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Pablo Mieres

Escribe Pablo Mieres

Hace 30 años. Aquel día inolvidable de un año inolvidable

Difícilmente exista en mi vida un motivo de mayor orgullo que haber formado parte del estrado en el Acto del 27 de noviembre de 1983.

26.11.2013 17:24

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2013-11-26T17:24:00-03:00
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Integraba en ese entonces la Junta Nacional del Partido Demócrata Cristiano como Secretario General de la Juventud Demócrata Cristiana, tenía 24 años y la dictadura, como a todos los demás integrantes de mi generación, nos había robado la libertad desde el comienzo de la adolescencia; razón más que suficiente para juramentarnos en el esfuerzo por su derrota.

Recuerdo aquel hermoso domingo de fines de noviembre cuando la gente irrumpió maravillosamente extendiéndose desde el estrado hacia atrás del Obelisco rumbo al Parque Batlle. La multitud superó todas las expectativas. Desde arriba del estrado no se podía ver el final del "río de libertad" que el querido Pepe Pla fotografió para la historia subido a uno de los pisos más altos de un edificio ubicado en la esquina de 18 de Julio y Bulevar Artigas.

Recuerdo que toda la delegación del PDC nos juntamos previamente en la casa de Américo Pla Rodríguez, figura histórica de la democracia cristiana uruguaya que vivía a la vuelta del Obelisco en la calle Isabelino Bosch, y desde allí caminamos hacia el estrado en el Obelisco en medio de la multitud que aplaudía y saludaba a Juan Pablo Terra, particularmente cuando se encontraron en un fuerte abrazo con Hugo Batalla y tantos otros dirigentes de todos los partidos que ese día se reencontraban a la luz del día, junto a la gente que los reconocía y legitimaba como sus auténticos representantes.

Resurgían los verdaderos representantes de la voluntad popular pertenecientes a todos los partidos, sin ninguna exclusión; todos juntos exigiendo libertad, democracia y pluralismo. Todos hermanados por los valores superiores de la vida democrática.

Ese día el Uruguay se reencontraba con su más profunda tradición democrática. Ese día sentí una enorme emoción y una gran responsabilidad y compromiso por completar el trabajo que veníamos realizando para devolver la democracia y la libertad a nuestro país. Nuestra generación, la Generación 83 fue la generación del retorno a la democracia, y ese logro es una marca imborrable para todos los de aquella época.

De hecho, casi todos los actuales dirigentes políticos que pisamos los cincuenta años fuimos integrantes activos de aquella generación marcada a fuego y bautizada en la lucha por la recuperación democrática.

El 27 de noviembre de 1983, expresados a través de la voz estentórea e inolvidable de Alberto Candeau, se configuró el momento culminante de un intenso proceso de movilización popular que se había iniciado en la segunda mitad de ese año.

Así como el NO del Plebiscito del 30 de noviembre de 1980 fue el hecho que marcó el comienzo del camino hacia la democracia, el Acto del Obelisco fue el punto de inflexión que determinó definitivamente el retorno a la democracia y decretó el inexorable final de la dictadura.

Fue, además, el hecho sobresaliente que coronó un año de crecientes movilizaciones y acumulación de fuerzas en la calle, mediante demostraciones públicas que iban aumentando en tamaño, en entusiasmo y en apoyo popular. Desde el cacerolazo dentro de las casas del 25 de agosto, pasando por la Marcha de los Estudiantes del 25 de setiembre con el acto en el Franzini y el segundo cacerolazo ahora ya en las veredas, pasando por el tercer cacerolazo en octubre con concentraciones en diez zonas diferentes de Montevideo y en las ciudades de todo el país hasta la manifestación del 9 de noviembre por 18 de Julio que fuera reprimida con saña por un régimen que comenzaba a agonizar.

Fue también el momento culminante de unidad de todo el sistema político. Por eso la consigna: "Por un Uruguay democrático, sin exclusiones" indicaba que la salida democrática no admitiría que ningún partido quedara fuera de la cancha.

Porque las elecciones internas de 1982 y los intentos de la dictadura eran dirigidos a buscar una salida política restringida, sin lugar para la izquierda. El acto del Obelisco fue la respuesta de todos los partidos unidos, señalando que no habría apertura si no había libertad política en su total sentido. Luego en 1984 surgirían las diferencias sobre los caminos estratégicos para consolidar la salida democrática y se quebraría la unidad de acción del sistema político, pero el 27 de noviembre fue el momento culminante de la unidad democrática.

Ese día el abrazo unía a todos los sectores políticos, más allá de las obvias y múltiples diferencias ideológicas, ese día los dirigentes de todos los partidos conformaban una sola voz reclamando el bien más valioso de la vida en sociedad: la libertad.

Treinta años después y al comienzo de una nueva disputa electoral, ya en pleno disfrute de las libertades y garantías, conviene recordar aquellos acontecimientos imborrables que han ingresado definitivamente en lo mejor de nuestra historia. Conviene, también, reiterar la permanente preocupación por preservar cada día, en cada episodio y en cada discusión, nuestra libertad y democracia.

Como siempre en nuestro país, los partidos políticos jugaron el papel esencial de la lucha por la democracia. Con sus defectos y sus virtudes son los canales de expresión viva de nuestra ciudadanía, por eso es fundamental preservarlos.

El recuerdo del 27 de noviembre de 1983 debe ser ocasión de la reafirmación más profunda de nuestras convicciones democráticas y de la valoración de nuestros valores republicanos.

Como dice aquel verso: "Qué lindo haberlo vivido para poderlo contar".