Contenido creado por Gastón Fernández Castro
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La escuela de Villa García

La escuela de Villa García

08.07.2008

Lectura: 6'

2008-07-08T09:57:59-03:00
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Canto a la vida

Y díganle a la vida
Que la viví sin treguas
Y díganle a la vida
Que la amé sin piedad
Y díganle a la vida
Que la quise con penas
Y la sufrí sin tiempos
Para siempre empezar
Díganle si quieren
Que la supe en dulzuras
Que la abracé sin miedos
Con todo mi temor
Y díganle si pueden
Que la sigo esperando
Y la sigo viviendo
Aferrado al dolor

José Pedro Martínez Matonte
Escrito en  un muro de Treinta y tres.

 Esta y otras poesías están escritas en un pizarrón, en la escuela del kilómetro 21 y medio de Camino Maldonado, en Villa García. En estos días la escuela cumple cien años. El autor de la poesía fue un maestro, su director, y es en cierta manera una leyenda. Acompañé a mi compañera, a Selva, a un encuentro de maestros y ex alumnos que se hizo hace dos sábados.  Fue uno de esos días que uno le gana al tedio y se sumerge en el espesor de la vida.

En medio de tantos olvidos, del vértigo de cosas grandes medianas y enanas, es posible que el aniversario de la escuela de Villa García, pase casi desapercibido. No para los que se educaron, se formaron y aprendieron a amarla por aquellos años. Es una de las tantas escuelas y es a su vez una escuela única.

Una escuela cooperaria, donde todos formaban parte de una comunidad educativa, alimenticia, social, cultural y humana. El edificio es el mismo. Literalmente. En algunos salones los bancos me hicieron recordar el libro de Edmundo D´Amicis. Son de esa época. También hay una sala blindada con computadoras y equipos de audio. Todo junto, todo simultáneo. Y creo que es una de las escuelas de Montevideo, donde posiblemente se inicie la experiencia piloto del Plan Ceibal en la capital.

Primero vino la ceremonia oriental de los reconocimientos. Cuando se juntan más de tres uruguayos corresponde que nos individualicemos, encontremos parientes, amigos y conocidos compartidos. Allí no era difícil. Vino gente de muchos lados, con algo en común: su escuela. Todos la sienten como suya, y están orgullosos de formar parte de esa identidad. Y ya comenzaba a pasear entre nosotros la figura barbuda de “José Pedro” Martínez Matonte.

Luego nos sentamos en rueda alrededor de una chimenea encendida y comenzaron las anécdotas de ex alumnos y maestros. Duró varias horas. Se me fueron volando aunque los bancos eran duros e incómodos, ni siquiera me di cuenta. Lo más importante, entre relatos de platos de polenta, de cortes un poco apresurados de flequillos infantiles, de los siete ex alumnos que vinieron del exterior a visitar su escuela, lo que lograron es reconstruir una época, un momento no sólo de esa escuela sino del Uruguay.

Una época llena de contradicciones y tensiones, donde a 21 kilómetros de la plaza Cagancha un grupo de maestros, de niños y de padres vivían una experiencia única de convivencia, de apoyo, de solidaridad, de comunidad y de mucha exigencia, mientras el país paso a paso se hacía cada vez más intransigente. Fue allí en esa escuela, donde en 1969 detuvieron a ciento sesenta bancarios en una reunión gremial en medio de las medidas de seguridad. Fue en ese momento que sumariaron y separaron del cargo a Martínez Matonte. Otros maestros y padres poco después “se mudaron a la cárcel” o al exilio.

Una maestra dijo una frase que me quedó prendida: “era un lugar del que nos costaba mucho irnos todos los días”. Debe ser maravilloso trabajar en una escuelita, en los suburbios llenos de quintas de aquellas épocas, donde hay un tal clima de efervescencia humana, intelectual, educativa que cuesta volver a la casa. Se deben clavar anclas muy profundas. Sólo si además del instante que se vive, se logran construir sueños y planes se puede explicar ese apego.

Hoy vivimos un tiempo de reformas, de debates educativos, de reivindicaciones y reclamos acumulados que explotan todos juntos. Y está bien, tiene que ver con un país donde la educación siempre ocupó un lugar central en sus prioridades, en sus proyectos y en sus preocupaciones. ¿Villa García puede aportar algo, casi cuarenta años después?

Vivimos la sociedad del conocimiento, las nuevas tecnologías y su máxima expresión Internet y las computadoras son hoy un elemento determinante de la educación, los conceptos pedagógicos han evolucionado y se han transformado. ¿Qué nos puede aportar, además de afectividad la experiencia de Villa García?

Liderazgo. Sin líderes educativos audaces, valientes, capaces de correr riesgos, de jugarse por su escuela, por sus ideas, por su liceo popular siempre postergado, no habrá grandes cambios. O no serán completos.

Uruguay es el mejor ejemplo en ese sentido. Sin un joven audaz y valiente que fue capaz a los 33 años de encabezar la mayor reforma educativa y cívica de nuestra historia, como José Pedro Varela no reconoceríamos al Uruguay. Sería otra cosa.

Sin Martínez Matonte, sin Jesualdo, sin muchos otros que yo no conozco pero que a nivel de primaria y secundaria fueron líderes, conductores educativos, nunca hubiéramos alcanzado los niveles que tuvo nuestro país. Las ideas no son fantasmas que circulan solas por entre la gente fecundado las sociedades, tienen nombres, apellidos, personalidad, humor y pasión. Y también debilidades y defectos.

A los maestros hay que pagarles decentemente, y vamos por ese camino, a las escuelas hay que darles materiales y locales decentes, limpios y acogedores, para que sean  además de un centro educativo, un centro cívico y de la comunidad, una referencia, pero todo eso vale relativamente poco si no recomponemos el clima, el entusiasmo, el amor por educar, por la calidad y la humanidad de una educación que debe servir para trabajar, pero también y sobre todo para pensar y para vivir.

Un padre dijo “qué felices éramos sin Tinelli”. Y yo me imaginé esos niños que todos los días deben lidiar con los viejos bancos, las computadoras nuevas, las frases solemnes, la bandera flameando, el plato de comida compartido en época de clases o en vacaciones, con la deslumbrante y ultra moderna “Zonamerica” a pocas cuadras y la civilización de Tinelli. Donde se baila, se patina y se hace cualquier cosa por un sueño. Efímero, superficial y sobre todo artificial.

¿Cómo será ese choque entre esos dos mundos? Apasiona, preocupa, alarma. Pero es inevitable, es el choque de nuestro tiempo. Uno de los tantos.