Contenido creado por Gastón Fernández Castro
Cybertario

Los unos y los otros

Los unos y los otros

18.04.2007

Lectura: 4'

2007-04-18T08:41:37-03:00
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Un grupo de ciudadanos contrarios al proyecto de ley de reparación a las víctimas de los enfrentamientos de los años 60 y 70 expresó sus razones para oponerse a la iniciativa gubernamental. El grupo considera  que el proyecto “equipara dos situaciones que nada tienen que ver” y que, justamente por eso, merecen tratamientos distintos.

Este punto de vista tiene su lógica: buena parte de las víctimas de la dictadura no integraban ningún grupo sedicioso, no usaban armas ni se resistieron en el momento de su detención. Integraban organizaciones sociales y políticas que se oponían a un gobierno ilegítimo y eso terminó costándoles la vida. Pero el resto de las víctimas participaban de la lógica de la guerra. Si bien esto no justifica la barbarie a la que fueron sometidos, de haberse dado las circunstancias se hubieran convertido en victimarios. El crimen es igualmente repudiable pero las situaciones, como se ve, “nada tienen que ver”.

Es lógico que los familiares de las víctimas vean el problema desde su dolor, ya se trate de civiles, guerrilleros, policías o militares. Pero esta visión no debería hipotecar la del conjunto de la sociedad uruguaya y de sus autoridades, necesariamente no partidaria y superadora de particularismos y anacronismos. El grupo contrario al proyecto plantea que “el nunca más es al Terrorismo de Estado”, pero elude considerar el problema en toda su dimensión. La funesta Doctrina de la Seguridad Nacional prosperó en un clima político que justificaba la violación de la ley, el exterminio del adversario y la usurpación de la soberanía popular por un grupo de iluminados. Tanto da que se haya amparado en el aparato estatal o en la clandestinidad y que actuara por obediencia o idealismo.

No hubo dos demonios pero sí dos bandos. En uno, el demonio de la intolerancia y la soberbia enfrentó a grupos guerrilleros con militares torturadores. Se cobraría, de paso, la vida de varias personas que no alentaban ni participaban de esa guerra. En el otro estaba el resto de la sociedad, dividida por razones políticas pero dispuesta a procesar sus diferencias en el marco de la Constitución y el respeto a la dignidad de los adversarios.

Es cierto que este bando,  abrumadoramente mayoritario, también tuvo su cuota de responsabilidad, aunque más por omisión que por acción. En todo caso, su voz indignada ante los primeros secuestros, torturas, atentados y homicidios, no se escuchó con la fuerza necesaria. Si así hubiera ocurrido, el primero que colocó la capucha, que apretó el gatillo o aherrojó el grillete, se hubiera sentido más desamparado y, probablemente, no hubiera actuado con tanta impunidad.
Después, todo sería más difícil. El camino de salida a esta trampa se volvió demasiado tortuoso, quizás como último estertor de aquel triunfo inicial de los violentos. Si bien la sociedad uruguaya rechaza y  condenas  tales métodos, todavía está prisionera de sus consecuencias.

Visto en perspectiva, el “nunca más terrorismo de Estado”, resulta escaso. Tal proclama también debería alzarse contra el terrorismo ejercido por particulares, contra la degradación y el exterminio del adversario; contra el desprecio por la legalidad y las instituciones republicanas; contra cualquier atropello a la dignidad humana, contra   la idea de que hay unos secuestradores que son malvados y otros idealistas, unos asesinos que son genocidas y otros, a lo sumo,  luchadores sociales que equivocaron los procedimientos.

El proyecto del gobierno será desprolijo y en todo caso se está corrigiendo, pero una lectura no partidaria permite colocarlo como un esfuerzo más hacia la superación del trauma que dejaron aquellos años terribles, cuyas secuelas todavía nos impiden ver en el otro a un semejante.