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Pablo Mieres

Escribe Pablo Mieres

La importancia de la competitividad

Se ha vuelto una costumbre del gobierno descalificar las mediciones comparadas a nivel internacional cuando estas no dan resultados positivos y, por el contrario, destacarlas cada vez que nos ofrecen valoraciones favorables. Mala costumbre, elegir las buenas noticias y descalificar a quienes señalan déficits o carencias.

11.09.2013 08:43

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2013-09-11T08:43:00-03:00
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Tal es el caso del Indice de Competitividad del Foro Económico Mundial que, por segundo año consecutivo, nos ubica perdiendo posiciones en términos comparados a nivel mundial. Algo parecido se quiso hacer con las Pruebas PISA en años anteriores, veremos ahora cuando surjan los nuevos datos actualizados.

Es muy malo que un gobierno trate de descalificar las fuentes en vez de asumir las carencias, que es el primer paso para cambiar las cosas que funcionan mal.

Pero más allá de esta tendencia a no querer ver la realidad que hace daño a cualquier gobierno, y más aun al que tiene mayoría parlamentaria propia, la pregunta que corresponde hacer es si el gobierno esperaba otra cosa. Porque los elementos que indican que nuestro país ha perdido competitividad en forma creciente en los últimos años son muy evidentes, incluso para los ciudadanos comunes que no están especializados en cuestiones económicas.

Lo cierto es que en el registro del año 2012 el Indice de Competitividad marcó que Uruguay había caído once lugares en la medición mundial; este año vuelve a marcar una nueva pérdida de lugares cayendo otros once lugares más. En dos años seguidos nuestro país perdió 22 lugares en el ranking mundial que mide la capacidad de competir a nivel internacional.

Pues bien, qué duda puede caber sobre esta circunstancia. De hecho nuestro país ha sido, hasta hace un par de meses, uno de los países en los que el dólar valía menos en términos comparados. Nos habíamos despegado de nuestros dos vecinos y teníamos una moneda sorprendentemente sobrevaluada.
Por otra parte, las medidas que el BCU tomó en junio buscaban, justamente, operar sobre la mejora de la competitividad y, de hecho, lo ocurrido en los últimos meses prueba que se buscaba que la moneda internacional de referencia aumentara su valor en nuestro país.

Hace muy poco tiempo, algunos amigos que viajaron a Europa se sorprendían al ver que los bienes de consumo en un Supermercado de París eran más baratos que en Uruguay. Nuestro país se había encarecido sustancialmente y eso en términos de comercio internacional tiene una sola traducción: somos menos competitivos.

Es cierto que la competitividad no se mide solo en términos del valor monetario, es cierto que la productividad de nuestra economía o de determinados sectores empresariales también juega un papel importante en la definición de los alcances de la competitividad; pero no menos cierto es que el margen de maniobra que nuestros empresarios poseen con respecto al impacto que el valor del dólar posee en la configuración final del precio de nuestros productos es muy acotado.

De hecho, todo el sector exportador de nuestra economía ha sufrido el deterioro de la competitividad de estos últimos tiempos. La afectación ha estado amortiguada por el incremento de los precios internacionales de nuestros productos que permitieron sobrellevar la desventaja en base a los montos de los precios.
Negar el deterioro de nuestra capacidad de competencia con respecto a terceros países es una manera equivocada de enfrentar la realidad. Porque para un país que vive de su comercio exterior, que depende sustancialmente de su capacidad de colocar sus productos en el mercado externo, la pérdida de competitividad es un enorme riesgo que puede afectar la sustentabilidad de nuestro crecimiento.

Esto, que está en la tapa del libro fue lo que los gremios empresariales trasmitieron hace unas pocas semanas en un documento que fue presentado públicamente. La reacción virulenta del gobierno fue totalmente inapropiada y poco feliz; sobre todo porque la publicación del Indice de Competitividad que acaba de ocurrir dio un respaldo contundente e inapelable a los reclamos de empresariales que, por otra parte, son simplemente reclamos orientados a evitar la pérdida del dinamismo del crecimiento que nuestro país adquirió en los últimos años y, por tanto, para evitar la afectación que un freno en el crecimiento podría provocar en el conjunto de la sociedad, particularmente entre aquellos que viven de sus salarios.

Más valdría al gobierno asumir los problemas y evitar las reacciones intempestivas. Así lo indican los datos de la realidad que, aunque moleste, allí sigue estando porque como decía el Gral Seregni "los hechos son porfiados".