Contenido creado por Inés Nogueiras
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Miradas

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Sería una pena que la oposición se creyera su propio cuento: el problema de seguridad por el que atraviesa la sociedad uruguaya no es principalmente represivo sino social. Puede aceptarse que, en un escenario preelectoral como el que vivimos, busque un flanco débil donde atacar al gobierno.

14.08.2013

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2013-08-14T07:43:00-03:00
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Eso es natural en todo sistema democrático y no se llama oportunismo sino sentido de la oportunidad.

El oportunismo implica una actitud frívola e irresponsable que no es propia de los partidos uruguayos, al menos en términos generales. El sentido de la oportunidad es el reflejo de quienes compiten por el manejo de la cosa pública, con la legítima aspiración de alcanzar o mantener el poder. Cuando el ministro Bonomi critica a la oposición por su respuesta frente a la muerte del policía baleado en el asalto al Correo, está cometiendo un doble error: es injusto y, de una manera oblicua, pretende desplazar hacia las voces críticas su responsabilidad en el hecho, como jerarca del funcionario caído en funciones. Aunque tuviera razón, que no la tiene, no era el momento ni la persona para decirlo.

Lo que se observa no tiene que ver con la oportunidad sino con la mirada sobre la realidad que debería tener la oposición si de verdad quiere desplazar del gobierno al Frente Amplio en las próximas elecciones. La inseguridad tiene raíces más profundas de las que quieren ver los manifestantes que piden pena de muerte o militares patrullando las calles. Si la solución fuera tan sencilla, no existiría este flagelo en ninguna de las capitales de América Latina, de las que Montevideo es de las menos violentas.

La inseguridad, expresada como aumento de delitos y delincuentes, tiene al menos dos aristas: una es la secuela de la crisis económica y social que vivió nuestro país hasta la década pasada y las políticas sociales aplicadas desde entonces; otra es la corrupción policial. La primera hunde sus raíces en la crisis del 2002 y más atrás, pero también proyecta su sombra sobre la ineficacia de las dos administraciones frentistas, que han gobernado durante ocho años de histórica bonanza pero no tuvieron la audacia o la imaginación necesarias como para aplicar una política social que superara el asistencialismo y que incluyera, además de los recursos necesarios, un diseño institucional acorde con la dimensión del problema.
 
La corrupción policial incluye no sólo a los policías que transan con los delincuentes; también a quienes hacen la plancha, ignoran las indicaciones de sus mandos o, lisa y llanamente, sabotean la reestructura en curso. Se le podrá reprochar a Bonomi que la persistencia de un núcleo irreductible de policías corruptos es consecuencia de su estilo de conducción y aún que una parte del cuerpo policial no siente su liderazgo. Pero una eventual renuncia o remoción del ministro del Interior sería un triunfo de los malos policías, que no desperdiciarán la oportunidad de frenar los cambios. Si la oposición de verdad quiere pelear las elecciones del 2014, debería mirar más lejos.