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Contenido creado por Gonzalo Charquero
Zona franca
Foto: Federico Gutiérrez/FocoUy
OPINIÓN | Zona franca

La crueldad y la patria dieron otra vuelta al ruedo

Comparada con otras infamias las jineteadas parecen una diversión inocente.

Por Fernando Butazzoni

25.04.2025 10:19

Lectura: 4'

2025-04-25T10:19:00-03:00
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Ha pasado la Semana Criolla y me pregunto qué más podemos hacer los humanos para explotar y hacer sufrir a los animales en general y a los caballos en particular. La situación se me vuelve un tanto confusa porque vi a un grupo de ciudadanos que con sólidas razones juntaban firmas para prohibir las jineteadas, que no son sino el intento de una persona, casi siempre un varón vestido con ropas típicas, de aguantarse encima de un potro más o menos cerril durante algunos segundos, en un ruedo conformado como espectáculo. O sea: hay que pagar entrada para ver los revolcones. Es una competencia con jurado, ganadores, vueltas de honor, banderas. De lo más patriótica.

Las recientes jineteadas han generado polémicas y discordia, aun en el seno de las autoridades vinculadas al llamado Bienestar Animal. Hubo también algunas rispideces en el predio mismo de la Rural, carteles, gritos, unos manotazos. Bastante triste el asunto. Pero la confusión me viene porque esa intención prohibicionista decae de forma notoria cuando se habla de acabar con las carreras de caballos, lides en las que varios equinos pugnan por llegar antes que ningún otro a una meta fijada previamente. Los caballos sufren el estrés de mantenerse durante muchos segundos aprisionados en el cajón de su gatera, luego lo lanzan de improviso a correr a toda velocidad, son golpeados con una fusta, oyen los gritos de su jinete, de los otros jinetes, de la gente en la grada, etc. En fin, no suena recreativo ni saludable.

Tampoco se protesta, o por lo menos no lo suficiente, contra los llamados “raides hípicos” que se celebran durante casi todo el año en distintas partes del país, actividad criollísima según algunos, que somete a los ya mencionados cuadrúpedos a agotadoras carreras de resistencia, de hasta noventa kilómetros (“Raid Batalla de Nico Pérez”, en la localidad de Batlle y Ordóñez), o incluso cien kilómetros (“Raid 33 Orientales”, en Sarandí Grande). Tradicionalismo, dicen.

Pero hay más actividades, invisibilizadas con astucia. Una aberrante, tal vez la menos conocida, consiste en realizarle sangrías a yeguas preñadas para obtener mediante técnicas de laboratorio una hormona, la gonadotropina coriónica, que se emplea a su vez para acelerar el celo de las cerdas y que produzcan más lechones. Durante diez semanas, a cada yegua se le saca una media de cinco litros de sangre, todas las veces que resulte preñada. Así por años, hasta que la yegua muere. En todo el mundo hay solo tres o cuatro países que no han ilegalizado por completo esas llamadas “granjas de sangre”. Uno de esos países es el nuestro, el Uruguay de las alegres y patrióticas jineteadas.

Los integrantes de las diversas plataformas de cuidado y defensa de los animales tienen por delante una vasta agenda que desborda la temática caballar. Basta con darse una vuelta cualquier domingo por la feria de Tristán Narvaja para observar, enjaulados y a la venta, a muchos canarios, dorados, cardenales y otros pajaritos. También perros, lagartos, tortugas, peceras de diversos tamaños con peces-pescados de colores, algunas carpas y hasta los míticos ajolotes, esos diminutos anfibios cortazarianos que parecen peces pero que no lo son. El ajolote está a un paso de la extinción como especie, hay una alarma mundial al respecto, y sin embargo aquí se vende a plena luz.

A fin de cuentas, después de esta somera y hasta piadosa enumeración (por delicadeza dejé fuera muchas aberraciones: peleas de perros, de gallos, criaderos de ponedoras, carreras de galgos, faenas clandestinas, entre otras), bien podría afirmarse que las jineteadas vienen a ser actividades casi inocentes, o por lo menos despojadas de la peor ferocidad y de esa falta de compasión tan habitual en los humanos.

Por Fernando Butazzoni