Contenido creado por Gerardo Carrasco
Navegaciones

La otra noche vi a Lanata

La otra noche vi a Lanata

El rating manda ¿El rating manda? Como en tantas cosas de la vida y sobre todo de la cultura depende desde donde se las mire. Para estar en la cresta de la ola periodística o del espectáculo, la cantidad de personas que siguen un programa de televisión, es muy importante. Algunos piensan que es fundamental.

03.12.2013

Lectura: 6'

2013-12-03T10:37:00-03:00
Compartir en

¿De qué sirve hacer algo serio, profundo, analítico si lo ve muy poca gente? Como siempre, es la eterna historia del huevo y la gallina, la gente se acostumbra a ciertas cosas y luego ciertas cosas tratan de satisfacer esos gustos y -si es posible- exacerbarlos al máximo.

Jorge Lanata es un paradigma de todo eso: periodismo que impacta y levanta olas, espectáculo, denuncia, choque frontal con el poder y otras cosas. Lo sabe hacer. Habla un idioma claro y llano, a veces muy llano. . . sobre diversos temas de la actualidad argentina y se ha ganado el respeto y la atención de mucha gente.

¿Por qué? En primer lugar porque expresa o hurga en los sentimientos de muchos argentinos contra el gobierno y contra el estado y en especial contra la corrupción. La gente le pide circo anticorrupción y Lanata le da trapecistas, leones, monos y hasta una rubia espectacular con unas piernas muy largas que le llegan hasta el suelo y que habla un español horrible ¿Qué importa? usa minifalda.

Para completar el espectáculo periodístico, el propio Lanata se viste para la ocasión y tiene personajes en la tribuna que imitan a dirigentes políticos diversos. La otra noche estaban Lilita Carrió y Pino Solanas. Muy aproximativos.

Es muy difícil, por no decir imposible, cuándo funciona la chacota y cuándo el periodismo. Esstá todo entrelazado y la gente se divierte y lo sigue. Creo - aunque no tengo datos - que unos cuantos uruguayos también ven el programa.

Cuando estuvo aquí en Uruguay haciendo un programa de televisión en canal 12, duró muy poco. Interrogado a su regreso a la Argentina, explicó que "en Uruguay no se puede hacer nada, son todos primos". Casi textual. Y en realidad dijo casi una verdad que no incluye solo el parentesco, debe ser por eso que los programas de chismes que ve la tele audiencia uruguaya son todos argentinos. Pero los ve...

Luego de esta larga introducción filosófica voy a ir al grano. La otra noche en el programa se trató entre otros muchos charcos, la terrible corrupción en las cárceles argentinas. Con testimonios de miembros del poder judicial penitenciario, de agentes del servicio penitenciario, de ex presos, de gente diversa. Daba miedo.

Coimas, compra venta de armas, drogas, visitas conyugales, mujeres, celulares, ubicación en las diversas dependencias carcelarias, licencias para robar y repartir el botín con los guardias y sus jefes, informes truchos de buena conducta. De alguna porquería más me debo estar olvidando. Todo daba la impresión de ser la verdad, nada más que la verdad y la pura verdad. Y asustaba.

Antes habló de otros focos de corrupción y en otros programas ha disecado situaciones y personajes a troche y moche.

Al final, bien entrada la noche, cuando apagué el televisor, me quedé sumergido en un mar. Un mar de asco, pero también un mar de dudas.

La corrupción hay que denunciarla, combatirla, exponerla a la luz del día para que la gente pueda opinar. De eso no tengo dudas. La pequeña duda es muy simple: haciendo de la denuncia de la corrupción un enorme lodazal, sin principio ni final, donde se bañan casi todos ¿No se transmite la sensación de que no hay nada que hacer, así es y así será por los siglos de los siglos?

Recuerdo cuando Marcelo Tinelli llevaba a su programa al entonces presidente Carlos Saúl Menem y transformaban algunas denuncias en un sainete cómico, superficial y sobre todo banal. Era la banalidad de la corrupción y del poder. Y transmitió durante bastante tiempo ese terrible mensaje de que "roban pero hacen". Puedo contarlo porque lo vi y lo toqué con mis manos en mis pocas experiencias electorales argentinas.

La máquina de salpicar a diestra y siniestra, sin prioridades, sin análisis, sin precisos responsables concretos o mejor dicho todo tirado en la gran bolsa de la corrupción de los "políticos" me da la sensación que genera una doble sensación: asco y resignación.

¿Si todo está podrido, si todos chapotean en lodos muy similares, para que hacer algo? Los están violando, gocen. Es espectáculo, es decadencia, es "bajo imperio".

Alguien puede creer que estos fenómenos de la decadencia moral extrema son una novedad descubierta por la sociedad del espectáculo y la información. Falso e inculto. A lo largo de la historia grandes imperios llegaron a la cúspide de su poder y cayeron en una decadencia que abarcó como uno de los elementos claves, la corrupción moral creciente. La lista sería interminable, siempre se menciona al "Bajo imperio romano" porque es el que hemos conocido más y el que Hollywood ha tratado con más implacable generosidad, pero hay mucho otros. La Biblia aporta buen material en ese sentido. En Sodoma ni siquiera el buen Lot, sobrino de Abraham logró encontrar cincuenta justos y así los sodomitas fueron destruidos mediante el fuego y el azufre.

Hay momentos en que la pintura de la decadencia moral bíblica llevada a los medios en forma de espectáculo, vacuna, resigna. Ante tamaña enormidad, ante un virus tan extendido no queda otra cosa que rezar que el fuego y el azufre limpien y en realidad el virus está tan extendido que afecta a sectores enteros de la población. O acaso el dólar "blue" los cambios diferenciales, o cualquiera de esos mecanismos no imponen en la sociedad una corrupción capilar, extendida y justificada socialmente.

Esa es la peor de las corrupciones, porque es la que promueve el poder para distribuir algunas migajas mientras ellos se ceban con las mieles de la gran corrupción.

Y siempre hay alguien muy roto para que el gran descosido y que ocupa un espacio rotativo en la farándula de la corrupción pero, que a su vez alimenta la leyenda, la subcultura del avivado, de la inmoralidad como conquista y triunfo sobre los giles, los pobres seres humanos que viven de su trabajo. Y no es un fenómeno argentino, la cumbre de esa perversión de la política y el poder se da en Italia y su buque insignia es sin duda: Silvio Berlusconi, que moviliza sus masas para protestar contra una Justicia que lo procesa por evasión, por corrupción de menores, por compra de senadores y otras causas y sigue siendo el héroe de la derecha.

No hay recetas, no hay equilibrios, pero el ambiente de bajo imperio es un barranco lleno de lodo capaz de tragarse la vida noble de un país.