Contenido creado por Gastón Fernández Castro
Cybertario

No me los fumo

LEGISLACIÓN CONTRA EL TABAQUISMO (II)

Información parcial, cifras imprecisas y terrorismo verbal. El arsenal retórico de la campaña antitabaco se parece poco a un discurso cívico o científico medianamente serio. Pero lo peor no es eso. Lo peor es que está a punto de convertirse en ley.

30.05.2005

Lectura: 5'

2005-05-30T00:00:00-03:00
Compartir en



Ya vimos cómo los fumadores no causan mayores costos a la sociedad, como pretenden los antitabaquistas. Otra de las razones para promover una legislación represiva es la incidencia del tabaquismo en la muerte prematura de miles de uruguayos. El problema pasaría del terreno económico al sanitario. En ese caso, estamos ante un dilema. ¿Con qué derecho censurar, perseguir y gravar a los fumadores? ¿Por qué no legislar también contra otros productos como el alcohol, el azúcar refinado, la manteca, los chorizos y las butifarras, el chocolate, la sal de sodio y cualquier producto o sustancia cuya ingesta abusiva también aumente nuestra mortandad prematura? El discurso de los antitabaquistas suele desconocer algunos aspectos centrales del problema. El procedimiento no es nuevo. La eliminación de los matices, de las contradicciones, de las razones diversas, es la matriz de toda política represiva.

Los seres humanos fumamos desde que estamos sobre la tierra, ya sea tabaco, marihuana, opio u otro tipo de sustancias. Como dice el filósofo español Antonio Escohotado, "las drogas son cosas que siempre han estado entre nosotros, que siguen estándolo y que van a continuar así". Es cierto que nuestros antepasados desconocían sus efectos nocivos pero no menos cierto es que las razones profundas por las que los humanos buscamos el consumo de sustancias psicoactivas excede las cuestiones sanitarias.

Toda decisión sobre nuestra salud está siempre matizada por nuestra búsqueda del placer y es en esos matices donde se juega nuestra felicidad. Si hay médicos que abusan de la sal, el alcohol, el tabaco o la cocaína no es por desinformación ni irresponsabilidad; es que los seres humanos somos contradictorios y ambiguos por naturaleza y así como buscamos la salud y la longevidad, nos gusta asomarnos cada tanto al balcón de los excesos.

Por eso las campañas antidrogas (tabaco incluido) no buscan nuestra salud sino nuestra virtud. Medidas como las que se propone convertirán rápidamente al gobierno ya no en policía sanitaria (así se define el Ministerio de Salud Pública) sino en policía del pensamiento. No es casual que estas campañas (como las que propiciaron la ley seca casi un siglo atrás) hayan comenzado en el corazón de la Norteamérica puritana y se hayan extendido, en peculiar maridaje, hacia el resto de la sociedad estadounidense y europea gracias al apoyo de ciertos sectores progresistas. Es que la búsqueda del bienestar y la longevidad no es un valor absoluto. Por eso es tan difícil definir qué es la salud sin terminar enredados en juicios y valores relativos a cada ser humano, a sus valores morales, religiosos o filosóficos singulares.

Vicios privados

Sí, claro que los no fumadores tienen derecho a que se los respete. Lamentablemente, vivimos en una sociedad en la que el respeto por los derechos del prójimo se violentan con frecuencia. Eso incluye al propio Estado, que suele desconocer los límites entre lo público y lo privado. No es que los antitabaquistas también los desconozcan; es que necesitan borrar esa frontera para justificar sus políticas opresivas.

Una cosa es hablar de lugares de dominio público de propiedad estatal (una oficina, un banco, una plaza, una playa o un parque) y otra de lugares de propiedad privada donde concurre público, como un bar, un restaurante o un estadio, de concurrencia voluntaria. Allí el propietario debería tener la facultad de imponer las reglas que le vengan en gana. Como por ejemplo la de permitir fumar, la de prohibir fumar o la de crear lugares para unos y otros. De lo contrario, la vigilancia sobre los lugares "públicos" podría incluir escenarios más familiares. ¿Por qué no el cumpleaños de quince de su hija? ¿No es que ha invitado a unas cien personas? Eso es bastante más de lo que recibe un restaurante una noche cualquiera. ¿Cuál es la diferencia, después de todo? Así que esté preparado. La policía del pensamiento puede tocar a su puerta justo cuando usted se prepara para bailar el vals.

Sí, claro que la nicotina es altamente adictiva, pero sería bueno conocer otras variables estadísticas. Como por ejemplo la que explica que la mitad de las personas que prueban el cigarrillo no desarrollan la adicción. No porque deje de ser grave que la mitad se vuelva adicta, sino porque nos permite matizar la adicción con otros componentes personales (genéticos, psicológicos, ambientales o culturales) escamoteados por el discurso antitabaco. Si 6 de cada 10 uruguayos consumió nicotina alguna vez, sólo la mitad se volvió adicta y sólo 2,5 mueren a causa del tabaquismo, algo debe ocurrir con la enorme cantidad de personas que probaron la nicotina y no reincidieron, o que reincidieron pero se murieron de viejas. Los japoneses fuman más que los uruguayos pero la incidencia del cáncer de pulmón es sensiblemente inferior. Lo mismo la mortandad por enfermedades cardiovasculares, habitualmente asociadas al tabaquismo. Su propensión a comer pescado y hacer ejercicio no alcanza a explicar todo el episodio. ¿Qué cálculo salió mal esta vez?

Para que la campaña irracional de los antitabaquistas funcione es necesario que se omita el componente personal y aún aleatorio en el desarrollo de una patología adictiva y de sus eventuales consecuencias sanitarias. Es lógico que los propagandistas oculten la parte de la realidad que no conviene a su causa. Lo inaceptable es que se legisle con tales argumentos.

Suertempila

Gerardo Sotelo

En la próxima entrega: ¿Alguien mencionó la Constitución?

Anterior entrega: "Gracias, recién tiré" - http://portal.montevideo.com.uy/NewsPortal/hnnoticiaj1.cgi?18497