Contenido creado por Manuel Serra
Navegaciones

Navegaciones: Por Esteban Valenti

La Alternativa: ¿Para qué aliarse?

Queremos utilizar estas elecciones para plantear problemas a fondo, proponer caminos y comenzar a transitarlos en forma plural y respetuosa de las identidades.

11.12.2018 14:11

Lectura: 8'

2018-12-11T14:11:00-03:00
Compartir en

Por Esteban Valenti

Hay una respuesta simple y otra compleja. Comencemos por la primera y más elemental: para sumar fuerzas. No es falsa, no es denigratoria, pero es insuficiente y es demasiado simple. Hay sumas complejas.

No estoy hablando de un caso abstracto, de especulación política, hablo en concreto de: "¿Por qué Navegantes forma parte de La Alternativa, con el Partido Independiente, con Batllistas Orejanos y con Avanza País?" Es una pregunta que me la he formulado naturalmente yo mismo, antes de emprender este camino, varias veces, y que me la formulan algunas personas en diversos ámbitos.

Partamos de la base de que cuando se construye una alianza con gente que tiene trayectoria política, y en este país, incluso los outsiders son casi todos políticos con historia, y además, todos nos conocemos, siempre habrá resistencias, antipatías, opiniones positivas y negativas. Naturalmente que a los otros tres integrantes de La Alternativa habrá gente que les preguntará porque se juntaron con los Navegantes.

Nosotros pusimos una serie de condiciones y estas se vienen cumpliendo más rápido y mejor de lo que esperábamos. Primero que pudiéramos llegar a un acuerdo de principios y bases que nos identificaran política y éticamente. Elaboramos un documento entre los 4 sectores, lo firmamos y es de público conocimiento. No hubo prácticamente más que ajustes menores. Es una buena base.

Nadie que se integrara a La Alternativa debía tener cuentas pendientes en el plano moral, legal o ético, porque es notorio que uno de los temas básicos es precisamente el rechazo a la degradación que la política ha sufrido en este terreno, en el mundo, en América Latina en especial y en el Uruguay. No existen impedimentos en este sentido, es más, vamos a anunciar pronto diversos elementos e iniciativas para luchar contra la corrupción y para comprometernos nosotros con un elemento que consideramos extremadamente peligroso para la política en general y la izquierda en particular, la inmoralidad.

Todos debíamos aceptar que somos diferentes, tenemos orígenes y recorridos muy diversos, que pretendemos mantener y defender esas identidades en el futuro y que nuestro objetivo es comenzar a reconstruir un espacio de izquierda y de progresismo democrático y republicano. Para ello debíamos dar los primeros pasos a contra reloj. Los fuimos dando y nos fuimos conociendo mejor.

Otra condición establecida por todos es que, a pesar de que de un lado nos van a acusar de que en definitiva trabajamos para luego apoyar a uno de los dos contrincantes de la polarización, el oficialismo o la oposición (blancos y colorados), nosotros nos íbamos a batir hasta las últimas consecuencias para ser realmente una alternativa. Es duro, es difícil, pero no es imposible y nuestro principal objetivo político, por el que nacimos, es para batirnos contra esta polarización. Los tiempos los definirá la política y los uruguayos.

La pobreza actual de la política, que, si faltaba una demostración, se expresa de manera desnuda y cruda en la reciente reportaje-amorío organizado por el semanario Búsqueda entre el doctor Julio María Sanguinetti y el doctor Luis Lacalle Pou, donde, fuera de especular sobre alianzas, sobre cargos, y sobre las posiciones de otros grupos no presentes y no aportaron una idea, algo sobre lo que se pueda debatir.

No afirmo que ambos dirigentes no tengan ideas, vaya si las tienen, pero en ese encuentro ninguno de los principales problemas de la gente y del país, estuvieron presentes, fue puro ajedrez electoral y danza de nombres, entre el "peso pesado" y el "prepresidente"

Y no se trata de gente incapaz, esa afirmación sería falsa y cómoda. Entonces, hay que preguntarse ¿por qué fue algo tan pobre?

La razón es porque la política en todo el mundo se ha ido separando, divorciando cada día más de la filosofía, del razonamiento teórico profundo, para ir reduciéndose a una pospolítica, es decir a una despiadada lucha por el poder y sus despojos. Cargos, prebendas y posibilidades de aplicar políticas probadas y desgastadas.

El otro ejemplo del nivel actual de la política en Uruguay fue el Congreso del FA. No solo no intervinieron las dos figuras que al menos podrían haber aportado alguna idea, alguna novedad, alguna chispa, como José Mujica y Danilo Astori - que ni siquiera fue al Congreso -, sino que en las pocas discusiones no se abordaron ninguno de los principales problemas nacionales, no los que figuran en las encuestas, sino las ideas de izquierda, la economía, la justicia social, la distribución de la riqueza, la educación, la cultura y el empoderamiento de los cambios, el medio ambiente, los cambios tecnológicos y su impacto en la civilización. Y ni que hablar de los temas éticos y morales.

Nada de nada. Para encarar esos debates, deberían haberse formulado preguntas crítica y autocríticas muy incómodas y muy necesarias. Y, si bien es reconocido universalmente que la derecha no tiene en su menú la autocrítica y que la izquierda en muchas circunstancias la ha sepultado debajo de los sillones y las alfombras del poder, lo cierto es que para la izquierda es una necesidad surgida de su propio ADN. Y es notorio que no cambiamos el ADN ni de la educación, ni de nada, pero si lograron cambiar el ADN de la propia izquierda.

Los más grandes consumidores de la filosofía, desde su nacimiento han sido los políticos, los buenos políticos, pero incluso los mediocres, sin saberlo abrevaron en formas de pensamiento filosófico. Ante la crisis de las ideologías, la política se ha divorciado de cualquier referencia filosófica. Hablamos de Trump, de Salvini, Maduro, Ortega, de Bolsonaro y una lista muy larga de personajes emergentes y decadentes de la política actual.

Esos vientos malsanos cruzan todas las fronteras, de manera diferente, pero llegan. Y llegaron hace tiempo al Uruguay. No es un virus extraño el que atacó al Frente Amplio, a su gobierno, a algunos de sus dirigentes gubernamentales y políticos, es ese divorcio ideológico y, por lo tanto, filosófico, en el que se asienta la política verdaderamente de izquierda, la ética, la moral y hasta la épica progresista y avanzada. Y eso no se sustituye con frases ingeniosas, con posverdades (es decir, mentiras) relatadas hasta el cansancio, con propaganda y con un voraz apetito por el poder. Los resultados están a la vista.

Y si se pretende reconstruir algo asumiendo que estamos muy lejos de una izquierda y un progresismo renovado, audaz, abierto a analizar y estudiar los nuevos procesos y a poner la crítica y la autocrítica por encima de todo, hay que asumir los riesgos y las pluralidades. Nadie puede hacerlo solo ni inventarse un mundo o un país imaginario ideal y paralelo.

Ninguna fuerza política del Uruguay actual, incluso La Alternativa, está en condiciones por sí sola de encarar las nuevas grandes tareas y cambios que son necesarios, algunos postergados desde hace siete décadas, por ello hay que comenzar el difícil camino.

Lo comenzamos y asumimos que no lo lograremos solos, ni queremos hacerlo, queremos utilizar estas elecciones para plantear problemas a fondo, proponer caminos y comenzar a transitarlos en forma plural y respetuosa de las identidades, sin copamientos ni hegemonías impuestas, como está sucediendo en el Frente Amplio.

Desde siempre supimos y sabemos que no es un camino fácil, que todos los que comenzamos a transitarlo debemos mejorar, cambiar, criticar, ser rigurosos, honrados con los uruguayos y por lo tanto con nosotros mismos. No ser estridentes, pero no callarnos por conveniencia y asumir nuestras diferencias.

En eso estamos, a contra reloj, contra poderosas maquinarias políticas, desde el poder y desde la oposición que quieren mantener o conquistar las largas filas de sillones. Nosotros no despreciamos los sillones ni somos santos laicos o religiosos, somos políticos que tratamos de aprender de nuestros errores y de los errores ajenos y que vivimos preguntándonos ¿Por qué a nosotros no nos puede suceder lo mismo que a los otros? Difícil pregunta, pero mucho más difícil respuesta, porque hay que darla todos los días y sobre todo si nos toca, ante las tentaciones del poder.

No se puede y no se debe proponer aunar fuerzas para afrontar las grandes tareas nacionales, y considerarse los dueños de la verdad, que solos podemos imponer nuestras ideas y nuestros rumbos, por eso nació La Alternativa.

Todos cargamos con nuestra historia, nuestros méritos y también nuestras culpas.