Diez años después del ataque terrorista a las Torres Gemelas en el que murieron 3.000 personas inocentes, una unidad de elite de la CIA mató en su mansión de Pakistán a Osama Bin Laden. Debe haber sido la persona más buscada de toda la historia y por la fuerzas más poderosas del planeta.
Durante días seremos bombardeados por informaciones de todo tipo, declaraciones y detalles de la operación. Dentro de poco veremos una película producida por Hollywood. Por suerte a nosotros nos toca ser bombardeados por noticias, a otros, como los nietos de Gadafi les tocaron las bombas de los aviones de la OTAN. Y también murieron, este mismo fin de semana.
Bin Laden, ese aliado torcido que les salió a los Estados Unidos, a ese millonario saudita, expresión del peor fundamentalismo y fanatismo le correspondía pagar por sus crímenes. Yo no lo lloro, ni me conmueve, pero no me voy a sumar al rito feroz de un país que asesina civilizadamente en medio mundo y quiere que comulguemos con sus valores. ¿Valores?
Un símbolo del terrorismo, o mejor dicho el símbolo universal del terrorismo ha muerto, el terrorismo a nivel de las relaciones internacionales está más vivo que nunca.
La base cultural, emocional y política de un mundo que fue capaz de producir centenares o miles de terroristas dispuestos a inmolarse para hacerle daño a sus enemigos, sigue allí, peor que antes. El mundo no ha mejorado en absoluto.
Ese mundo musulmán que se siente amenazado, atacado, manoseado, porque mientras bombardean al dictador Gadafi invitan a la boda real a 8 mandatarios tan sátrapas como el coronel de Trípoli, y masas enormes de jóvenes no tienen trabajo, ni esperanzas y su perspectiva es la marginación más absoluta o la emigración más denigrante, ese mundo no ha cambiado en absoluto porque los comandos de la CIA desembarcaron exitosamente en Abottabad, a 80 kilómetros de Islamabad.
Puede parecer un poco “amargado” recordar estos temas cuando una parte de la civilización occidental y cristiana festeja en Times Square y en Washington DC la muerte del diablo, pero lo que estamos obligados a mirar es el futuro, proyectar las tensiones que atenazan al mundo y no navegar sólo en la superficie que nos ofrece el poder global.
Es una época de miserias, en todos los planos, incluso los militares. Las propias guerras son un ejemplo de miseria y de cobardía.
En Libia mueren todos los días centenares de personas, rebeldes asesinados por las tropas de Gadafi, soldados de Gadafi muertos por los rebeldes o por los bombardeos de la OTAN, civiles de ambos bandos o de ningún bando muertos por todos, inclusive por los bombardeos que deberían protegerlos y no ha muerto un solo valiente aviador norteamericano, francés, inglés o de los otros humanitarios miembros de la OTAN. Es una guerra de cuatro comidas por día, sin saltearse una y donde luego de una loncha de panceta y un tazón de café se sale a lanzar bombas sin arriesgarse ni a un rasguño.
Bin Laden con sus atentados le dio impulso a las reacciones norteamericanas, las justificó. A la invasión de Afganistán y luego de Irak. En ese espeso pantano se sumergieron los soldados de la OTAN y no han salido un ápice, siguen hasta el cuello. Esas guerras se han devorado miles de millones de dólares y una parte de la crisis, del déficit de la economía norteamericana lleva la marca de esa hoguera de recursos.
Barack Obama a pesar de sus promesas incumplidas, de que la cárcel ilegal e inhumana de Guantánamo sigue abierta, a pesar de todo, ayer se aseguró su reelección. Se lo garantiza el cadáver de Bin Laden con un tiro en la cabeza transportado por un helicóptero de la CIA y cuyas imágenes le aportarán millones de votos.
Los que no deben estar festejando son los del Tea Party, Donald Trump porque ven esfumarse sus sueños de ocupar la Casa Blanca, lo que demuestra que siempre se puede estar peor y que para un descosido siempre hay un roto, más de derecha, más fanático, más retrógrado.
La muerte no admite sutilezas, es definitiva, absoluta, total. Bin Laden entró en esa categoría, pero en un mundo que busca mártires, en una parte de la humanidad donde el odio se acumula todos los días, también los mitos suelen ser peligrosos. Y los mitos no pueden ser bombardeados.
El problema será cuando en las calles de muchas ciudades de los países árabes una parte de los jóvenes que se rebelan, contra todo, lleven en sus camisetas la imagen de un personaje con una barba larga y puntiaguda. ¿Quién tendrá la culpa?
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