Contenido creado por Gastón Fernández Castro
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Miserables y trincheras

Miserables y trincheras

20.03.2012

Lectura: 5'

2012-03-20T07:26:40-03:00
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Aparecieron los restos de un nuevo detenido desparecido. En el mismo predio y a 20 metros del cuerpo del maestro Julio Castro. Fue en la trinchera 199, en los campos de Vidiella, afuera del batallón 14 de paracaidistas, terrenos que -al igual que hoy- en tiempos de la dictadura dependía directamente del Comando General del Ejercito.

Son noticias que se reciben con bronca y con más bronca. No porque comprobemos lo que todos sabemos, comenzando por los asesinatos, la ocultación de los restos, sino por los detalles. Las familias de los desparecidos, los amigos y compañeros lo reciben sin duda con una mezcla de dolor y de alivio. Es el fin de un largo y terrible camino, una familia más habrá encontrado los restos de su ser querido y perdido en la peor de las brumas, la de una muerte sin cuerpo.

La sociedad deberá reflexionar nuevamente. Es obligatorio. Están los miserables, los que sabían y callaron, los que lo mataron y le pusieron cal para que despareciera en la profundidad de una fosa, están los que comandaron toda la dictadura y su horror, están los que torturaron, asesinaron y planificaron los crímenes. Y están los cómplices, los del silencio. Los miserables morales.

Están los miserables que afirmaron que se encuentran los cuerpos "a pedido" porque le conviene al gobierno. Son de la misma calaña que los asesinos, no tengan dudas, y algunos deben estar preocupados porque les puede llegar el turno de visitar juzgados y cáceles. Pero además nos recuerdan que convivimos con esa parte enferma, con ese tumor que todavía existe en la sociedad uruguaya. Y lo seguiremos haciendo porque somos democráticos y creemos en la justicia. Somos gente de paz.

Hay una gama de reacciones que afloran en estas circunstancias. Están los que nuevamente -y como lo hacen desde el año 1985- nos convocan a mirar hacia adelante. Deben tener tortícolis histórica de mantener el cuello tan rígido. Encontrar los restos de los desaparecidos, saber la verdad hasta la última hilacha es un deber con las familias, con sus amigos y compañeros, con sus afectos, pero con la sociedad democrática toda. No sigan pidiendo silencio y más silencio. Cállense, al menos por piedad.

Muchos de ellos hicieron lo posible y lo imposible para tapar el pasado con un manto de profundo e injusto silencio. ¿Estarán el 21 de marzo en el Palacio Legislativo, cuando el Estado asuma su responsabilidad por el caso Gelman, o calcularán cuál es el posible costo para el Estado de los juicios por la responsabilidad estatal? Los estaremos observando y contando.

Muchos de ellos fueron los mismos que nos pusieron como ejemplo a España durante todo el debate de la vergonzosa ley de caducidad. Ese era el ejemplo a seguir del olvido y de una historia chueca y mentirosa. ¿Qué dicen ahora? Se siguen encontrando fosas comunes en España, y la derecha política y judicial sanciona al juez Baltasar Garzón para que no investigue a los crímenes sepultados del franquismo y siga habiendo una historia infame de la infamia.

Nosotros, los orientales que queremos mirar hacia delante, seguiremos buscando desaparecidos e historias sepultadas, porque es la única manera de mirar sin complejos, sin culpas hacia adelante.

Luego viene la corriente de los equilibristas, los que reclaman que los tupamaros reconozcan sus errores para que la cosa sea pareja. Se distraen del detalle que cuando el golpe de estado no había organizaciones armadas actuando en el Uruguay y también quieren un debate chueco, donde la izquierda debería asumir en todas sus partes las responsabilidades de la guerrilla, o de los errores en la visión mesiánica de ciertas posiciones militares en los comunicados 4 y 7 (sobre las que muchos hicimos profunda autocrítica, no a pedido de la derecha, sino por renovada convicción democrática) mientras ellos silban bajo y se hacen los desentendidos.

Ellos, la derecha que hoy es abrumadoramente democrática - hay que reconocerlo, no por generosidad sino por justicia - tuvieron participación directa con algunas de sus figuras en la dictadura. ¿Quieren que hagamos la lista? Y no eran figuras de relleno, eran de primer nivel, como Bordaberry, Aparicio Méndez, Etchegoyen y unos cuantos más. Seamos generosos dejemos que la historia cubra esos nombres miserables con un manto de piadoso silencio. Pero no olvidemos, para poder mirar hacia delante con un mínimo de dignidad.

Regresemos a los detalles siniestros y todavía más miserables. Cada uno de ellos confirma que nada fue un exceso, una casualidad, un accidente, sino parte de un plan, del funcionamiento de una estructura dictatorial con mandantes y ejecutantes. Nada en la dictadura se hizo por la libre, la cadena de mando funcionó siempre. De eso se jactaron con razón los dictadores uruguayos. Eso lo sabemos incluso los que conocemos poco a las instituciones militares.

Los robos, los saqueos de las casas y las empresas, los asesinatos, los ocultamientos, el método de enterrar los cuerpos con cal viva, entregar una beba a un represor asesinando a su mamá de 19 años, nada fue por la libre, aunque algún compañero muy desnortado sobre el tema, nos quiera convencer de lo contrario. También la plata fue parte del saqueo. La plata grande y la plata chica. Aquí en Uruguay y compartiendo grupos de tareas en Argentina. Lo digo por experiencia, no sea cosa de que pasemos del relato de los dos demonios, al de los dos caballerosos combatientes. Sería el colmo.

El gobierno, con la asistencia de los antropólogos forenses, seguirá arañando en cientos de trincheras alineadas y prolijas, buscando nuevos restos de mujeres y hombres. Trinchera se le llama a una zanja defensiva para ponerse a cubierto del fuego enemigo. En el Uruguay asumieron un nuevo significado: zanja en la que algunos combatientes asesinados lucharon contra el olvido y la mentira y unos miserables creyeron que con un poco de cal podían destruirlos.