Contenido creado por Gastón Fernández Castro
Cybertario

Írritos, nulos, nostálgicos

Írritos, nulos, nostálgicos

27.08.2008

Lectura: 3'

2008-08-27T09:10:40-03:00
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El 25 de agosto merece ser declarado el Día de la Nostalgia, para incorporarse por derecho propio al calendario patrio.

¿Con qué otro estado del espíritu podríamos ganar la atención los uruguayos más genuinamente que con la nostalgia? ¿Qué otro sentimiento podría despertar de su largo sueño a las musas orientales?

La fiesta inventada por Pablo Lecueder generó un factor de identidad nacional, bastante más auténtico que la simulada independencia de la Piedra Alta.

El historiador griego Pausanias sostenía que las musas primigenias eran tres: Aedea (el canto, la voz), Meletea (la meditación) y Mnemea (la memoria). Las divinidades se presentaban juntas, como las Trillizas de Oro, y fue recién en tiempos de Platón y sus discípulos que la lista se elevó a siete.

Pausanias prefiguró el culto de la nostalgia uruguaya, esa extraña mezcla de memoria, introspección y canciones que nos hace fantasear con una juventud menos venturosa y divertida de lo que solemos evocarla.

La noche de la nostalgia vendría a vindicar un equívoco, condenando al letargo onírico y alcohólico a un pueblo acostumbrado a inventarse un pasado a su medida.

El caso más flagrante es la "Declaratoria de la Independencia" del 25 de agosto. Alcanza con leer los textos aprobados por los patriotas para comprender que el único sentido que tenía tal declaratoria, era proclamar nuestra independencia "del Rey de Portugal, del Emperador del Brasil y de cualquiera otro del universo...".

A texto expreso y en lo que se conoce como Ley de Unión, los representantes orientales manifiestan que su voto "es y debe ser por la Unión con las demás Provincias Argentinas, a quien siempre perteneció". Como corolario, los representantes establecieron un pabellón para la Provincia Oriental pero sólo mientras no se incorporaran sus diputados a la "Soberanía nacional", tras lo cual se enarbolaría "el de las Unidas del Río de la Plata, a que pertenece".

De cómo aquella voluntad manifiesta es recordado como el natalicio de la República Oriental del Uruguay, es un equívoco que deben explicar los historiadores.

Confieso que no puedo evitar cierto cosquilleo cuando leo que un tal Mateo Lázaro Cortes votó en representación de "la Villa de Concepción de Minas", en tiempos de mi chozno, pero el tal diputado tuvo toda la intención de hacerme argentino, aunque luego las circunstancias torcieran su voluntad.

La nostalgia de una declaración imaginaria generó ríos de tinta y avivó la labia de los gobernantes durante casi dos siglos y hasta ayer, cuando un sufrido ministro de Vivienda intentó en vano insuflar el sentimiento patriótico a un país adormilado, durmiendo la mona de una fiesta histórica, celebrada voluntaria y masivamente con canciones de los Bee Gees, Abba y Boney M.

El lunes pasado, la noche de la nostalgia cumplió treinta años. Gracias a esta fiesta patria, los uruguayos podemos seguir inventándonos, con perdón de Mnemea, un pasado a nuestra medida, una juventud dorada con rubias inexistentes y declaratorias de amor con final feliz, para contar cada nuevo 25 de agosto.