Los asambleístas de Gualeguaychú vuelven a la carga con sus habituales parrafadas. Además de continuar el hostigamiento a la barcaza de Botnia, ahora expiden un "pase libre" a quien consideren digno de cruzar el piquete y anuncian que no respetarán el fallo de La Haya en caso de que sea contrario a sus intereses. Las medidas debieron causar una profunda preocupación en el gobierno argentino, a quien la Constitución encomienda la salvaguarda de la libertad ambulatoria, el control de ríos y fronteras, la aplicación de las resoluciones judiciales y la representación del país ante los foros internacionales.
Pero el problema no es la línea argumental con que los asambleístas sostienen sus medidas de lucha. Cuando pase el tiempo y ya no hagan daño, sus estrambóticos vaticinios serán recordados con la misma conmiseración e hilaridad que las propuestas de Tortorelli, aquel político que prometía calles en bajada y canillas de leche en las esquinas. Lo que debería ser motivo de preocupación para toda persona de buena voluntad es cómo liberar a los gualeguaychuenses de la épica del disparate, de modo que, una vez resuelto el diferendo en el Tribunal Internacional de Justicia, todo vuelva paulatinamente a la normalidad.
Hace un par de meses entrevisté en Radio Sarandí a un integrante de la asamblea que se expresaba con absoluta sensatez y mesura. Le comenté al aire que si se hubiera utilizado siempre ese tono, el conflicto ya se habría resuelto. El hombre me dijo que había muchos que pensaban como él pero eran minoría. ¿Será que la población de la ciudad entrerriana quedó irremediablemente contaminada por el fanatismo o que sus voceros representan a una minoría radicalizada que domina las votaciones? Sea como fuere, hay algo que debe tenerse en cuenta si se quiere solucionar el conflicto: hay mucha gente en Gualeguychú que tienen buenas razones para no volver a la normalidad.
Intente el lector no litoraleño recordar cuántas veces se cruzó por su vida la ciudad de Gualeguaychú y cuántas se sintió afectado por algo de lo que allí ocurriera. El resultado de tan sencillo ejercicio dará una de las claves para entender y solucionar tan rocambolesco conflicto: para Pouler, Rivollier, Angelini (capitanes de una derrota que ya vislumbran) y muchos otros de sus coterráneos, la normalidad tiene un rostro demasiado anónimo y pedestre. En cambio, la violación de la ley, las arbitrariedades y la descalificación del adversario, les permitió poner en vilo a empresas y gobiernos, acceder a la fama a través de los medios de comunicación y recibir mayores partidas provinciales.
¿Cómo aceptar que semejante épica sea sustituida por un control ambiental burocrático y consensuado? ¿No eran acaso representantes de una "causa nacional"? ¿Quiénes son esos gringos de peluca para regresarlos, derrotados, a la fugazzeta, el alambrado y las ocho horas? Mientras no se les encuentre un destino más glorioso, los líderes asambleístas van a seguir allí, desafiando a la autoridad, la sensatez y el mormazo a la hora de la siesta. No es para menos.
IMPORTANTE: El señor Gerardo Sotelo se encuentra de vacaciones, motivo por el cual no responderá los comentarios de esta columna.
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