder en Egipto de esta organización islamista complica la estrategia estadounidense contra la jihad islámica y amenaza los acuerdos de paz entre Egipto e Israel. Los Hermanos Musulmanes son enemigos declarados de los acuerdos de Camp David y prohijaron la aparición del grupo yihadista palestino Hamás. No es de extrañar que, mientras el gobierno israelí guarda silencio sobre la situación política de su amigo Mubarak, el presidente de la Autoridad Nacional Palestina, Abu Mazen, le hizo llegar todo su apoyo. Mazen sospecha con razón que la eventual llegada al poder de los Hermanos Musulmanes va significar un fortalecimiento de Hamas, ya no sólo en la Franja de Gaza sino en todo el territorio palestino e incluso más allá. “El cambio está llegando a Egipto: El Baradei”, celebraba el portal de Internet saudí Arab News al comienzo de la semana, de manera tan apresurada como significativa.

¿Es posible pensar en un régimen teocrático y fundamentalista en Egipto? Taha Hussein, escritor y Premio Derechos Humanos de las Naciones Unidas fallecido en 1973, afirmaba que el espíritu egipcio estaba conformado tanto por la herencia del antiguo Egipto, como por la civilización árabe (incluyendo la lengua y la religión) y el pensamiento griego; por eso abogaba por una educación popular basada en “cierta armonía” entre estos tres elementos. “Griegos, romanos, judíos y fenicios en tiempos remotos; árabes, turcos y cruzados en la Edad Media; Europa y América en la era moderna”, para el sabio egipcio la cultura occidental ha tenido siempre una gran influencia sobre Egipto como resultado de sus contactos con los pueblos de Oriente y Occidente. De ser así, esta singularidad de la cultura egipcia iría más allá de la crisis de un régimen surgido hace medio siglo en medio de demandas nacionalistas y Guerra Fría, y podría favorecer la aparición de un gobierno democrático, secular y tolerante. En estas horas críticas, los egipcios harían bien en recordar a Taha Hussein.