Contenido creado por Gastón Fernández Castro
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Gaza: la guerra y la paz

Gaza: la guerra y la paz

No parece que la guerra en Gaza, atroz como todas las guerras, vaya a terminar en los próximos días. Los esfuerzos de Egipto, Francia y el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas se enfrentan a la realidad de los cañones.

14.01.2009

Lectura: 10'

2009-01-14T07:35:00-03:00
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Por ahora, ninguno de los contendores (las Fuerzas de Defensa de Israel y las milicias de Hamás) siente que estén ante una derrota inminente, de modo que no hay razón para que dejen de combatir.

Si bien es cierto que el poderío militar israelí es abrumadoramente superior, el tiempo y la tragedia humanitaria de los palestinos inclina la balanza a favor del más débil. Mientras Hamás se fortalece políticamente con cada bomba que cae sobre civiles palestinos, Israel carga con el peso de invadir tierra extranjera y cobrarse víctimas inocentes. Nada que pueda sorprendernos.

Tiempo atrás, un líder de Hamás explicaba públicamente que la utilización de escudos humanos para detener los bombardeos israelíes, “es como si le dijéramos al enemigo sionista: nosotros deseamos la muerte como ustedes desean la vida”. El problema es que en Gaza, los escudos humanos no los forman sólo los mujaidines sino cualquier ciudadano indefenso, sea musulmán o ateo, radical o moderado, militante de Hamás o de alguna de las organizaciones brutalmente reprimidas por su régimen fascista.

El error de muchas personas que se conduelen sinceramente por los horrores de la guerra está en suponer que el fin de la invasión israelí traerá la paz. Los hechos muestran que antes de la operación “Plomo Fundido”, en la Franja de Gaza y en el sur de Israel había cualquier cosa menos paz. Moussa Abu Marzouq, uno de los jefes del ala política de Hamás con sede en Damasco, reconocía que su organización nunca apoyó explícitamente el cese al fuego, sino que éste fue anunciado unilateralmente por Egipto. Por eso, entre el 19 de diciembre, que espiró la tregua, y el 27 de diciembre, cuando comenzó la operación “Plomo Fundido”, Hamás lanzó más de trescientas bombas sobre territorio israelí.

Otro error frecuente es inscribir la lucha de Hamás como parte del reclamo de los palestinos por la soberanía nacional, como si la diferencia entre el fundamentalismo islámico y Fatah, el partido laico fundado por Yasser Arafat, sea un asunto de estrategia o de grado. Lo cierto es que mientras la vieja OLP y el gobierno de Israel negociaban en Madrid, en octubre de 1991, el gobierno de Irán convocaba en Teherán a las organizaciones radicales contrarias al proceso de paz. Hasta ese momento, los ayatollás y los líderes de Hamás se recelaban mutuamente. Los iraníes son chiítas mientras que los palestinos son sunitas, una diferencia que se remonta a la descendencia de Mahoma y que ha generado continuas matanzas intrarreligiosas hasta la actualidad. Fue la inminencia de un acuerdo de paz entre Israel y la OLP (con su embrión de estado palestino independiente) lo que precipitó la entrada de Irán en el escenario palestino, apoyando a un grupo como Hamás que busca terminar con “la ocupación sionista” porque los consideran infieles en “tierras del Islam”.

Este error de perspectiva probablemente esté detrás del apoyo incondicional que recibe por parte de la izquierda occidental cualquier demanda que venga del lado palestino, y la condena casi automática a toda acción bélica de Israel. En el mundo árabe, tanto marxistas como liberales condenan las muertes de palestinos inocentes como la barbarie fundamentalista de Hamás.

Ghassan A. Khatib, presidente del marxista Partido Popular de Palestina (PPP) y exministro de Planificación de la ANP, afirmaba días atrás en un análisis crítico sobre la situación en Gaza, que "la guerra contra Hamás, que es parte del movimiento político islámico en la región, está favoreciendo que los diferentes grupos políticos islámicos cultiven una simpatía sin precedente por parte del público árabe". Khatib no sólo reconoce que la guerra no es contra el pueblo palestino sino “contra Hamás”, sino que va más lejos y señala la responsabilidad de los fundamentalistas en la suerte que están corriendo sus compatriotas indefensos. “Al parecer, las bajas civiles, casi exclusivamente del lado palestino, son un precio que ambos, Hamás e Israel, están dispuestos a pagar para lograr sus respectivas victorias”. La reacción de Khatib debe entenderse a la luz de lo que ha sido el reino de Hamás en Gaza, pero también de los antecedentes criminales de sus mentores iraníes con las minorías árabes y marxistas.

En agosto de 2008 se cumplieron veinte años del extermino de cientos de miembros del Partido Comunista y otros revolucionarios iraníes que habían luchado contra el Sha. El ex prisionero político Nima Parvaresh ha dado testimonio de esta masacre realizada por los milicianos del Ayatollah Jomeini. La suerte de los árabes a manos de la mayoría persa de Irán no fue mucho mejor. Acorralados en la provincia de Kuzestán, los árabes sufren todo tipo de privaciones y persecuciones. Según denunció Amnistía Internacional, se les prohíbe enseñar el árabe (los iraníes hablan farsi), tienen una alta tasa de analfabetismo y no se le permite ingresar como funcionarios del Estado.

Por disposición de la dictadura de los ayatollás, los iraníes sólo pueden tener la versión oficial sobre lo que ocurre en Gaza. Apenas comenzada la guerra, un periódico cercano al expresidente moderado Akbar Hashemi Rafsanjani, fue clausurado por publicar un artículo donde “se exculpaban los crímenes sionistas en Gaza” y se sugería que algunas de las facciones palestinas eran “grupos terroristas” y que los palestinos que se atrincheraban en guarderías y hospitales “causaban los bombardeos y asesinatos de niños y civiles”, según las razones esgrimidas por el régimen. Pero hay más razones para que gente como Khatib y la izquierda palestina estén enfrentados a con Hamás.

Hafez Barghouti, director de al-Hayat, órgano de prensa de Al-Fatah, denunciaba tiempo atrás que “los miembros de Hamás han cometido atrocidades en Gaza”. Barghouti, un periodista palestino con reputación de independiente, recordó “la agresividad manifestada por Hamás, las ejecuciones sumarias (y) los saqueos”. “Sus milicianos han acabado con cualquier presencia de Fatah y de las instituciones de seguridad de la ANP en la Franja de Gaza”, afirmaba Barghouti.

El pensador árabe liberal Lafif Lakhdar, declaraba recientemente que la estrategia de Hamás “está arraigada en el extremismo religioso y conlleva al desastre para los palestinos”. Lakhdar recuerda que “la carta constitutiva de Hamás demanda obsesivamente repetir las negativas de 1937 y 1947 (a la partición de Palestina en dos estados, uno judío y otro árabe), con expresiones tomadas de los sabios religiosos medievales. Palestina es un waqf (tierra santa), ni una pulgada de la cual puede cederse. Esto es un pensamiento mágico”. Lakhdar cree que “en lugar de demonizar al otro, es preferible examinarse a si mismo y entender los errores del pasado, como para evitar repetirlos casi obsesivamente durante 70 años, tal cual han hecho los palestinos”.

La ley musulmana, al igual que la ley religiosa judía, prohíbe ceder un solo palmo de la tierra sagrada a los infieles, al menos en la interpretación de los sectores ultraconservadores. Lakhdar recordó que, mientras el Mufti Amin Al-Husseini, líder de Palestina cuando la partición, rechazó rápidamente la propuesta sobre bases religiosas, el fundador del Estado de Israel, David Ben Gurión, con una mentalidad más moderna, consideró que esa ley era obsoleta. Sin embargo, sesenta años no han sido suficientes para mantener a raya estas concepciones atrabiliarias que justifican el sometimiento o el exterminio de los infieles, ya sea invocando la waqf musulmana o la imposible reconstrucción del “gran Israel”.

Wafa Sultan, una psiquiatra siria exiliada en Estados Unidos, se refiere a esta perspectiva del problema dándole una vuelta de tuerca a la tesis de Samuel Huntington sobre su polémico “choque de civilizaciones”. Para Sultan el choque no es entre civilizaciones sino “entre la mentalidad de la Edad Media y la del Siglo XXI”. Wafa se atrevió a cuestionar al Islam in 1979, tras ser testigo del asesinato de un profesor a manos de los Hermanos Musulmanes, una organización egipcia ultraconservadora y matriz de Hamás. Exiliada en Estados Unidos y convertida en un referente de la lucha por los derechos de la mujer, Wada trazó una línea divisoria que ayuda a explicar buena parte del conflicto en Medio Oriente, particularmente el enfrentamiento contra Hamás. “El choque del que somos testigos en todo el mundo, no es de religiones ni de civilizaciones, afirmaba Wada en una entrevista con la cadena de televisión árabe Al Yazeera. Es el choque entre dos eras. Es el choque entre la civilización y el atraso, entre lo civilizado y lo primitivo, entre la barbarie y la racionalidad. Es el choque entre la libertad y la opresión, entre la democracia y la dictadura. Es el choque entre los derechos humanos, de un lado, y la violación de esos derechos, del otro. Es el choque entre quienes tratan a las mujeres como bestias y quienes las tratan como seres humanos”.
Volviendo al teatro de operaciones, Israel no va a dejar de atacar a Hamás mientras no pueda asegurarse que se terminarán los bombardeos sobre las ciudades y kibbutzim del sur porque eso significaría una derrota y el precio político que tendría que pagar su gobierno sería demasiado alto. ¿Qué debe esperarse, entonces?

Un escenario posible es que Israel continúe ocasionándole daños a la maquinaria militar de Hamás hasta debilitarla considerablemente, al punto de que vea comprometido el control de la Franja de Gaza. Eso obligaría a sus líderes a aceptar las negociaciones de El Cairo y permitiría la solución política a esta guerra. En ese contexto, puede implementarse un plan de paz que incluya la desmilitarización y la internacionalización del conflicto en la franja de Gaza bajo la autoridad de las Naciones Unidas. El modelo ya se aplicó con bastante éxito en el sur del Líbano tras la última invasión israelí, pero también en lugares como Kosovo y Bosnia.

La comunidad internacional podría llevar adelante un proceso de pacificación que incluya el retiro de las fuerzas israelíes, el desarme de Hamás, el control de los pasos de frontera y el acceso fluido de los insumos necesarios para normalizar la vida de los palestinos en Gaza, principales víctimas de la barbarie terrorista y de las acciones militares de Israel. Gaza quedaría provisoriamente administrada por un comisionado especial y controlada por una fuerza multinacional, integrada por tropas de países neutrales, hasta que la Autoridad Nacional Palestina pueda hacerse cargo de la situación, incluyendo una expresión política y menos beligerante del integrismo islámico.

Por ahora, Irán presiona a Hamás para que no acepte el cese al fuego y los países árabes no se ponen de acuerdo sobre cómo actuar con Hamás. Los gobiernos de Egipto y Jordania temen que el creciente poder de los extremistas islámicos desestabilice sus propios países. Pero el comentario más llamativo fue el del canciller saudita, Saud al-Faisal, quien criticó a los palestinos por no haberse mantenido unidos bajo la autoridad del presidente palestino, Mahmud Abbás, en lo que constituyó una crítica implícita a Hamás. En definitiva, el problema de los árabes no es el enfrentamiento entre Israel y Hamás sino la amenaza que el eje sirio-iraní significa en la región, fundamentalmente para egipcios y saudíes.

La pacificación debería ser el preludio de una negociación sincera y generosa entre el gobierno israelí y la ANP, en la que se visualicen avances significativos, mientras se intenta resolver los asuntos más espinosos, como el estatus de Jerusalén y la suerte de los refugiados palestinos. El problema es que tanto israelíes como palestinos aún no terminaron de aceptar cuánto tienen para ganar y cuánto están dispuestos a perder. Por cierto, nada de esto es posible si Hamás no es neutralizado militarmente, al punto de sentir amenazada su supervivencia. De lo contrario, los bombardeos contra el sur de Israel continuarán, al igual que esta guerra, atroz como todas las guerras.