Contenido creado por Inés Nogueiras
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La corrupción y la izquierda

La corrupción y la izquierda

Hay gente honrada y contraria a la corrupción en todas las posiciones políticas. Hay múltiples ejemplos, en Uruguay y en el mundo.

06.09.2016

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2016-09-06T00:02:00-03:00
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Atribuirse el monopolio de la decencia en el manejo de las cosas y los dineros públicos es, además de una soberbia absurda, una idiotez. Los ejemplos de los últimos tiempos son más que evidentes.

¿Por qué la izquierda hizo siempre o casi siempre de la honestidad y la lucha contra la corrupción una de sus principales banderas? Hay un factor histórico y otro, relacionado con el anterior, que es parte del genoma de la izquierda. O debería serlo; últimamente varios partidos de izquierda o de centro izquierda han debilitado mucho sus definiciones sobre este tema. Veremos qué sucede en los documentos preparatorios y en la resolución del Congreso de actualización ideológica del Frente Amplio.

La izquierda, desde su nacimiento en la Asamblea de la Revolución Francesa, tomó esa posición topográfica en el hemiciclo porque era la menos privilegiada. A la derecha se sentaban los nobles, el clero, los altos funcionarios de la monarquía. En resumen, los privilegiados.

El privilegio en sí mismo era un factor de una profunda inmoralidad social. Era el poder detentado y utilizado con absoluta discrecionalidad por la monarquía y por sus servidores más cercanos. Contra ese poder se levantó la izquierda, desde que nació. Y eso ya tenía obligatoriamente un contenido contra la corrupción del poder absoluto y contra la arbitrariedad y la explotación inmoral de la gente, en particular, de sus derechos y sus libertades.

Posteriormente, cuando la izquierda se asoció al movimiento popular, pero sobre todo obrero, en la Revolución Industrial, ese factor se acentuó. Se acentuó en toda la obra teórica, muy variada, por cierto, pero sobre todo en el conflicto y la tensión teórica, política y cultural contra el mercado como el supremo y absoluto regulador de todas las cosas humanas, en particular de todas las relaciones humanas.

Para que el mercado funcione, todo debe ser mercancía, todo debe ser comprable y vendible, inclusive el poder y sus servidores. El dinero pasó a ser el factor central y casi absoluto del éxito y del fracaso, y ese proceso se acentuó, paso a paso, hasta alcanzar los mayores índices de concentración de la riqueza, que es el que existe en la actualidad, probado y comprobado por todos, desde la revista Forbes hasta sesudas obras teóricas e informes de las Naciones Unidas.

El paradigma central contra el que debería combatir la izquierda es contra esa religión implacable del dinero, de la acumulación de la riqueza por encima de todas las cosas y para supuestamente comprar todas las cosas.

En el genoma de la izquierda está precisamente el combate contra esa visión injusta y alienante de los seres humanos y de las sociedades. Por ello es inexorable que la izquierda incluya la lucha contra la corrupción como uno de los ejes de sus programas y de su propia identidad.

Como todos los temas ideológicos y culturales, el de la honestidad y la moralidad en la gestión pública y privada es parte de un debate y de una tensión muy importante, central.

No es casual que uno de los ejes de la acción de los grandes medios como expresión de la batalla ideológica contra la izquierda, es decir, expresión de la derecha, es igualarnos a todos. Todos son iguales ante las tentaciones y las realidades del poder. Esa es una de sus principales banderas y objetivos. Lograr que esa idea penetre y se instale sólidamente en las sociedades. Y han avanzado mucho, por dos motivos: porque han refinado sus métodos y porque la izquierda se lo ha favorecido.

Los ejemplos de la izquierda, de los discursos de izquierda y de la práctica de izquierda en algunos países de Europa, de América Latina e incluso en África son expresión de esa realidad.

En América Latina esa batalla la estamos perdiendo en toda la línea y, además de llevarse una parte fundamental del prestigio y del genoma de la izquierda, incluyendo su historia, se está llevando sus gobiernos. Aunque pueda ser totalmente cierto que en Brasil hoy se conoce y se discute a nivel público de la corrupción porque los gobiernos de izquierda, y en particular el de Dilma, abrió ciertas compuertas cerradas, también es cierto que el nivel de corrupción en los gobiernos del PT no puede de ninguna manera manejarse como un ejemplo. Y ya eso es una derrota terrible, no solo política, moral y de identidad.

El lunes en Bitácora voy a tratar de analizar más a fondo el proceso en Brasil a partir de la expulsión de Dilma de la presidencia. Quería solo compartir estas primeras reflexiones. Quedan algunas preguntas ardientes: ¿Por qué? ¿Es inexorable? ¿Cómo se puede y se debe combatir?