Contenido creado por Gastón Fernández Castro
Cybertario

La primera piedra

La primera piedra

12.11.2008

Lectura: 4'

2008-11-12T08:52:13-03:00
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La Conferencia Episcopal uruguaya ratificó la condena a la excomunión adelantada por el obispo de Montevideo, Nicolás Cotugno, para los legisladores y ciudadanos católicos que apoyen la despenalización del aborto. La Iglesia Católica ha condenado la interrupción voluntaria del embarazo en el entendido de que la vida humana es sagrada desde la concepción. Tal posición llevó a que sus pastores (empezando por el Papa de Roma) se enfrenten duramente con quienes reclaman para la mujer el derecho a disponer de su cuerpo y promueven, con aceptación creciente, la despenalización del aborto en las primeras doce semanas de gestación.

La posición de la jerarquía católica en defensa de la vida podría ser catalogada de radical al menos por dos razones. La primera, porque rechaza cualquier consideración en torno al aborto; la segunda porque no vacila en excomulgar a todo feligrés que desafíe este mandato. Siendo la comunión la práctica central en la vida de los católicos, la pena es de una severidad mayúscula, a pesar de las atenuantes esbozadas por el vocero de la Conferencia Episcopal, Luis del Castillo.

La defensa radical de los principios suele convertirse en un camino lleno de incomprensión y tribulaciones. Como suele poner a sus practicantes en un rol acusatorio, el principismo radical requiere, además de convicción y coraje, un historial irreprochable, de modo de no quedar entrampados en la telaraña de la incoherencia. En su inmensa misericordia, Jesús aconsejaba a quienes querían lapidar a la mujer adultera que vieran si estaban libres de culpa, pero sus pastores actuales parecen no recordar esa prudente lección.

El radicalismo católico en defensa de la vida podría ser respetado, aún en la discrepancia en el caso de la despenalización del aborto, si se extendiera con igual énfasis al resto de las prácticas criminales. Dejando de lado el prolongado imperio de la Inquisición, que torturó y mató miles de inocentes en nombre de la salvación, cabe que nos preguntemos cómo es posible que las jerarquías eclesiásticas se sienten todavía con derecho a tirar la primera piedra.

¿Fueron alguna vez excomulgados Videla o Pinochet? ¿Lo fueron los tiranos católicos que sembraron de muerte el continente durante décadas? ¿Lo fue Francisco Franco? ¿No recibe la comunión Christian Von Wernich, el sacerdote argentino condenado por participar en el homicidio de miles de personas, muchas de ellas católicas? En suma, ¿cómo es posible que las jerarquías católicas sean tan radicales y estentóreas contra quienes aceptan la interrupción de una vida sin autoconciencia ni autonomía, y tolerantes con aquellos que matan, torturan o vejan a personas adultas?

El tremendismo y la desmesura con que la Iglesia se expresa en su campaña contra la despenalización del aborto no sólo contradice estos silencios y omisiones; además, parece no tener límites. El presidente de la Comisión Arquidiocesana de Bioética, Gustavo Ordoqui, llegó a reprocharle al gobierno que, mientras se ocupó de “velar por los desaparecidos, ha legalizado otra categoría de desaparecidos”. Si la comparación fuera de recibo, ¿por qué la Iglesia no excomulgó a los responsables de las desapariciones y otros crímenes aberrantes? ¿Por qué no excomulgó a los sacerdotes y obispos que le dieron soporte espiritual y teológico al terrorismo de Estado?

De paso, sería bueno que las autoridades católicas nos informaran si los clérigos acusados de abusos contra menores ya no comulgan y si fueron puestos en mano de la justicia en lugar de ser trasladados para mejor encubrirlos. Mientras esto no ocurra, quedará la impresión de que la condena a quienes apoyan la despenalización del aborto para reducir las penalidades que sufren mujeres por lo general muy jóvenes y pobres, no guarda proporción alguna con la reacción frente a otros atentados contra la vida. Parece más bien una desmesura, propia de quienes ven la paja en el ojo ajeno, pero se niegan a reconocer la viga en el propio.